
El encarcelamiento de Lula probablemente ha conmocionado a buena parte de la política latinoamericana que ve cómo el discurso de la izquierda se va por el caño de las aguas servidas. Ya nada queda de las noticias de salvación redentora que aparecieron hace una década y que llevaron a la presidencia de sus países a los profetas del advenimiento de la salvación latinoamericana.
Nada queda de ese antiguo héroe que no sea el conjunto de sus últimas mentiras lanzadas a sus fanáticos, sin dejar de mirar el piso, porque sabe que ya no puede mirar a la cara de un país que colocó en él sus esperanzas. Con la mirada en el piso, ni él mismo logra convencerse de que no habla sino el último de sus discursos de verdades falsificadas. Pero ya no es el tiempo del convencimiento sino el tiempo en el que las infamias y los engaños no pueden ocultarse más. Por eso, de ahí pasará a la cárcel.
Pretende, sin embargo, que sus seguidores se convenzan no solo de su inocencia sino también de su heroicidad. Quiere aparecer como la gran víctima propiciatoria, como el héroe a quien decapitan sus acervos enemigos. Pero los argumentos de convencimiento suenan más falsos que nunca.
Hace una década, el pensamiento político de izquierda se transformó en puro discurso de marras destinado a acaparar el poder. Nada más que en un sonsonete de engaño con el que se convenció no solo a los ingenuos sino incluso a las juventudes pensantes. Ese discurso se sostuvo en una gran propuesta de salvación que terminó convenciendo a las mayorías explotadas y empobrecidas de los pueblos latinoamericanos. Chávez (Maduro), Lula, Dilma, Correa convertidos en héroes salvadores gracias a un mega relato que supo aprovecharse de las precariedades de los pueblos para fortalecerse a sí mismos y para llenar de engaños a pueblos que, de una u otra manera, no dejan de esperar el día de la salvación.
Conocemos de memoria el abismo humano en el que vive el pueblo venezolano, sabemos que día tras día miles abandonan sus casas y sus familiares y huyen de su patria. Una verdadera diáspora que no deja de conmover y que hace más evidentes las perversiones del régimen de Maduro que, desde su cinismo y estulticia, todavía se autodenomina el salvador de Venezuela.
Héroes con pies de barro y corazones perversos que lo único que anhelan para sí mismos es el poder con el cúmulo infinito de privilegios entre los que el más importante ha sido la capacidad de embaucar para hacer toda clase de fortunas. Y no solo ellos, por supuesto. También ese inmenso grupo de privilegiados que ocuparon puestos de mando y de decisión.
La caída de Lula constituye el corolario del fracaso de un sistema político sostenido en el engaño. No se puede tapar el sol con un dedo ni se pueden construir indefinidamente discursos de verdad sobre mentiras. Lo de Maduro, lo de Correa y Lula dan cuenta del rotundo fracaso del modelo de ejercicio político sostenido en lo perverso.
Maduro lo ha conseguido con las armas, con muertes, exilios y perennes amenazas. Lula lo intentó mediante la elección de Dilma a la que él sustituiría en un juego indefinido de sucesiones. Correa lo planificó todo mediante la reelección indefinida aprobada por una Asamblea cuya mayoría no constituía sino parte de sus fieles los servidores.
De los bueyes mansos, líbrame Dios, que de los malos me libro yo. Porque la hipocresía adueñada del poder se convierte en la peor de las armas políticas destinadas a desbaratar toda consistencia ética y política. Un humilde y sencillo camionero convertido en presidente. El jefe de un movimiento que proclama el reino de las manos limpias y de los corazones ardientes, No podrían, de suyo, sino ofrecer la verdadera bienaventuranza.
Ojalá un día de estos, Moreno disponga el análisis ético y, por ende, veraz, de todas las obras del régimen de Correa. Si no lo hace ya, perderá la gran oportunidad de colocarse en el campo de la verdadera verdad.
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