Hoy en día, América Latina atraviesa un ciclo caracterizado por la presencia de gobiernos demagogos con escasa capacidad creativa para promover el desarrollo. Estos gobiernos, en lugar de impulsar el progreso, tienden a monopolizar las instituciones y utilizarlas para ejercer control sobre diversos sectores de la sociedad, incluyendo a sus opositores.

La situación que enfrentan la mayoría de nuestros países ha generado una migración masiva, alimentando el caldo de cultivo para el crimen organizado. Esto ha generalizado problemas como la pobreza extrema, la corrupción, el sicariato y las condiciones de vida infrahumanas. La desconfianza hacia el Estado es palpable, y la debilidad del principio de autoridad ha llevado a una polarización política que solo ha exacerbado la pobreza, el populismo y el clientelismo.

Hasta el año 2022, aproximadamente 183 millones de personas en nuestra región se ven afectadas por la pobreza, según datos de la CEPAL. La pandemia de COVID-19 exacerbó la precariedad de nuestros sistemas de salud, llevando al colapso en muchos países.

La educación no ha sido efectiva para combatir la pobreza y el subdesarrollo debido a varios factores, incluso como un medio de adoctrinamiento "progresista". Esto ha descuidado la formación real necesaria para el progreso individual. Lamentablemente, esto no se aborda en la agenda educativa actual de nuestra región, que da prioridad a la formación globalista.

La desigualdad estructural es un problema crucial en nuestros países. Aunque se habla de reducir las brechas, escándalos como el de Odebrecht en algunos países de América Latina han revelado la corrupción que se produce en el Estado durante las inversiones destinadas al desarrollo nacional.
América Latina enfrenta crisis sociales constantes que pueden intensificarse gradualmente, aumentando el riesgo de mayor violencia e intolerancia.

En busca del Progresismo: debilitamiento de algunas instituciones

El progresismo, aunque busca la inclusión social y el bienestar para todos, ha generado nuevos estereotipos y ha debilitado la institución familiar. En su intento de abordar la violencia contra la mujer, ha promovido la creación de diversas formas de familia y ha cuestionado la masculinidad, sin lograr reducir los índices de violencia.

Se busca debilitar también a las fuerzas armadas, vitales para la defensa de la soberanía nacional. La estrategia consiste en erosionar su imagen ante la sociedad para promover la idea de que ya no son necesarias en un mundo cada vez más inclusivo y con menos fronteras.

En este sentido, se puede mencionar la influencia gramsciana, especialmente en el ámbito cultural, donde el progresismo encontró su principal campo de batalla y obtuvo resultados. Ha copado medios de comunicación, las artes y otros espacios culturales, lo que en algún momento permitió que la mayoría de los gobiernos fueran de izquierda. Sin embargo, esto ha traído consigo caos y precariedad social a las naciones de la región.

Retomar el camino del progreso

Tras analizar la situación de nuestra región y su impacto, especialmente con el desbordamiento del crimen organizado, debemos retomar el camino del progreso. Es esencial dejar atrás las tendencias que no han funcionado y regresar al conservadurismo para encontrar la senda hacia el progreso y la prosperidad. Necesitamos líderes con una visión clara para construir una sociedad inclusiva y libre de ideologías, donde los derechos humanos sean comprendidos correctamente. Es fundamental reconocer que sin trabajo no hay economía, reducir la burocracia y promover valores como el respeto, la tolerancia y la búsqueda de consensos para avanzar hacia el progreso y dejar atrás al progresismo.