
Todo aquello que se realiza aprovechando la oscuridad da cuenta de que algo anda mal. De que probablemente las cosas no se hacen de conformidad con las normas de la justicia y la ética. Porque lo que es justo, legal y ético no tiene por qué esconderse. Al mal, a lo injusto y deshonesto les fascina la oscuridad.
Lo peor es que el presidente Lasso aparezca presuntamente comprometido en este intríngulis cuyo corazón es, no solo lo ilegal, sino lo perversamente corrupto. Si alguien creyese que actos como estos fortalecen a un gobierno, estaría total y peligrosamente equivocado.
Cuando el país descansa, Glas, o Vidrio en los códigos de lo perverso, es liberado gracias a una acción de un juez de una pequeña ciudad de la costa luego de un proceso en el que todo se halla ya predeterminado. Un juez que carece de jurisdicción, puesto que el exvicepresidente de Correa se halla al otro lado de la geografía de este diligente juez.
Nadie del gobierno que, desde luego, debe estar bien informado desde antes, se opone. Un proceso oscuro. Nadie denuncia a tiempo el complot jurídico-administrativo. Parecería que todos quienes están obligados a oponerse, de súbito, han perdido el habla y la ética, y no la noche aquella, sino hace mucho tiempo.
¡Pobre justicia de un país éticamente pauperizado desde los tiempos del correato! Aquellos tiempos en los que hacer el mal y hablar del bien fue la noma. Aquellos tiempos en los que la justicia se convirtió en uno de los objetos de propiedad de un presidente que vivió y actuó al revés de la ética social.
Parecería que, entre nosotros, habría caducado la ética jurídica y la ética de la verdad. Por ende, nada impide que, uno tras otro, jueces, fiscales, policías, miembros de las fuerzas armadas, hagan lo que a bien tengan con las normas, los reglamentos militares, las éticas. A propósito, el sabio consejo de la presidenta de la Asamblea nacional: si roban, roben bien. Después de semejante y sublime consejo inmoral, en la Asamblea, nadie ha hecho algo para removerla de la silla presidencial.
Vergonzosa e impúdica la salida de Glas de la cárcel. No faltan quienes han acusado al gobierno de complicidad. No nos consta. Pero, cuando el río suena, piedras lleva. Más aún cuando, desde Carondelet, no han realizado las necesarias y oportunas aclaraciones.
La corrupción, sea cual fuese, pertenece al mundo de la perversión porque implica el desafío abierto e incuestionable al orden social y ético para reemplazarlo por el del deseo propio.
Glas constituye uno de los símbolos privilegiados de la corrupción del correísmo. De alguna manera, inclusive lo representaría, gracias a la ausencia física de Correa, el prófugo de la justicia, el gran Padrino, el del corazón ardiente de riquezas mal habidas. A ambos los atraviesa la corrupción de tal manera que los convierte en una suerte de siameses. Porque una raya más no le hace al tigre. No se puede olvidar que, cuando Glas es acusado, aprehendido y sentenciado, Correa se refirió a él como al nuevo Abel, víctima de la persecución de sus enemigos.
Parecería que, para Correa y los suyos, hablarles de honorabilidad y justicia es como hablarles en el griego de Aristóteles.
La corrupción, sea cual fuese, pertenece al mundo de la perversión porque implica el desafío abierto e incuestionable al orden social y ético para reemplazarlo por el del deseo propio. Para el perverso, él es la ley. Por ende, la ética social no cuenta sino tan solo como el escenario en el que se escenifican sus perversos deseos.
El corrupto es la ley. En consecuencia, organiza su estar en el mundo de conformidad a sus propios intereses. Aquel principio de que mis límites van hasta donde comienzan los tuyos, no cuenta para el perverso que se caracteriza justamente por carecer de límites. El deseo propio es la ley. Por ende, los ordenamientos de la ética social no cuentan en absoluto.
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