
"Legal es el robo" dice nuestro pueblo, para hacer notar algo que es evidente para el hombre común, sin necesidad de ser un "profesional del derecho": no porque algo sea legal es justo.
Legal fue el robo en la Alemania de Hitler, ese Estado de derecho en el cual, con el voto entusiasta de los diputados nazis, que iban a las sesiones disfrazados de soldaditos, se aprobaron las criminales leyes de Nuremberg, una ley legalísima que criminalizaba a toda persona que había nacido judía y regulaba los matrimonios en nombre de la "moral y las buenas costumbres". No perseguía el Estado nazi personas: perseguía delitos. Nacer judío -o casarse con uno- es delito, luego, había que perseguir a esos delincuentes. La "roña de la leguleyada" que ha dicho el escritor colombiano Fernando Vallejo.
Legal es el robo en Rusia, donde se aprobó hace poco una ley que, en defensa de la inocencia y los derechos de los niños, niñas y adolescentes de la Madre Rusia, los protege de la infame propaganda progay, que empezaba a manifestarse en las calles de Moscú. Ley con todos los requisitos: debidamente discutida en el Legislativo y votada por la abrumadora mayoría de los diputados del pueblo soberano. La Rusia de Putin, Estado de derecho, no persigue a los gais en cuanto personas: persigue el delito de su inmoral propaganda. Se acabaron en Moscú las marchas de transexuales en busca de su derechos: corren el riesgo de ir a la cárcel por corromper a los niños. Nuevamente, legal es el robo.
Legal es el robo en Uganda: esa satrapía africana ha iniciado su propia cruzada contra los gais de ese país. Muy respetuosa del trámite de las leyes, ha pasado una ley que, nuevamente, no persigue personas, sino a quienes cometen el delito de haber nacido homosexuales, hecho del que cada vez más hay amplia evidencia sobre su naturaleza genética e innata. Uganda es Estado de derecho con todas las de ley: persigue delitos, pero respeta profundamente al delincuente en cuanto persona, faltaba más. La pena es la cadena perpetua. Ante el aluvión de críticas internacionales a esta barbaridad, Uganda ha apelado a su altivez y soberanía.
Si en la Alemania nazi era delito nacer judío, en la Uganda contemporánea es delito nacer gay. Legal es el robo.
Si sobran ejemplos en el mundo, ¿de qué nos sorprendemos cuando una juez ecuatoriana, con o sin Estado laico, con o sin liberalismo radical, con o sin Eloy Alfaro, opina que, como la Constitución de Montecristi invoca a Dios, amén, no hay matrimonio igualitario?
Como he advertido en varias ocasiones, la Constitución de Montecristi es el sueño dorado de los ultramontanos de Estados Unidos, que aún no logran hacer aprobar una enmienda a su Constitución que diga: "tal como dice la palabra de Dios, amén, el matrimonio es entre hombre y mujer. Creced y multiplicaos". Quienes lo siguen negando lo hacen por conveniencia o acomodo.
¿Qué dirán ahora ciertos activistas que han guardado silencio cómplice frente a las prohibiciones de la Constitución de Montecristi? ¿Que hay "temas más importantes"? ¿Que con la tan cacareada "despenalización de la homosexualidad" basta y sobra para que ellos y ellas consigan la felicidad? ¿Qué dirán ciertos 'cuadros' del feminismo que fungían de constituyentes en Montecristi, y guardaron un vergonzoso silencio frente a eso que llaman eufemísticamente los abogados "la voluntad del constituyente"?
Basta leer y escribir con solvencia de colegial para darse cuenta cuál fue la "voluntad del constituyente de Montecristi": que los gais ecuatorianos sigan siendo ciudadanos de segunda. Y mientras la Constitución siga redactada de esa forma, todo recurso legal es inútil, tanto en el Ecuador, cuanto en las desprestigiadas 'instancias internacionales de derechos humanos' a las cuales ningún Estado de la región hace ya el más mínimo caso.
La Constitución es legal, pero no todo lo legal es justo.
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