PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
En la escena novelada que Carlos Matus crea en su libro Adiós, Señor Presidente, la situación de los presidentes saliente y entrante en democracia muestra el dilema del gobierno. El que se va reconstruye en su mente la sucesión de decisiones y acciones que tomó y los resultados alcanzados. La prensa tiende a sobredimensionar sus errores y los calificativos de la gestión lindan con la tacha que no admite términos medios. El gobierno del presidente saliente es tildado de mediocre y su salida es festejada como una victoria de la población, en especial de la más pobre.
El presidente entrante, por el contrario, se siente dueño de la gloria. La soberbia le lleva a menospreciar a su antecesor. ¿Quién puede garantizar que esta vez los resultados serán mejores que los del gobierno saliente? Ni el uno ni el otro supieron lo que significa gobernar. Tampoco quienes los aplauden o los reprueban.
El presidente saliente quizá ahora sabe más que cuando se posesionó como presidente. Retrospectivamente piensa que si hubiera sabido desde un comienzo lo que significaba gobernar habría cometido menos errores y sus detractores lo habrían juzgado más benévolamente. Pero ya es tarde. Hoy tiene que entregar la banda presidencial a su sucesor; éste también se equivoca si cree que podrá hacer un mejor papel que su antecesor sin saber ni prever los obstáculos que deberá vencer para cumplir con sus ofertas de campaña.
La baja capacidad de gobierno es la principal causa que frustra las esperanzas de quienes esperan que los elegidos honren sus promesas electorales. El cuento se repite una y otra vez. Reiteran en la tozudez de la manera primitiva de hacer política, en la que prima la improvisación, el reparto de las cuotas de poder, la carencia de equipos de gobierno.
Tras la euforia del triunfo electoral el gobernante se enfrenta con “cifras frías, intereses estrechos, complejidades técnicas, realidades implacables, burocracias insensibles, oportunistas voraces, impaciencia, desconfianza”.
Lo que se dice en campaña para ganar votos se desploma ante un panorama en el que las palabras y las buenas intenciones no son suficientes para corregir desigualdades ancestrales, condiciones coyunturales desfavorables, resistencia social y obstrucción política.
Así ejemplifica Carlos Matus el drama que se vive en las altas esferas del poder. Acudió a este género para darle a la teoría un cariz literario y evadirse del tecnocratismo. Con este ensayo novelístico, se entiende mejor el concepto de planificación y los desafíos que enfrentan los gobernantes cuando entran y salen del mando que les confió el pueblo en las urnas.
Este cuadro que traza Matus en su libro Adiós Señor Presidente, aplicable a cualquier país, nos ubica en la verdadera dimensión de la transmisión de mando que tendrá lugar este jueves en Ecuador.
Tengo la impresión de que se equivocan quienes tachan a Lasso como el peor gobierno de la historia. También quienes lo salvan y aseguran que Lasso fue un gobernante excepcional. El tiempo mostrará sus aciertos y sus equivocaciones. Los que se apresuran a emitir juicios definitivos sobre el mandato de Lasso corren el riesgo de juzgarlo desde las simpatías o antipatías o desde los prejuicios, también desde la ignorancia.
Sin duda Lasso enfrentó una grave crisis de gobernabilidad. Desde que se abrió del pacto con el correismo y el socialcristianismo, fue objeto de una encarnizada guerra desde la Asamblea y desde las calles. Sin embargo, no se quedó con los brazos cruzados. Martín Pallares, acervo crítico del presidente Lasso, reconoce con apertura y madurez “El logro silencioso e invisible de Lasso” en su columna de Expreso. Se refiere al enfrentamiento de la desnutrición crónica infantil, que ninguno de sus antecesores pudo ni quiso atacar. En apenas dos años de su administración, señala, bajó los índices de este flagelo. Se trata, dice, de uno de los más relevantes esfuerzos de la reciente historia del país, “quizá comparable únicamente con esa otra revolución social (también muy poco reconocida) que fue la eliminación en la Sierra, durante los años 70, del cretinismo por falta de yodo en la sal, que ocasionaba bocio endémico”.
No se puede olvidar tampoco el exitoso plan de vacunación de millones de ecuatorianos contra el coronavirus. Pese a la enardecida cruzada contra la estabilidad política, Lasso no se excedió en sus atribuciones y ejerció el poder democráticamente. Echó abajo la ley mordaza de comunicación, y junto a Fernando Villavicencio libró una incansable lucha contra la corrupción. Los resultados de su gestión en los planos económico y social habrá que evaluarlos con seriedad. Hay logros, pero también falencias.
A partir de esta reflexión hay que dar a Lasso la ventaja de la duda. No sabemos si lo que cabe es decirle adiós, o hasta la vuelta, señor presidente.
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