Alguna vez me tocó dar con mis huesos en Buenos Aires en una fecha de eliminatorias mundialistas. Me hospedaba en un hostal de la calle Chile en San Telmo, diagonal a la pequeña estatua de Mafalda, sentada (nunca sola) en un banco de la ciudad. En la pequeña recepción, los dueños pusieron una televisión y rodeado de argentinos y colombianos grité dos cosas en ese partido que terminó en empate: el gol del boliviano Martins y la atajada de Galarza a Messi casi al final del partido. Mi gesto no cayó nada bien. Tan molestos estaban conmigo que, aunque fuera cliente, retiraron el televisor aunque el partido de Ecuador iba a empezar. Valga aclarar que mi intención no era desafiante, solo me apropié de algo que suele despertar el fútbol. Como dicen los sociólogos argentinos Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez, el fútbol es una forma de abofetear al poderoso. También es una forma de crear identidades construidas desde realidades múltiples y abiertas. Quizá por eso fue tan sencillo para este ecuatoriano identificarse con la historia, la condición e incluso con el fútbol boliviano frente a la poderosa selección de Messi. No era una afrenta, era simplemente una reacción “natural”.
Por donde quiera que he ido, el fútbol es una etiqueta, una forma de identidad que uno nunca profesa, pero termina por sernos adjudicada. En un pub de una ciudad lluviosa y lejana, todo el bar identificó al único no pelirrojo del lugar y estuvo dispuesto a invitar una pinta al tipo del país de los Valencia (Enner y Antonio). Esa misma noche y en ese mismo pub, hablé largamente con la gente del lugar sobre fútbol y, claro está, sobre Maradona. Los goles contra Inglaterra eran sencillamente inolvidables. El enemigo de mi enemigo es mi amigo era más o menos la idea. Maradona era el amigo contra el poderoso.
¡Cómo no sentirse identificado con los goles de Maradona contra Inglaterra después de lo de las Malvinas! En cinco minutos se despachó al viejo Imperio con dos jugadas sacadas de algún libreto a lo Rocky. Terminó por sepultar a un poder ya en ruinas. Lo que los ingleses no pudieron contra Estados Unidos en Suez, lo hicieron 25 años después contra Argentina. La infame irresponsabilidad de Galtieri sirvió para sacar del hoyo a Thatcher y jugar con una idea del tipo “Make Britain great again”. El pibe de Villa Fiorito había vengado la afrenta a todos los débiles del mundo, a todas las víctimas del viejo imperio. A lo Clausewitz, si la guerra es la política por otros medios, el fútbol lo es otro tanto, pero tiene una ventaja, es una estocada impune al poderoso. El fútbol permite ganar mucho políticamente arriesgando casi siempre poco.
No recuerdo nada de ese mundial ni de ese gol, pero con los años pude identificar bien a los ídolos en los posters del cuarto que compartía con mi hermano, conocer su leyenda: Pelé, Maradona, Paolo Rossi, etc. La primera vez que oí el relato de Víctor Hugo Morales (el del “barrilete cósmico”) del segundo gol de Maradona a Inglaterra en el 86, fue porque durante el mundial de Brasil, los dos llevaba un programa en TeleSur que se llamaba “De zurda”. Confieso que el relato de Morales me emocionó hasta la médula y aún me gusta verlo de vez en cuando. Así es el fútbol, una salvajada sentimental, para parafrasear a Javier Marías.
El punto es justamente lo que implicaba ese programa que ambos compartían en el 2014 durante el gobierno de Maduro con un personaje que reivindica causas populares, como Maradona. En el partido inaugural, la plana mayor de los presidentes progresistas, comandados por Dilma, estuvieron en el estadio. Simbólicamente era el mundial de los débiles, era una muestra de la afrenta progresista a los poderosos del mundo. La idea se posicionaba en la canción inaugural del programa, en la que cantaban Santaolalla, el “Pelado” Cordera y Julieta Venegas: hacíamos historia de “zurda” desde América Latina. En ese entonces, tras anunciar su participación en TeleSur, Maradona se refirió a sí mismo como un soldado de Maduro. Si nos atenemos a la enorme cantidad que ganaba en ese programa, quizá sería más bien un mercenario.
La idea de Maradona abofeteando al poderoso siempre ha estado ahí. Alabarces y Rodríguez dicen que mientras más baja es la procedencia de alguien, más fuerte es su condición de héroe. El mito se cuenta por sí solo: de sus orígenes humildes a una iglesia con su nombre. Las ciudades del sur (en el sentido geopolítico) rendidas a sus pies, la marca Maradona en el mundo (como nos lo muestra Kusturica), las canciones de Charly y Rodrigo, el luto nacional, la “muerte del fútbol”, etc. Nápoles rendido a sus pies. Tan fuerte era la convicción de Maradona sobre su influencia en la ciudad y la identidad napolitana y de la Campania entera con respecto al norte opresor, que durante el mundial del 90 se atrevió a pedirles que lo apoyen en su partido de semifinales contra Italia, jugado justo en San Paolo (estadio que ahora, al igual que el de Argentino’s, pasará a llevar su nombre).
La idea de Maradona abofeteando al poderoso siempre ha estado ahí. Alabarces y Rodríguez dicen que mientras más baja es la procedencia de alguien, más fuerte es su condición de héroe. El mito se cuenta por sí solo: de sus orígenes humildes a una iglesia con su nombre.
Quizá sea Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, quien mejor represente la hagiografía maradoniana. “Maradona venía cometiendo desde hace años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa “con la izquierda” y también significa “al contrario de cómo se debe hacer””. (p. 232). Por ello, el título del programa en TeleSur y lo que se quería vender con él le venía a la perfección.
Galeano continuaba: “La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos…”. Para el uruguayo, lo de Maradona era una “tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.” (p. 235).
En pocas, Maradona era una víctima de los poderosos, ya sea por su frontalidad o su inocencia. Una víctima de la FIFA, del poder televisivo y de sus propios excesos (la fama, como síntoma de la estructura del dinero y del poder, por fin lo doblegó). Una duda obvia que me surge ahora es que si el poder televisivo estuvo detrás de su salida (por denunciar los horarios de juego en el Mundial del 94), ¿no era más redituable dejarlo ahí, no ganaba más el espectáculo con su presencia, Maradona no subía el rating? ¿O los negociantes y mercachifles del fútbol lo odiaban tanto que preferían castigarlo a subir sus utilidades? El libro de Galeano es del año 95; no sé qué opinión le merecería después la “entrega” de Maradona “al poder televisivo”. Dos contratos con TeleSur, la televisión del progresismo que paga como los reaccionarios contrarrevolucionarios (quizá más, incluso), o la famosa “La noche del diez” de Canal Trece, propiedad del Grupo Clarín, estandarte de la prensa tradicional argentina tan denostada por los Kirchner, aliados de Maduro.
Según Galeano, el contraejemplo de Maradona es Pelé: “Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo” (p. 152). Pelé era uno de los máximos representantes de la multinacional del fútbol creada por Havelange. La idea de Galeano es bastante pintoresca, ambos nacieron en la pobreza (Maradona declaró que lo que le movió al fútbol es jamás volver a Villa Fiorito); el uno negro, el otro “cabeza negra”; ambos superlativos en sus habilidades; pero el uno entregado al neoliberalismo, el otro a las causas justas. Parece que para ser revolucionario basta con ser amigo de Chávez y soldado de Maduro (lo revolucionario es endosable), pasar cinco años en Cuba jugando golf, tener un tatuaje de El Che y ser un bocón por excelencia (por eso otro ejemplar como el sujeto de Calle 13 también puede pasar por tal). Quizá por todo esto, Maradona servía tanto para las “causas justas” del progresismo, porque él era ese soldado encargado de desmantelar las mentiras del fútbol y cobrar por ello. Los progresistas y él tenían las mismas lides, libraban las mismas batallas.
Evidentemente, que Maradona, Pelé, o quien fuera, cobrasen lo que solían, o quisieran salir de los arrabales bonaerenses o paulistas, sin preguntarse demasiado por el origen del dinero que les pagaban, no es algo excepcional; lo contrario sería la idiotez de esperar su santidad humana. Juan José Sebreli ha hecho un análisis detallado de las contradicciones del argentino. El problema es servirse de una idea tan tonta como su hagiografía para seguir vendiendo la idea de revolución. El fútbol es el deporte de los pobres, como decía Maradona en ese programa. Sí, es cierto, y por eso beneficia tanto a los ricos y los réditos para los participantes están a la vista. Pero ni la Camorra, ni Menem, ni sus rolex y ferraris, o la tirante relación con Macri pueden contra el mito. Cosas del fútbol.
En el año 2015, Andrés Oppenheimer le hizo una entrevista a Cristiano Ronaldo. El argentino preguntaba a Cristiano por lo que se dice en los camerinos sobre los casos de corrupción de la FIFA. El portugués le pidió cambiar de tema, pero ante la insistencia de Oppenheimer, se levantó y se fue del set, visiblemente molesto. Antes de abandonar la entrevista, en algo que podría ser visto como un alarde de individualismo y banalidad, Cristiano dijo que lo que suceda a su alrededor en esos casos, le tiene sin cuidado, y confesó que de lo que suelen hablar los futbolistas es de “ropa, mujeres, música, maletas, zapatos, moda…”. Por su reiteración, parecía que esto era increíble para Oppenheimer. Seguramente esperaba una respuesta del tipo Maradona, despotricando contra la FIFA.
En el año 2018, Maradona cobraba de su odiada FIFA, cerca de 14.000 dólares diarios por su participación como promotor del Mundial de Rusia. Quien quiera juzgarlo o crea no haber aceptado el trato por sus propios valores, que lance la primera piedra. Casi todo humano lo habría aceptado, mucho más nuestro héroe, bastante entregado a los lujos y al exceso de la vida que le tocó vivir.
Sin duda, el discurso democrático y liberador de los republicanos estadounidenses antes de invadir Irak o Afganistán, nos retuercen la vida y la conciencia. Aunque con alcances mucho más modestos, no hay mayor diferencia, en términos discursivos, entre las arengas democráticas pro yanquis y los famosos desplantes revolucionarios, ambos cobran por ello. En eso se parecen el fútbol y lo que se dice del poder, uno puede abofetear al poderoso impunemente, con todos los réditos que eso implica.
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