
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.
El conductor de la unidad de transportes Vingala, que hace la ruta Sangolquí-Quito, por la Autopista General Rumiñahui, advierte a los pasajeros a grito pelado: "señores, ya mismo llegamos al Desvío, guarden sus celulares y pertenencias, después no me estarán culpando a mi". Lo advierte porque los reclamos de los pasajeros suelen ser que los choferes dejan subir a los ladrones, cuchillo en mano, quienes pagan el pasaje y luego de atracar se bajan muy campantes.
El Desvío, es llamado así porque es donde las avenidas Rumiñahui y Simón Bolívar se cruzan. Debajo del puente de la Simón Bolívar, en los lados norte y sur, están las paradas de buses, donde pululan bandas de ladrones. Usan cuchillos para amenazar y, en no pocos casos, herir a los pasajeros; les quitan los celulares, las computadores, las carteras, las mochilas... Las víctimas son, por lo general, jóvenes estudiantes universitarios de ambos sexos. Los asaltos se incrementan en las horas pico, pero los ataques se dan a todas horas.
Yo fui testigo de uno de esos atracos. El bus iba semivacío hacia Sangolquí, y en la fila de asientos de atrás estaba un joven dormido. Universitario seguramente. Un tipo pagó pasaje en el Desvío se subió y se sentó a su lado. «Qué fue pana» le dijo al muchacho, como si fueran panas mismo. El chico se despertó y le saludó «qué fue». Luego sintió el terror del puñal debajo de las costillas. El ladrón se bajó luego de unos segundos. Luego el muchacho se levantó lívido «me acaban de robar el celular» anunció en voz alta. Fui donde el chofer que aceleró en la bajada y vi una cámara en la parte de arriba de la cabina, las del 911. «¿Está filmado?», le pregunté. «No funciona, ahorita, cuando funciona se han ido a la Fiscalía pero no pasa nada». Siempre es lo mismo, no-pasa-nada. Los usuarios viven siempre momentos de terror al llegar al Desvío. Mi hija, usuaria también del transporte público, ha sido testigo de cinco asaltos.
También se suben vendedores de toda calaña. Algunos de ellos son amenazantes. Hace pocos días, uno de ellos, que dijo ser de Esmeraldas, subió a vender chocolatinas, y como nadie le compró dijo a los pasajeros que nos estaba haciendo un favor, porque bien podía estar con un cuchillo en el Desvío, cazando víctimas y no vendiendo honradamente. Literal.
la Prefectura es la responsable de la administración y seguridad de la autopista. Si no lo sabe se le pasa el dato. Si lo sabe, seguramente no le importa porque supongo que más importante que la seguridad de miles de usuarios del transporte público es defender el honor de la señora Cristina Fernández de Kirchner
Decenas de robos y asaltos se dan en el Desvío, todos los días. Los usuarios de los buses que van y vienen de Los Chillos lo saben, las cooperativas que dan el servicio lo saben, los choferes y ayudantes lo saben y estoy seguro que la Policía lo sabe y también el 911. Pero los responsables no hacen nada. ¿La prefecta de Pichincha, Paola Pabón, lo sabe? Hago la pregunta porque la Prefectura es la responsable de la administración y seguridad de la autopista. Si no lo sabe se le pasa el dato. Si lo sabe, seguramente no le importa porque supongo que más importante que la seguridad de miles de usuarios del transporte público es defender el honor de la señora Cristina Fernández de Kirchner, allá en Buenos Aires, Argentina. O tal vez porque la señora prefecta no anda en bus y no tiene empatía por los habitantes de Los Chillos que usan el bus. Como la Prefectura no tiene policía propia, quizá una llamadita al comandante de la Policía o al Ministro del Interior serviría de algo. Así, incluso podría lavarse las manos, deporte favorito de nuestros políticos indolentes. Quizá un pequeño porcentaje de los diez millones al año que reporta el peaje de la Autopista a Los Chillos se pueda usar para la seguridad de los usuarios.
Este dato se lo he pasado a todo el mundo. El Desvío es un nido de delincuencia. Y la solución no es fácil, pero por ahora bastaría con poner una moto con un policía a ambos lados de la autopista, o una carpa de seguridad, a modo de disuasión permanente o al menos en horas pico. Sin embargo, tampoco hay oídos ni voluntad para ello. Ojalá no haya un asesinato por robar un celular —que será comprado barato por algún ciudadano de bien— hasta que se despabilen los responsables de la seguridad ciudadana, empeñados como están en vencer al Cartel de Sinaloa o en denunciar el lawfare a escala mundial.
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