
Es innegable que el país está en riesgo. Se han combinado las crisis. Las mayores amenazas a una nación están presentes en el día a día. Hay alertas máximas en la política, la economía, lo sanitario y lo social.
El Gobierno, el Parlamento, la Justicia, han permitido que esto avance. Ante esta coyuntura, el ciudadano debilitado, coartado en sus libertades por la pandemia y el aprovechamiento de algunos políticos, parece que no tiene escapatoria a su destino.
Las redes sociales han servido para la queja. Una mini explosión de rabia. Pero esos pequeños estallidos en tuits y mensajes en otras redes, se multiplican. A veces son una avalancha.
Los ciudadanos, impotentes, reclaman, se enfrentan, se burlan, exigen. Parece que el agua les llegó a las narices. Están desesperados.
Este escenario es perfecto para los populistas. Es verdad. Pero también hay una posibilidad contraria. Y es esa que está relacionada con la organización de esos reclamos. Que es lo que siempre temen los poderosos.
Al parecer, estamos a muy poco de que alguien o un grupo de personas controle la distorsión. Y se convierta en una válvula de escape ante tanta infamia y desdén.
El Presidente fue advertido en varias ocasiones de los peligros a los que exponía al Ecuador si continuaba con su manejo ligero de la organización del Estado. Si no abandonaba la repetición de un modelo correísta que no sirve, ese que luego del gran banquete nos trajo la desdicha. Del que él fue parte... Cuántos lo apoyaron para que cambie el modelo, y a cuántos engañó…
Muchos hablan ya de reformas estructurales del Estado, y el 68% de ecuatorianos quiere un líder que cambie el mamotreto de Constitución que rige en nuestras vidas.
Parece que su gobierno ya agoniza. Es un desaparecido. Ausente en la guía del país, que, según las últimas mediciones de encuestadoras confiables, busca firmeza en las acciones para enfrentar los más grandes problemas. Esos de las alertas máximas. Y nos toca ver hacia el futuro y los retos.
Algún día los ecuatorianos conoceremos las verdaderas razones por las que el Presidente no decidió dar un golpe de timón a la conducción de su Gobierno en tiempos de pandemia...
Hasta tanto, parece que su gobierno ya agoniza. Es un desaparecido. Ausente en la guía del país, que, según las últimas mediciones de encuestadoras confiables, busca firmeza en las acciones para enfrentar los más grandes problemas. Esos de las alertas máximas. Y nos toca ver hacia el futuro y los retos.
Solo en un tiempo donde no hay tribunales de justicia, la corrupción no merece ser juzgada ni perseguida. Ahora las acciones de los vigilantes es lo que mantiene el orden social. Y ahí están los periodistas, algunas organizaciones de la sociedad civil y unos pocos ciudadanos.
Hay un gran rechazo a la corrupción. Y en el fondo hay un deseo de venganza. Algo muy grande en el sentimiento de los ecuatorianos. Es un contagio colectivo del ojo por ojo, diente por diente.
Y, finalmente, el empleo preocupa a todos. Más de un millón de personas en el desempleo no es asunto que merezca las mismas respuestas de los mismos actores. Las reformas y las ayudas son urgentes para evitar que esa cifra crezca mes a mes.
Lo sensato es pensar en acuerdos para esos tres graves problemas. En una guerra contra la justicia de rodillas, una guerra contra la corrupción, en una guerra contra el desempleo. Y ya es necesario que aparezcan esas personas que enciendan la luz en esta infame oscuridad, brinden esperanza y soluciones concretas.
Las elecciones presidenciales del 2021 no serán suficientes para el cambio. Hay que ponerles la agenda a los políticos desde la ciudadanía organizada.
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