
Lo que se creyó que sería cuestión de pocos días, o a lo más de una semana, ha superado ya los tres meses y, desde luego, en ninguna parte aparece el anhelado humito blanco que indique el final. Todo lo contrario, las cosas empeoran día tras día.
Goliat contra David. Desde los tiempos míticos, nos hemos caracterizado por acudir a la fuerza para arreglar nuestros conflictos personales y colectivos. Y también para someter al débil y usurparle sus bienes, su casa y su terreno, también sus esposas e hijas.
Toda guerra es eminentemente sacrílega pues sus objetivos son herir, asesinar, destruir todo lo que encuentra a su paso. No solo profana las libertades personales y colectivas, sino también el derecho irrenunciable a vivir la propia existencia en el territorio de la libertad personal y colectiva.
A lo largo de 500 años, Rusia no ha cesado de conquistar territorios ajenos para incorporarlos al suyo. Una larga historia de prepotencia que se fortaleció significativamente cuando optó por el socialismo que le sirvió de parapeto para, con el pretexto de liberar a los pueblos de la esclavitud de los poderosos capitalistas, sembró la semilla de la supuesta igualdad social con un comunismo que sirvió de mucho a unos pocos que rápidamente se enriquecieron.
De pronto se propuso apoderarse de Ucrania. Puesto que su deseo es la ley, Putin no ha dudado en invadir Ucrania con el propósito de aniquilar cualquier pensamiento, actitud o política diferente a sus deseos.
la sostenida invasión rusa a Ucrania da cuenta de que la solidez de la Unión Europea estaría llegando a su fin. Un final absolutamente fatal no solo para la Europa occidental sino para todo Occidente.
Asesinar constituye parte fundamental de estas guerras ciegas y necias. Esas muertes y destrucciones llenan de placer a los perversos. No importa que se trate de niños, de mujeres o de ancianos: todo da igual. Cuanta más destrucción y sangre derramada, más grande es el goce perverso.
¿Por qué Europa ha respondido tan tibiamente? Las lógicas que maneja el poder no son precisamente iguales ni equivalentes a las lógicas de la vida cotidiana y menos aún a la ética social que se sostiene en la libertad. El manejo del poder requiere siempre de espacios oscuros en los que se tejen y entretejen deseos y expectativas que hasta podrían pertenecer al orden de lo perverso que, a su vez, desconoce el valor fundante de la verdad.
Toda guerra no constituye sino una forma de legitimar el asesinato y la crueldad. Esas pasiones que nos habitan y que el poder se encarga de oficializar y legitimar. Toda guerra no es otra cosa que una forma más de asesinato oficial que fuera tan sostenido y bendecido por todas las religiones incluido, desde luego, el cristianismo que se impuso en Occidente a sangre fuego. La Santa Inquisición romana asesinó a más de 32.000 personas, todas absolutamente inocentes. Putin es un soberbio inquisidor que no soporta la diferencia: todos están obligados a repetir sus supuestas verdades.
“Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual”. Los poderes absolutos, como los de Putin, poseen el don de la crueldad que les pertenece de suyo. Desde sus imaginarios, cree que de esta manera se fortalece como, en su tiempo, la Iglesia de Roma. Pero ignora que cada muerte, cada bombardeo, cada destrucción en Ucrania constituye una herida a su poder que, más temprano que tarde, se desmoronará para siempre.
Por otra parte, la sostenida invasión rusa a Ucrania da cuenta de que la solidez de la Unión Europea estaría llegando a su fin. Un final absolutamente fatal no solo para la Europa occidental sino para todo Occidente.
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