
La audacia de Iza no tiene límites. Citar con carácter de obligatorio a varios asambleístas de Pachakutik —incluida la presidente del primer poder del Estado— para iniciar un proceso de justicia indígena por el hecho de no compartir su radicalismo ideológico, además de rayar en lo ridículo evidencia tanto la osadía con la que toma los asuntos políticos, como su intención de no limitarse a ejercer una simple dirigencia de una organización indígena.
¿Cuál sería entonces su real motivación? Para encontrar una respuesta válida es necesario revisar ciertas acciones determinantes desde su violenta aparición en los hechos de octubre 2019.
Basado en corrientes dogmáticas, como son el mariateguismo y el marxismo, Iza inicia la proyección de un proyecto político cuyo objetivo no es totalmente claro hasta el momento, pero observando el radicalismo de ciertas acciones no se puede descartar que el objetivo final sea totalmente ambicioso y se ubique en el orden de la configuración de un proto-Estado, al menos sobre ciertos territorios en los que poco a poco se ha ido negando la presencia del Estado ecuatoriano.
Para tal efecto, ha sabido configurar ciertos elementos que parecerían dispersos, pero que en realidad responderían a una trama bastante elaborada.
Por un lado, la fuerza. Basado en su concepción violenta de la política, Iza ha promovido el fortalecimiento de la guardia indígena como un brazo de fuerza de la Conaie que pretende suplir el monopolio legítimo de la violencia que constitucionalmente recae en el Estado ecuatoriano. Para esto, desvirtúa la naturaleza del origen de la guardia indígena como cuerpos de vigilancia de pueblos nativos para preservar la Amazonía de la intrusión de extraños con propósitos extractivistas y la convierte en una especie de fuerza protectora de las acciones que emprende la Conaie. En octubre 2019 esa guardia desvirtuada demostró técnicas de combate urbano muy alejadas de las que se emplearían en la protección de los territorios amazónicos y ancestrales.
Basado en corrientes dogmáticas, como son el mariateguismo y el marxismo, Iza inicia la proyección de un proyecto político que se ubica en el orden de la configuración de un proto-Estado, al menos sobre ciertos territorios en los cuales poco a poco se ha ido negando la presencia del Estado ecuatoriano
Asimismo, el territorio. Iza comprende a los territorios ancestrales como espacios apartados del imperio de la Ley en los que la ligereza de su entendimiento le hace creer que su palabra se convierte en regla que todos deben acatar y en los que la soberanía del Estado poco o nada tiene por hacer, empleando la coacción sobre quienes no se ajustan a su voluntad. Es conocido, por ejemplo, la negación del acceso al agua para aquellos que no adoptan sus disposiciones, sobre todo cuando se trata de participar de sus convocatorias para manifestaciones y paralizaciones.
La población es otro elemento considerado. Conociendo las vulnerabilidades del pueblo indígena —principalmente en cuanto su bajo nivel de educación y hasta una cierta sumisión natural en su comportamiento— Iza se aprovecha de ellas y las explota a su favor. Él conoce que una estrategia de resistencia que nace desde abajo de la pirámide como la que está ejecutando, necesita sine quo non del apoyo de la población (bases, en su lenguaje) para lograr lo planeado. Por tanto, la presencia de las masas es fundamental, pero por ahora escasa. No obstante, cultivando dichas vulnerabilidades, los dirigentes indígenas conocen perfectamente cómo cambiar esa situación de desapego a las decisiones de los dirigentes mediante acciones de extorsión y coacción contra el pueblo que dicen defender.
Así las cosas, integrando cada uno de los factores que ha atacado Iza —territorio, población, autoridad, fuerza— sería insensato descartar la hipótesis planteada. Considerando además que él y los ideólogos extremistas que lo acompañan no se sienten cómodos en espacios regidos por los principios y valores de la democracia liberal, su motivación para alcanzar ese anhelado proto-Estado acorde a su radicalismo violento sería aún mayor.
Ante esto, la respuesta del Estado es aún débil, descoordinada e insuficiente, por decir lo menos. Si en los principios fundamentales consagrados en la Constitución se establece que el Estado ecuatoriano es unitario, inalienable, irrenunciable e imprescriptible, ¿qué esperan ciertas instituciones para ejercer una respuesta contundente?
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