
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Se equivocan quienes piensan que el Gobierno de Guillermo Lasso cuenta con una estrategia política bien planificada y estructurada (a menos que la improvisación implique un tipo de estrategia). Porque, en la práctica, lleva un año y medio moviéndose entre reacciones, tanteos y disparos al azar. Perdigonazos para ver si cae algo.
En algunos casos, esta forma de gobernar le ha dado buenos resultados. Por ejemplo, el agresivo plan de vacunación con el que inauguró su administración. Pero, en general, el régimen sigue proyectando la imagen de que no tiene un horizonte medianamente definido.
Hay que reconocer que, a más de las contingencias y avatares tan comunes a nuestra política, Lasso heredó tres situaciones imprevistas, con impactos devastadores: la profunda crisis económica derivada de la pandemia, el conflicto indígena y la guerra contra el crimen organizado. Con esos escenarios, era muy difícil trazar una ruta de gobierno coherente y manejable.
La respuesta a una situación tan compleja y plagada de tanta incertidumbre ha sido la improvisación, particularmente en su relación con la Asamblea Nacional. Leyes insignias del Gobierno (como la tributaria y la laboral), designación de altos funcionarios del Estado o amagos de muerte cruzada han sufrido suertes tan disímiles que más parecen el resultado de una apuesta de casino. Ausencia crónica de visión y negociación podría ser una calificación adecuada para esta gestión política.
Vender la idea de que la extradición y la militarización del espacio público son la solución milagrosa frente a la violencia criminal sintoniza con el ánimo nacional, aunque no resuelve nada ni a la corta ni a la larga.
La única iniciativa que hasta ahora se aparta de esta lógica de la improvisación es la consulta popular. Nada creativo si consideramos que las consultas han terminado convertidas en instrumentos coyunturales de todos los gobiernos. Sin embargo, toca admitir que esta vez el Gobierno ha calculado bien los tiempos y las agendas, especialmente en los temas de seguridad. Vender la idea de que la extradición y la militarización del espacio público son la solución milagrosa frente a la violencia criminal sintoniza con el ánimo nacional, aunque no resuelve nada ni a la corta ni a la larga.
Es probable que, estimulado por el relativo éxito de la convocatoria a consulta popular, el presidente Lasso haya decidido lanzarse a la aventura de la reelección en 2025, tal como hizo público en unas recientes declaraciones. En principio, luce como un despropósito que un mandatario con tan escaso nivel de aceptación opte por esa posibilidad. Mucho más sabiendo que, de acuerdo con varios pronósticos creíbles, el próximo año será social y económicamente catastrófico. Buscar la reelección con semejante panorama es un suicidio.
Entonces, el anuncio de la reelección debe leerse como una improvisación más en esta sinuosa y errática trayectoria del Gobierno. No se trata de un globo de ensayo; en realidad, es otra apuesta para exorcizar las tormentas actuales y futuras. ¡Suerte o muerte!
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