
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.
“¿Cuál de todos los métodos de tortura practicarán en mi cuerpo cuando me lleven preso, antes de asesinarme o desaparecerme? ¿Utilizarán la tortura de la gota? ¿Me harán descargas eléctricas por todo mi cuerpo o pondrán una rata tapada con una cubeta metálica sobre mi abdomen para prenderle fuego por fuera después? ¿Me clavarán alfileres en las uñas para que les diga la verdad? ¿Cuál verdad si la he dicho durante nueve meses? ¿Me desollarán como a mi compañero Julio César Mondragón Fontes para infundirle terror al pueblo?”
Omar García Velásquez
Sobreviviente de la represión de Iguala del 26 de septiembre de 2014
No se graduaron los 43 de Ayotzinapa este 18 de julio. Se graduó su clase. Ellos no llegaron porque los desaparecieron. Sus padres no estuvieron en la ceremonia. Ese vacío lacerante de los 43 se abrió como una herida infinita con la ausencia de sus padres, que no quisieron asistir porque lo único que les queda es resistir por sus desaparecidos. No quisieron negociar con nadie ni congraciarse con ninguna autoridad. No prepararon la comida de graduación, no reunieron dinero para la fiesta. Nadie preparó discursos de fin de estudios, de madre orgullosa, de padre emocionado. Nadie vistió a sus hijos para que vieran graduarse a su padre jovencísimo, que era apenas un muchacho. No hubo planes ni lágrimas de alegría. No habrá besos ni abrazos que lleguen a los desaparecidos. No podemos alcanzarlos.
Los 43 no se graduaron. Nunca van a ser maestros de primaria. No van a enseñar a nadie a leer ni a llegar a su casa por el camino menos peligroso, ni a lavarse las manos, ni a sumar ni a restar. Jamás tendrán ya sentados en su clase a niñas y niños pequeñitos con los ojos enormes, esperando su palabra, su esfuerzo, su ánimo para decirles que quizás sea posible vivir sin que la miseria y la muerte sean el único espejo que tenemos. En cada aula de cada escuela habrá un vacío, una ausencia inabarcable en donde debieron estar ellos, de pie, haciendo aquello que creían que nos puede salvar: enseñar a leer.
En la ceremonia de graduación, unos de los padrinos de la promoción 2011-2015, Juan Villoro, denuncia que quedan apenas 17 escuelas normalres rurales de las 32 que había. Sólo la resistencia las ha mantenido abiertas, dice. Los 43, como lo hacen miles de jóvenes de las normales rurales, se preparaban para enseñar a leer y resistían a fin de mantener abiertas sus escuelas, sus mínimas condiciones. A uno de ellos, Julio César, le arrancaron los ojos mientras estaba vivo. Y con eso mostraron el miedo enorme que tienen a quienes leen, piensan y resisten.
Abel, Abelardo, Adán, Alexander, Antonio, Benjamín, Bernardo, Carlos Iván, Carlos Lorenzo, César Manuel, Christian Alfonso, Christian Tomás, Cutberto, Dorian, Emiliano Alen, Everardo, Felipe, Giovanni, Israel, Israel Jacinto, Jesús Jovany, Jonás, Jorge, Jorge Aníbal, Jorge Antonio, Jorge Luis, José Ángel, José Ángel, José Eduardo, José Luis, Jhosivani, Julio César, Leonel, Luis Ángel, Luis Ángel, Magdaleno Rubén, Marcial, Marco Antonio, Martín Getsemany, Mauricio, Miguel Ángel, Miguel Ángel, Saúl. Ustedes no se graduaron porque los desaparecieron. Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán. Son 43. Son 93.000, sólo en México.
Cada uno de nosotros tiene una fosa bajo los pies. Estas resistencias nos convocan y nos conciernen, se extienden desde su lugar hasta el nuestro. Donde haya represión, impunidad, censura, cárcel para los estudiantes y los disidentes, esa fosa se habrá extendido como una mancha. Los 43 estarán siempre allí para recordárnoslo, y estarán sus sobrevivientes, sus padres, quienes hubieran sido sus alumnos, quienes hubieran aprendido a leer con ellos en ese encuentro hoy imposible. Pero porque no pueden desaparecerlos a todos, los niños que se eduquen en las normales rurales de todas maneras serán alumnos de los 43, hijos de su resistencia y de su ausencia. Esos niños van a aprender a leer y a pensar. Ahí está la resistencia.
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