
Qué duda cabe que las oportunidades de salir de la pobreza y la mejora real de bienestar de las familias ecuatorianas están cayendo precipitadamente con la ralentización del crecimiento económico que viene desde 2015. Las amenazas de nuevas movilizaciones comprometen seriamente la posibilidad de tomar un buen sendero y revertir esta tendencia, corriendo el riesgo de profundizar los problemas en vez de superarlos.
El auge de la subida de los precios del petróleo entre 2008 y 2014 fue solamente un bálsamo que permitió satisfacer transitoriamente las necesidades de la población, lo cual pudo continuar un tiempo adicional de la mano de la deuda pública cuando los ingresos del petróleo cayeron. Pero a la fecha, la economía ya no da más, y hemos pasado del sueño de ser el tigre latinoamericano a la realidad de no ser más que un gatito escuálido.
De continuar esta anemia económica, la frustración será enorme e inmanejable y se podría repetir los estallidos de octubre del 2019. No sé si el Gobierno actual tenga el tiempo para llegar a acuerdos responsables que logren abrir esperanzas de que no estamos hipotecando el futuro inmediato.
Las cifras del fracaso son contundentes. El ingreso per cápita que crecía 3.4% promedio por año entre 2010 y 2014, pasó a un decrecimiento promedio de -0.8% por año entre 2015 y 2019. El consumo per cápita transitó de un crecimiento promedio por año de 2.73% a un decrecimiento promedio por año de -0.6% entre 2010 y 2018. Como resultado de ello, el subempleo se encumbró al 18.40% en septiembre 2019, respecto del 13.79% en este mismo mes del 2010, de la misma manera que el empleo adecuado se redujo del 50.78% al 47.30% entre 2010 y 2019, lo cual es un caldo de cultivo perfecto para nuevos estallidos sociales.
La frustración por la caída de ingresos va en aumento y va tocando no solamente a las familias que están cerca de los umbrales de pobreza, sino a los hogares más cercanos a la clase media. De la misma forma que ya no son solamente aquellas personas sin niveles de educación universitaria, sino los profesionales, los que van sintiendo el remezón económico y desencantándose con el modelo económico vigente. Esta es una realidad que ya no se puede aplacar con programas de gastos generosos a la usanza socialista del siglo XXI. Las malas expectativas de los agentes económicos y un fisco que no entiende la diferencia entre restricción presupuestaria intertemporal y un déficit fiscal puntual, son la principal explicación de ello.
De continuar esta anemia económica, la frustración será enorme e inmanejable y se podría repetir los estallidos de octubre del 2019. No sé si el Gobierno actual tenga el tiempo para llegar a acuerdos responsables que logren abrir esperanzas de que no estamos hipotecando el futuro inmediato por unos cuantos meses de no turbulencias, pero lo que sí estoy seguro es que si el siguiente Gobierno no se pone a la altura de las circunstancias, mala tos te siento Federico.
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