Aunque mantenerse en el poder es una condición necesaria para ejercerlo y conseguir su objetivo último: el bienestar de la ciudadanía, muchos políticos, confundiendo las cosas, asumen que su permanencia en el poder es un fin y no un medio. Colocan, de esta manera, su interés personal sobre el interés público y en vez de hacer lo debido para alcanzar el bien de los ciudadanos, hacen lo conveniente para sus intereses.
De lo que se sabe, el presidente electo, Daniel Noboa, participa de dicha confusión, la misma que, paradójicamente, impidió que Guillermo Lasso concluyera su período. Noboa, a fin de evitarse problemas durante el año y medio de gobierno para el que fue elegido, ha buscado aliarse con el correísmo. De prosperar tal alianza, durante ese año y medio y con esos aliados, no hay duda de que Noboa hará lo que le conviene y les conviene a ellos, y no lo que debe.
A los acuerdos por conveniencia, esos que les ayudan a mantenerse en el poder sin mayores sobresaltos, los políticos les llaman “gobernabilidad”, e, invocando su nombre, se permiten las peores inconsecuencias.
Para quienes, rechazando el ascenso de los correístas al gobierno, votaron a Noboa, el intento del presidente electo de aliarse con quienes sus votantes rechazaron es una injusticia y una traición. Ellos saben que los acuerdos antinaturales, forzados por el puro interés de sobrevivencia política, generan efectos contrarios a los buscados
A diferencia de ellos, un verdadero estadista hace lo debido aunque al hacerlo ponga en peligro su permanencia en el poder. Un verdadero estadista no es pragmático, es honrado y, consecuente con los principios de la democracia y el Estado de derecho, busca hacer lo justo sin oprimir a nadie. Para un estadista auténtico, sobre el ideal de gobernabilidad está el ideal de justicia, esa virtud que consiste en dar a cada quien lo que le corresponde según sus méritos y faltas. Así, el que ha cometido delitos graves debe ir a la cárcel. Es lo justo.
La justicia, como sostenía Aristóteles, es una virtud referida a los otros. Quien la practica, y esto es lo que se espera de un gobernante, piensa en el otro más que en sí mismo. El injusto, en cambio, está pensando siempre en su provecho, sin que le importe perjudicar a otros por conseguirlo.
Quien, aparte de injusto es megalómano, va mucho más allá. Si debe destruir el mundo para lograr su objetivo, no dudará en hacerlo. Rafael Correa, con quien Noboa quiere pactar ahora, pertenece a esa peligrosísima categoría.
Para quienes, rechazando el ascenso de los correístas al gobierno, votaron a Noboa, el intento del presidente electo de aliarse con quienes sus votantes rechazaron es una injusticia y una traición. Ellos saben que los acuerdos antinaturales, forzados por el puro interés de sobrevivencia política, generan efectos contrarios a los buscados. ¿No cayó Guillermo Lasso por no deshacerse a tiempo de los asambleístas de la Revolución Ciudadana?
Un país gobernable, pero injusto, es lo que nos ofrecen los correístas y lo que, al parecer, quiere darnos Daniel Noboa. No lo elegimos para eso.
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