
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Miro un periódico de abril de 1978. Reproduce un comunicado del “Gobierno de las Fuerzas Armadas”. En el condena la participación estudiantil en la denominada “guerra de los cuatro reales”, para oponerse al alza de 40 centavos en la tarifa del transporte público.
El aviso concibe tal acción como parte de un “bien trazado plan de subversión”, atizado por infiltrados en los grupos estudiantiles. Estos agitadores, sostiene, “con entrenamientos tácticos nunca antes vistos en el país están introduciendo la guerrilla urbana, utilizando para sus protervos fines a sinceros estudiantes de la juventud ecuatoriana”. Aquellos individuos, asegura el documento, también se han acercado a los sindicatos para “incitar a los obreros a una acción de asalto y destrucción de la planta de distribución de agua potable, las plantas de generación de energía eléctrica y los sistemas de comunicación”.
Frente a ese panorama, la dictadura militar emprendió en el patrullaje militar, “reprimir con toda la fuerza en el mismo lugar de los hechos” a quienes cometieran “actos de sabotaje” y revisar la documentación de todos los extranjeros. Además, conminó a los padres de familia a que mantuvieran “vigilancia familiar” sobre sus hijos “a fin de que no sean utilizados como instrumentos para siniestros propósitos”.
Según el régimen de entonces, los muchachos estaban siendo manejados por subversivos extranjeros. Apenas podía admitir que esos chicos fueran el coro que repetía “consignas foráneas” para emprender en acciones terrorismo en las ciudades ecuatorianas, en particular su capital, Quito.
Leo un diario oficial de setiembre del 2014 y me encuentro con similares percepciones sobre los estudiantes, pero pronunciadas por voceros del actual gobierno. Con palabras tonantes anuncian los “correctivos” que impondrán a los estudiantes que intervinieron en tales manifestaciones; si fueron menores de edad sufrirán “sanciones académicas”, una de ellas la separación de su colegio pues “todo aquel estudiante que participe en actos vandálicos, inmediatamente será separado de la institución”.
Según la versión gubernamental se trata de jóvenes “que se dejaron manipular” por “los detractores agónicos de un partido político extremista que destruyó nuestra universidad y que está siendo borrado por falta de votos de nuestro registro electoral”. Para enfrentar a esos “agitadores profesionales", la invitación desde los titulares del poder político es a que los padres de familia organicen brigadas que acudan a las “puertas de los establecimientos, detectando a estos irresponsables que quieren jugar con nuestros jóvenes, que quieren destruir esta educación, que nos quieren volver al viejo país".
¿Qué indica en términos conceptuales aquel discurso pronunciado en 1978 y el amplificado días atrás desde Carondelet? ¿Avances, retrocesos? Solo advierto reflujos: las mismas palabras, igual concepción sobre la protesta y sobre los jóvenes. ¡Poca imaginación! ¡Qué terrible para una democracia del siglo XXI actuar como lo hizo una dictadura del siglo XX! Y ellos hablan de la restauración conservadora… De modo coincidente, ambos gobiernos dudaron que los estudiantes fueran capaces de mantener un pensamiento propio y con ello los irrespetaron y subestimaron. Revelaron su distancia y cuánto ignoran sobre los anhelos de las juventudes ecuatorianas.
Porque los estudiantes en las jornadas del 17 y 18 de setiembre sí sabían por qué protestaban. Los alumnos de la Escuela Politécnica Nacional, por ejemplo, participaron en la movilización convocada por el Frente Unitario de Trabajadores para reclamar por el retraso en la apertura del año lectivo, por falta de profesores. En un acto de “barbarismo tecnocrático” las autoridades del sistema de educación universitaria renunciaron y voluntariamente a maestros considerados excelentes por sus estudiantes, por ser mayores de 70 años. Hasta hoy no han podido sustituirlos.
Cuán distante la opinión de los dirigentes de la autodenominada Revolución Ciudadana (RC) de la que mantuvo Violeta Parra, cuando en 1971 llamó a los estudiantes “pajarillos libertarios” y “aves que no se asustan de animal ni policía”, ni temen las “balas ni el ladrar de la jauría”.
Cuán alejada la visión de la RC sobre los adoquines, las piezas con las que los estudiantes en Mayo del 68 alzaron barricadas y, una vez retirados del piso, encontraron que debajo de ellos había arena, la arena con la que alguien evocó un lugar paradisíaco y estampó uno de los grafitis más bellos de aquel acontecimiento: “Debajo de los adoquines, la playa”.
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