
Abogado y periodista guayaquileño. Ha colaborado en medios impresos y radiales de su ciudad. Actualmente cursa una maestría en Derecho de Empresa.
Asistí al informe anual a la nación del presidente Correa, porque creo que no podemos permitir que este tipo de eventos cívicos se conviertan en fiestas restringidas a los miembros de un partido o movimiento político determinado.
Es que el Jefe de Estado debe rendir cuentas de su gestión durante el último año ante los ciudadanos representados -bien o mal- en la Asamblea Nacional, deber que está claramente establecido en la Constitución. Además es deber constitucional de los asambleístas escuchar ese informe para luego pronunciarse, de tal forma que aplaudo la presencia de los pocos asambleístas de oposición que cumplieron con esta tarea.
El evento empezó con un discurso de doña Gabriela Rivadeneira, presidente de la Asamblea Nacional, quien durante aproximadamente media hora se dedicó a hablar de ella, su orígenes humildes, su carrera política, su recientemente obtenido título profesional, de sus logros personales, etc. Evidentemente el informe a la nacion durante la sesión solemne del 24 de mayo no era ni el día, ni el lugar para este tipo de intervenciones. Luego, haciendo gala de su buen manejo del teleprompter, leyó unas cuantas frases y culpó de todos nuestros males al pasado. Además que ratificó sin tartamudear que ella y todos los asambleístas oficialistas son leales al Presidente y también a su proyecto político.
Luego vino una intervención musical que realmente fue emotiva. Debo admitir que de las pocas cosas que me gustan de la revolución ciudadana es que arman buenas farras. De un momento a otro casi todos en el Palacio Legislativo nos movíamos al ritmo de excelentes canciones del pentagrama nacional y con las voces de tan destacados artistas como don Hector Jaramillo, Jesus Fichamba y doña Fresia Saavedra, cuyas intervenciones emocionaron a más de uno.
Cuando se apagó la música y se difuminó la alegría, vino el esperado discurso presidencial que me permito comentar de manera muy breve:
El presidente Correa al parecer no comprendió -o no le conviene comprender- que su deber constitucional es rendir un informe de su gestión durante el último año (mayo de 2014 a mayo de 2015). Sin embargo, las comparaciones que hacía no tenían nada que ver con lo dispuesto por la norma suprema. El economista presidente se dedicó a comparar las cifras de hoy (y en algunos casos cifras del año pasado) con cifras del 2006 e incluso cifras de 1984 cuando yo ni siquiera nacía. Ante esta evidente omisión constitucional y el juego de cifras y palabras, los funcionarios públicos y simpatizantes simplemente se limitaban a aplaudir.
Ahora bien, el presidente no dejó de lado su mala costumbre de seguir culpando al pasado de todo lo malo que nos pasa hoy. Ya sabía yo que hablaría de la partidocracia y los politicos más o menos contemporáneos, pero jamás me imaginé que hablaría hasta de la época de la colonia y de la monarquía española como explicación para todos nuestros males. ¿Acaso el rey Fernando VII de España que reinó cuando empezabamos a ser República tiene la culpa del sobreendeudamiento que tenemos con los chinos?
Yo solo quiero reflexionar junto a ustedes: ¿luego de más de 8 años de ejercicio del poder se justifica seguir culpando al pasado de todo lo que nos sucede?, ¿hasta cuándo tendremos que esperar para que este gobierno asuma su responsabilidad?, ¿por qué siguen buscando cucos del pasado?, ¿por qué siguen usando espacios solemnes y cívicos para señalar y atacar a sus enemigos?
Como era de esperarse, el Presidente también se dedicó por varios minutos a atacar a la prensa ecuatoriana y latinoamericana, tratando de convencernos de lo que no ha logrado convencernos durante 8 años, porque los ciudadanos seguimos leyendo, escuchando y viendo a periodistas y medios de comunicación libres, los pocos que quedan.
Sin duda este evento -que debió ser una solemne rendición anual de cuentas- se convirtió en una tarima para culpar al pasado de todo, para tratar de confundirnos con cifras que no venían al caso, para señalar a quienes ellos consideran sus enemigos y también una buena excusa para pegarnos un pequeña farra aunque era domingo.
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