
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Escuché con estremecimiento la reposición de un programa “Los libros hablan”, de Daniel Divinsky. Se trataba de una entrevista a Judith Gociol y a Hernán Invernizzi, autores de Un golpe a los libros, publicado en 2002, una investigación que desentraña el “dispositivo de represión cultural” de la dictadura militar argentina, entre 1976 y 1983. El episodio, difundido originalmente el 21 de marzo de 2016, a los 40 años de inaugurada la dictadura militar argentina, conserva actualidad y pertinencia. En Ecuador fue divulgado en las últimas semanas por radio Visión.
El programa dilucida las políticas diseñadas para perseguir a los autores y editores de libros considerados peligrosos, por tanto dignos de ser censurados y prohibidos. Ubica el sustrato ideológico en el cual se ejecutó la cacería a los escritores argentinos y la destrucción sistemática de libros, al estilo del nacismo cuyos seguidores quemaron millares de volúmenes en mayo de 1933 en Berlín. “Donde se queman libros se terminan quemando personas”, es la frase de Heinrich Heine citada en el capítulo. Una idea que se sigue ejecutando.
La indagación de Gociol e Invernizzi fue posible porque con el advenimiento de la democracia en Argentina, sus autores pudieron acceder a archivos que fueron inaccesibles durante el gobierno de facto. La documentación encontrada les permitió reconstruir las estrategias de control a la producción bibliográfica, seguidas por los dictadores.
Es inquietante descubrir que en la vigilancia hacia los escritores y editores participaron funcionarios de carrera que siguieron en sus cargos cuando retornó la democracia, aunque en este régimen actuaron de manera completamente opuesta. También lo es conocer que los lectores fueron perseguidos en múltiples oportunidades, especialmente cuando los militares desplegaban requisas casa por casa. Algunos cavaron fosos para ocultar sus libros. Otros los escondieron tras paredes falsas y muchos trataron de deshacerse de ellos para evitar que los inquisidores los encontraran y los castigaran por ello. La incineración de libros por parte de los dictadores argentinos y de sus empleados y áulicos fue nefasta porque además de intentar destruir la producción del pensamiento, generó terror, autocensura y silencio. La mordaza.
La incineración de libros por parte de los dictadores argentinos y de sus empleados y áulicos fue nefasta porque además de intentar destruir la producción del pensamiento, generó terror, autocensura y silencio. La mordaza.
Esclarecer con detalle lo acontecido en Argentina conduce de inmediato a vincular esta represión con los ataques sistemáticos a la palabra escrita en la prensa ecuatoriana, durante el gobierno democrático del ex presidente Rafael Correa. Todas sus ejecutorias demostraron cuán funestas fueron, pues estuvieron dirigidas a dañar la actividad informativa plural y a entronizar la palabra oficial como la esencia de la verdad.
La magnitud del odio de la dictadura argentina hacia el pensamiento escrito, no difiere del volumen del aborrecimiento que exteriorizó Correa, durante el ejercicio de su gobierno, entre 2007 y 2017, hacia el periodismo. Su política de intimidación a la prensa, fue desplegada por un conjunto de oficinas dependientes del ejecutivo, y por empleados pagados por el pueblo ecuatoriano.
Ciertamente es tremendo prender fogatas y cremar en ellas textos impresos. Es terriblemente doloroso esconderlos y sepultarlos para no sufrir represalias. Pero tan violento como ello es romper, desgarrar o despedazar periódicos en espacios mediáticos estatales y ante una caudalosa audiencia. Es un acto inquisitorial en formato de espectáculo masivo. Es la versión del descuartizamiento medieval que ejecutaban los persecutores de toda laya. No hay diferencias entre ambos procederes, aun cuando sus objetos, libros en el primer caso, y diarios en el segundo, hubiesen sido diferentes. Su propósito común fue aniquilarlos, desaparecerlos. Y si es ominoso que este avasallamiento lo hubieran ejecutado unos cuantos déspotas militares en una autocracia, más oprobioso es que en Ecuador lo haya liderado un civil en un gobierno elegido en las urnas. ¿Acaso es más condenable la acción de la dictadura porque guardaba simpatías con la derecha? ¿Acaso merece disculpas y comprensión cuando el caudillo se ha colocado la etiqueta de progresista de izquierda?
Y qué mejor que el inicio de un año, más aún luego de uno terrible como el 2020, para recordar la historia y reflexionar sobre la vigencia de algunos de sus acontecimientos. A lo mejor nos ayuda a dejar los confinamientos ideológicos y mentales.
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