
¡Súbele 4 bloques más! ¡Aumentemos un guardia más! ¡Compremos una pistola! Son frases que han acompañado la conversación de las familias ecuatorianas de las clases altas a propósito de la crisis de seguridad que embarga al país.
Por más que suene absurdo, estas medidas simples, pero aparentemente prácticas, desnudan de cuerpo entero lo que somos como país. Paradójicamente, las élites ecuatorianas han venido resolviendo el problema de seguridad, empeorándola.
Así fue como nacieron los “micro” barrios en los suburbios de las grandes ciudades ecuatorianas. Bien amurallados, con alambres en formas de serpentinas, e incluso con electricidad que se muestran más como un cuartel o incluso una cárcel: Cárcel para los ciudadanos “de primera”. Al final, hemos convertido a los suburbios de las ciudades, en una especie de panales unos junto a otros, que viven otra realidad, en otra sociedad.
Aquí es donde la información tiene que sincerarse. Subir más los cerramientos, tener más guardias, o tener el arsenal de “Rambo” en casa, poco o nada podrá resolver su propia sensación de inseguridad, y es que la calentura no está en las sábanas.
Desde hace algunos meses, ya ni siquiera estas ciudades “panales” están a salvo de la vorágine de inseguridad que nos colma como sociedad. No es raro que en los grupos familiares o de vecinos se compartan videos de asaltos a las urbanizaciones más exclusivas, donde se ve a los “encapuchados” actuar tan planificadamente como si fuera esto una película de acción hollywoodense.
El número de muertes violentas que el país tenía hace 20 años comparado con el actual se ha incrementado en el doble. Pasamos de tener 12,84 muertes violentas en el año 2000, al astronómico número de 25 por cada cien mil habitantes que tuvimos en el año 2022.
Hay 17 muertes violentas por día, en un país de 18 millones de habitantes. Números que nos deben llamar a la reflexión del tipo de sociedad que estamos construyendo para nuestras futuras generaciones.
Esa – indiferencia – con la que nuestras élites políticas administran el problema de la seguridad ciudadana, raya incluso en lo inverosímil. Es que resulta increíble pensar que la solución planteada por parte del Gobierno nacional sea armar a la población, como si esto fuera una disputa de números, o de quien tiene el arma más letal. ¡Un verdadero despropósito!
No nos confundamos: el planteamiento del Gobierno no es armar a todos los “buenos” para enfrentarlos a los “malos”, como lo publicita el presidente. Sino que la liberación del porte de armas en la forma como lo ha hecho, ha significado un verdadero beneficio diferenciador para estas élites sociales, que se armarán no me cabe la menor duda, y alzarán un bloque más a ese cerramiento social que las separa de la realidad nacional. Hemos convertido la lucha contra la inseguridad ciudadana en un barómetro de cálculo social elitista.
Al final, nadie gana y todos perdemos. Con seguridad aumentará la tasa de violencia intrafamiliar, el asesinato violento y el asalto a mano armada. Las mujeres de nuestro país, que antes sufrían abuso solo físico, ahora verán amenazada su integridad personal con armas de fuego, dentro de sus propias casas. Las bandas criminales se llenarán de armas, que ahora se enfrentarán con las mismas de sus víctimas. Y las grandes mayorías seguirán igual que como hasta ahora, marginadas.
Lamentablemente, liberar el porte de armas es solo una medida que pretende reposicionar la imagen del presidente y en ninguna forma constituye una decisión responsable o sesuda. Solo tiene un objetivo y es otorgarles a las élites el derecho a su legítima indiferencia.
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