
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Cuánto del correísmo está dispuesto a desmontar Lenín Moreno para viabilizar su oferta de diálogo? Mejor dicho, ¿cuánto está en capacidad de desmontar? Porque la única posibilidad de diálogo y reconciliación nacional, a la que muchos sectores le apuestan, es incompatible con la estructura de poder que nos hereda Correa, un armazón basado en lealtades, compromisos, prebendas, compadrazgos y gratitudes incondicionales muy cercanas a formas mafiosas de operar la política.
Diez años de autoritarismo corrupto han permitido crear un entramado de relaciones personales y familiares que trascienden toda política institucional. Lo prueba el reciente indulto a Antonio Buñay. Basta la apelación a una conmiseración inescrupulosa para que se eche abajo el sentido de la justicia. Se indulta a los panas mientras se sanciona a los inocentes. Es la consagración del reino de la arbitrariedad, el atropello a la dignidad ciudadana.
Traer a colación el tema de la justicia no es casual, porque nos remite a uno de los pilares irremplazables de la convivencia social. En síntesis, de la democracia. Y porque, además, ha sido uno de los productos mejor vendidos por la propaganda correísta. La visión de una administración de justicia modernizada, tecnificada y dotada de infraestructura nueva omite el problema de fondo. Es decir, aquel de la institucionalidad. Pues no se trata del cemento de los edificios ni de la sofisticación de los programas informáticos, sino de la credibilidad y confianza ciudadanas en el sistema. Pero, el contrario, lo que queda confirmado con las últimas decisiones judiciales es que Correa deja un armatoste parcializado y opaco, fácilmente manipulable. Si así funciona un ámbito tan delicado como la justicia, fácil es deducir cómo funcionan los demás poderes del Estado.
La mafialización de la política es un fenómeno que encaja perfectamente con la lumpenización del capitalismo. Van a tono. La vieja imagen de la representación de los intereses sociales en la esfera de lo público se desvanece frente al utilitarismo de las relaciones políticas. Poco importan los discursos y las ideologías: lo que prima es el reparto ilícito, la ganancia fácil e inmediata.
El agotamiento del correísmo tiene que ver precisamente con eso: ya no hay tanto para repartir. El intercambio de favores e incondicionalidades se reduce. Pero el correísmo nos hereda la fórmula, el esquema. Si por algo será recordado Correa es por haber institucionalizado una informalidad de la política que raya en la completa transgresión de la ley. Y de eso será muy difícil salir. Porque cualquier gobierno que venga sabe que la combinación de lealtad y amenaza es efectiva, genera cohesiones eficaces para el manejo del poder. Sobre todo, permite un efectivo control del aparato del Estado. Y, lo peor, cuenta con la venia de una parte considerable del electorado.
Rafael Correa, sus áulicos, panegiristas, cortesanos y aduladores seguirán empeñados en inventar una versión heroica de esta década de populismo rudo y silvestre. Harán virtud del fracaso, presumirán de lo que carecen, crearán una narrativa épica fatua y grandilocuente (como la de los doctorados honoris causa). Pero la realidad les defraudará con su dosis de realismo. Sobre todo, cuando aparezca la lista de Odebrecht, cuando se destapen los negociados, cuando se revele el esquema de corruptelas sobre el cual se ha gobernado en estos años, cuando conozcamos la dimensión de la sumisión al imperialismo chino.
¿Qué papel cumplirá Lenín Moreno en esta fenomenal parodia? Esa es la pregunta del millón.
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