
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La transición administrativa debería ser fluida, suave. A fin de cuentas, se supone que tan solo se están pasando la posta entre Correa y Moreno. Como en un equipo de atletismo. Al menos, eso es lo que quiere hacernos creer la propaganda oficial. No obstante, se percibe un rebullicio imprevisto. Como si las piezas no encajaran.
Ni Correa está convencido de que en tres semanas dejará de ser presidente, ni Moreno de que lo será. Hay una superposición de roles que provoca suspicacias de toda índole. Mientras Correa dinamita aún más la endeble institucionalidad que deja en herencia, Moreno solapadamente lanza unos torpedos demoledores… como su encuentro público con Yanis Varoufakis.
Con tantos genios de la economía que se supone tiene el correísmo, ¿para qué traen a un economista griego a sugerir salidas a la crisis? De referentes mundiales de la economía, como nos publicitó el régimen durante una década, pasamos a ser ineptos consumidores de recetas importadas. Con ese contexto, no se necesita de mayor agudeza mental para concluir que el manejo de la economía en estos diez años ha sido un completo fracaso. ¿Calculó Lenín Moreno que las declaraciones de Varoufakis constituyen una velada crítica respecto de la ineptitud de Correa como economista? ¿O fue una reacción quisquillosa y desesperada para romper el cerco que le han impuesto los correístas de cepa?
Porque a partir del 19 de febrero quedó claro que Correa pretende seguir mandando durante los próximos cuatro años. Cuenta con suficientes esbirros en las más altas funciones del Estado como para confiar en sus pretensiones. Y también cuenta con un marco legal represivo de difícil disolución. Leyes, decretos y nombramientos de última hora configuran un campo minado para el sucesor. El espacio para el diálogo ofrecido por Moreno tendrá que conseguirse a codazos, y la mayoría de correístas no están dispuestos a ser desplazados en aras de eventuales acuerdos con otras fuerzas políticas y sociales.
Más allá de la verborrea presidencia y la publicidad oficial que promocionan el paraíso, quedan unos complicados atolladeros: dirigentes sociales perseguidos y enjuiciados, medios de comunicación acorralados, deuda pública incuantificable, veedores ciudadanos acosados, leyes fascistoides en curso, corrupción sistémica, narcotráfico rampante. Todo un esquema preparado y premeditado para impedir cualquier cambio, cualquier viso de institucionalidad, cualquier avance democrático. Todo un desafío para el nuevo mandatario.
El país se pregunta, con justificada razón, si el licenciado Moreno tendrá no solo la voluntad, sino la posibilidad de marcar un rumbo distinto. Como presidente electo ya debía dar signos de autoridad. Pero, al contrario, persiste en proyectar una imagen de ilegitimidad luego de los confusos resultados electorales, y de flaqueza frente a la sombra arrolladora de su antecesor.
Hay una guerra sutil al interior de las fuerzas verde-flex. No solo de estilo, como se pregona, sino de intereses. Lo grave es que las guerras en la pobreza suelen ser más despiadadas. Pronto aparecerán las primeras víctimas.
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