
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Temeraria. Únicamente con ese adjetivo se puede calificar la decisión del Gobierno de lanzarse al vacío con un paracaídas de papel celofán. Porque eso, exactamente, es la consulta popular: un dispositivo que no podrá impedir la caída estrepitosa del régimen en las próximas elecciones.
¿Desde qué análisis coyuntural o estratégico se tomó esta iniciativa? La pregunta es pertinente dada la sensación de desubicación total que proyecta el Gobierno. En efecto, la ciudadanía sospecha que allá en las alturas del poder existe una desconexión crónica con la realidad cotidiana de la población. Sobre todo, de la población más pobre y excluida. Las preguntas propuestas para la consulta popular no sintonizan con las aspiraciones más urgentes de la gente. Algunas inclusive adolecen de un nivel de abstracción jurídica difícil de comprender hasta para los más versados en política.
Que la consulta se convierta en un plebiscito sobre el Gobierno será inevitable, por la sencilla razón de que es el convocante. Que el presidente Lasso y sus operadores políticos supongan que con las argucias jurídicas pueden obviar está amenaza es un error de bulto. Basta revisar la historia de nuestras consultas populares (que no es muy extensa) para confirmar cómo funciona este recurso constitucional. Solo triunfan los gobiernos con una amplia aceptación, inclusive si las preguntas son intrascendentes.
Que la consulta se convierta en un plebiscito sobre el Gobierno será inevitable, por la sencilla razón de que es el convocante. Que el presidente Lasso y sus operadores políticos supongan que con las argucias jurídicas pueden obviar está amenaza es un error de bulto.
Pero si lanzarse a una aventura electoral con una aprobación presidencial inferior al 20 por ciento es un despropósito, mucho más es hacerlo con unas preguntas que no generan el más mínimo entusiasmo.
Ni a favor ni en contra. Es por demás obvio que cualquiera que sea el resultado de la consulta, las condiciones generales del país no cambiarán. El empleo, la seguridad, la salud y la educación, por citar únicamente los problemas más sentidos por la población, no se resolverán por la vía jurídica. Pretender cambiar la realidad con leyes equivale a colocar la carreta delante de los bueyes. Experiencia tenemos de sobra: veinte y tantas constituciones no han logrado sacar al país del atolladero.
Sin embargo, el presidente Lasso no puede –o no quiere– salir de la burbuja en la que habita. Un banquero sí puede sobrevivir de espaldas a la realidad popular; un presidente de la República, no. Otros políticos de derecha lo han entendido y han desarrollado una astucia natural para establecer vínculos con los sectores populares, al menos para manipularlos y hacer un ejercicio populista del poder. A Guillermo Lasso, en cambio, parece fastidiarle la amarga realidad de la marginalidad: quiere pobres ilustrados, no seres humanos necesitados que demandan respuestas puntuales e inmediatas a sus problemas.
Por eso las preguntas de la consulta popular son políticamente asépticas, descafeinadas. No solo insinúan soluciones inciertas, sino de difícil ejecución. Son indigeribles para el común de los votantes. Definitivamente, a Guillermo Lasso le falta roce popular.
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