
Escritora. Es profesora de castellano y literatura y articulista en varios medios de comunicación.
Son increíbles y dolorosas las imágenes del conflicto entre Venezuela y Colombia, dos países tan queridos para los ecuatorianos. Al primero, muchos compatriotas se desplazaron durante la época del bienestar petrolero, y nos han ido llegando a lo largo de los años sus canciones, sus platos, su cadencioso acento. Del segundo, al que durante mucho tiempo veíamos como a una especie de hermana mayor, hemos recibido grandes cantidades de refugiados durante las últimas dos décadas sobre todo, a partir de la violencia desatada por la guerrilla y paramilitares.
Algunas notas de prensa informan sobre los aproximadamente dos mil kilómetros de frontera que comparten los dos países, a través de los cuales circula tanto contrabando como hombres armados, sobre todo de las autodefensas colombianas. Según Maduro, más de cien mil colombianos han entrado a Venezuela en lo que va de 2015. En el mismo lapso, antes del conflicto recientemente surgido, casi cuatro mil habrían sido expulsados de Venezuela.
Lo que desató el estallido es que cuatro venezolanos sufrieron un ataque en la zona de frontera al tratar de impedir el contrabando, a comienzos de agosto, lo que hizo que, el 19, Maduro ordenara el cierre de puntos de frontera en Táchira por un tiempo que se ha ido extendiendo. El contrabando es estimulado por el tipo de cambio en Venezuela y por sus políticas económicas. Tres mil hombres de las Fuerzas Armadas venezolanas se han desplazado por la zona caliente. Con el decreto del estado de excepción de Maduro, muchas garantías ciudadanas se han suspendido. Se habla de una calamidad humanitaria que involucra, hoy por hoy, a alrededor de ¡más de diez mil colombianos!
Maduro cree que hay más que contrabando de productos o violencia neta; se refiere a lo que ya le hemos escuchado: ahora, no son solo los yanquis quienes quieren desestabilizar su gobierno y hasta asesinarlo, sino que los paramilitares colombianos se han complotado con la derecha local para un golpe. Su discurso es incendiario. En medio de multitudes fanáticas, clama “¡Fuera, OEA!”, ante la mera idea de que este organismo internacional hubiera podido intervenir en un proceso de mediación y pacificación. Es indudable que ha desatado sentimientos de xenofobia y un absurdo chauvinismo. Santos, por su parte, mantiene un discurso pacificador y ha buscado mediaciones.
En contra de una reunión de cancilleres de la OEA, solicitada por Colombia, para abordar la crisis de los dos países hermanos votaron: Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Haití. Aunque varios sufragaron a favor, al alto número de abstenciones, como las de Argentina y Brasil, impidió una cita continental. Maduro y su canciller están fuera del país, muy lejos, buscando apoyos económicos para la crisis que ahoga a su país hasta asfixiarlo. Santos, en Cúcuta, trata de dar la cara a sus conciudadanos, mientras organismos como las Naciones Unidas alertan sobre las violaciones a los derechos humanos, que podrían implicar esta expulsión de seres humanos, cuyas casas, demolidas, habían sido marcadas con una “D” de deportados o una “R” de reubicados.
Tomas de televisión evidencian lo que ya se sabe: los pobres se ven igual en todas las fronteras del mundo, así como los ancianos y niños indefensos, que siempre parecen llevar la misma ropa; igual de encorvadas se ven las espaldas de quienes cargan los pobres bártulos de la deportación; las madres y las abuelas tienen idéntica expresión de dolor cuando deben dejar lo que con tanto esfuerzo habían construido. ¿Quiénes se benefician? Los violentos, los fanáticos, los guerreros que, en su delirio, quieren armarse hasta los dientes para seguir detentando cuotas de poder. Quizás un hombre de posturas tan extremadamente guerreristas como Uribe se robustezca, mientras se debilita un Santos, que ha hecho sus esfuerzos por dialogar con los enemigos. ¿Qué papel piensan jugar Correa, Evo Morales, la UNASUR? ¿Es responsable impedir que la violencia se entronice sin mediadores neutrales que faciliten el diálogo y la negociación? ¿Cabe, a estas alturas del siglo, un cierre de fronteras entre naciones hermanas, unidas por vínculos milenarios?
No “Alerta, alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina”. No. Ya hemos tenido suficientes espadas, rifles, látigos, generalotes y generalitos. A la pobreza, la exclusión y la violencia imperantes entre los países latinoamericanos, se han sumado guerrillas, autodefensas, narcotráfico. Si se añaden discursos nacionalistas incendiarios y proclamas de guerra, puede estallarnos una bomba.
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