
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Puede la lucha contra el fraude electoral apuntalar una estrategia política? En principio, sí; lo hizo Velasco Ibarra desde el inicio de su carrera política y, a partir de ese referente, fue presidente de la República por cinco ocasiones.
No obstante, la lucha contra el fraude electoral no implica un proyecto político. Es solamente la reivindicación de un derecho básico y obvio. Hoy, el movimiento Pachakutik tiene la oportunidad de abanderarse de esa exigencia ciudadana, sacudir el sistema político, impugnar la legitimidad del próximo gobierno y marcar una distancia crucial con lassistas, socialcristianos y correístas. Pero las diferencias de fondo están en otro lado; están en su propuesta anti extractivista.
En efecto, si algo marcó una diferencia irreconciliable entre el programa de Pachakutik y el de las otras quince candidaturas fue la defensa irrestricta de la naturaleza, del agua, de la pachamama. No hay que ser muy suspicaces para deducir que ese punto fue el principal detonante –aunque no el único– del fraude electoral de febrero. El modelo de modernización capitalista y consolidación empresarial impulsado durante las últimas dos décadas (desde Lucio hasta Moreno) no puede sobrevivir sin su anclaje a la extracción de recursos naturales.
Hay que entender que la disputa con este modelo productivo tiene varias aristas, la mayoría de las cuales resultan inaceptables desde una lógica de acumulación y concentración ilimitada de la riqueza. Porque un modelo que restrinja seriamente la depredación inherente a las industrias minera y petrolera tiene algunas implicaciones. Veamos.
El modelo de modernización capitalista y consolidación empresarial impulsado durante las últimas dos décadas (desde Lucio hasta Moreno) no puede sobrevivir sin su anclaje a la extracción de recursos naturales.
La primera se refiere a la autonomía comunitaria y al control territorial. La defensa de un espacio vital para comunidades campesinas, pueblos y nacionalidades indígenas es incompatible con la lógica expansionista del capitalismo, es un freno a la mercantilización de la vida. Además, democratiza profundamente el poder.
La segunda implicación se relaciona con la inveterada práctica rentista de las elites ecuatorianas. No es lo mismo producir que extraer. La explotación desaforada de recursos no renovables es la otra cara de la moneda del enriquecimiento rápido y fácil. Los grandes grupos empresariales del país están acostumbrados a lucrar de esta actividad en forma directa, o gracias a la intermediación del Estado. Durante los años de bonanza petrolera, los réditos terminaron principalmente en los bolsillos de los empresarios privados.
La tercera implicación tiene que ver con la dependencia del mercado internacional. Los grupos económicos internos reproducen la práctica de sometimiento a los intereses externos que se arrastra desde la colonia. Tanto la industria petrolera como la minería bailan al son que les tocan las transnacionales. Los negocios jugosos dependen, en buena medida, de la condescendencia de estos gigantes del mercado global. Frenar el extractivismo equivale a quitarles la teta.
Hasta un fraude electoral se justifica para mantener las cosas igual.
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