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17 de Mayo del 2015
Ideas
Lectura: 7 minutos
17 de Mayo del 2015
Natalia Sierra

Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito 

Más claro no puede estar
Sin saber cómo defender las constantes humillaciones de las que han sido objeto por parte del patriarca mayor Rafael Correa, las asambleístas de Alianza PAIS, en la voz de la más “revolucionaria” de todas ellas, Marcela Aguiñaga, han decidido simplemente y sin ninguna vergüenza reconocer su sumisión al poder masculino expresado en el Presidente, en el Movimiento y en el Proyecto, según sus propias declaraciones, ya que el proyecto político de la Revolución Ciudadana se reduce al movimiento Alianza PAIS y éste a su vez se comprime en la persona de Rafael Correa.

En una declaración llena de obscena verdad, la reelecta vicepresidenta de la Asamblea Nacional, Marcela Aguiñaga, dijo: “Seré sumisa una y mil veces cuando se trate de reivindicar los derechos de las mujeres”.  Por sobre el evidente absurdo lógico de semejante proposición, este vergonzoso reconocimiento revela la incoherencia entre el discurso y la praxis política de las militantes de Alianza PAIS, que se viene evidenciándose desde hace algunos años atrás y que muestra su absoluta renuncia a la dignidad de su ser-mujer.

No se puede ser una mujer sumisa y al mismo  tiempo defender los derechos de las mujeres, la única posibilidad de asumir la lucha para exigir justicia a nuestra otredad femenina es dejar  de ser sumisas ante el poder patriarcal. El sometimiento supone la renuncia indigna al ejercicio de nuestra libertad como humanidad diferente. Sin libertad no somos más que esclavas del poder patriarcal,  dispuestas a aceptar y obedecer según mande la dominación masculina, como de hecho han mostrado ser  las militantes de Alianza PAIS.    

Sin saber cómo defender las constantes humillaciones de las que han sido objeto por parte del patriarca mayor Rafael Correa, las asambleístas de Alianza PAIS, en la voz de la más “revolucionaria” de todas ellas, Marcela Aguiñaga,  han decidido simplemente y sin ninguna vergüenza reconocer su sumisión al poder masculino expresado en el Presidente, en el Movimiento y en el Proyecto, según sus propias declaraciones, ya que el proyecto político de la Revolución Ciudadana se reduce al movimiento Alianza PAIS y éste a su vez se comprime en la persona de Rafael Correa. 

De esta pobre ecuación política, se deduce que el Proyecto de la Revolución Ciudadana no es más que una estrategia de afirmación y profundización de la dominación masculina, entre otras estrategias conservadoras y reaccionarias. 

Que ellas, las militantes de Alianza PAIS en un acto de total indecencia hayan decidido aceptar la opresión y la violencia del poder masculino es triste y decepcionante, por ellas, como mujeres y seres humanos, sin embargo, lo que indigna es que lo hagan como representantes del pueblo ecuatoriano y, aún peor,  como representantes de las luchas de las mujeres.

Y lo que definitivamente debe provocar la justa ira de la sociedad y, sobre todo, de las mujeres es que por este tipo de “representantes”  se retroceda en derechos, como es el caso de la despenalización del aborto por violación, entro otros. La sumisión de las militantes de Alianza PAIS es la responsable de que se incremente la mortalidad femenina por aborto ilegal, así como la penalización de las mujeres.

Cómo gran logro de la “revolución”, las tres mujeres sumisas fueron reelectas a las tres primeras dignidades de la Asamblea Nacional.  Los argumentos para dicha ratificación, que todos los militantes de Alianza PAIS  repetían sin reflexión, se basaban en dos cualidades de las autoridades legislativas: su condición de mujeres y de jóvenes. Al parecer el discurso oficial quiere convencer que la presencia de tres mujeres jóvenes expresa el carácter “revolucionario” de su proyecto, en cuanto, según dicen, se está haciendo justicia a la histórica exclusión de la mujer y de los jóvenes en la vida política formal. 

Es necesario hacer la siguiente reflexión para evitar caer en la pedagogía del poder. La participación activa de las mujeres en los asuntos públicos, lejos de ser una concesión del poder masculino, es una conquista de sus luchas por la liberación humana. Más aún, su presencia en las esferas públicas es la posibilidad cierta de romper  con la estructura de dominación patriarcal, es decir cambiar radicalmente las relaciones de opresión, no solo en lo referente al género, sino a toda la organización civilizatoria, empezando por la relación del ser humano con la naturaleza.  La participación activa de las mujeres en la vida pública como en la privada no puede ser para firmar y ratificar la dominación masculina, sino para destruirla y en esa medida liberar tanto a las mujeres como a los hombres.

La mujer es poseedora del radical NO femenino que rompe con el poder de la autoridad masculina, el Nombre del Padre. Las mujeres que extraviaron su NO femenino han dejado de ser mujeres para convertirse en pequeños apéndices del Nombre del Padre, en seres sumisos, en esclavas del amo.

La juventud que aparece con fuerza en los albores y en el proceso de la revolución cultural del siglo pasado, supone una condición subjetiva dispuesta a la crítica y a la lucha en contra del poder dominante, sea éste político, económico, cultural o ideológico.  Los jóvenes en su cualidad  de jóvenes siempre se encuentran dislocados del poder, razón que explica su profunda incomodidad con toda forma autoritaria, lo que les define como  contra poder, al menos así sucede en los reales procesos revolucionarios.

La mejor herencia de los jóvenes que viene de las gestas revolucionarias de los años 60 del siglo XX, es su rebeldía, su rechazo a la verticalidad, su irreverencia, sus dudas, sus incertidumbres, única posibilidad de poner en duda  y trascender la totalidad totalitaria del poder.

Los jóvenes al igual que las mujeres no son sumisos ni obedientes, su condición subjetiva de otredad no comulga con el poder y menos con un poder autoritario, en razón de lo cual y por lo cual son críticos, deliberantes, impugnadores y creativos.    

En la comprensión delirantemente maquiavélica, machista y adultocéntrica  de la gobernanza, la condición de mujer y joven aparece como subsidiaria del poder y del orden patriarcal y capitalista.

Así, Alianza PAIS, movimiento político evidentemente  conservador, ha convertido la condición de mujer y joven en cualidades necesaria para su militancia no por el carácter libertario de éstas, sino por su transformación en sujetos dóciles al poder y dispuestos a la obediencia ciega a la autoridad masculina y adulta encarnada en Rafael Correa. En esta obscena comprensión de la política, los mejores militantes son aquellos dispuestos a una irracional y denigrante disciplina ordenada por el Amo.

Felizmente hay muchas más mujeres y jóvenes que mantienen y radicalizan sus luchas en contra de la dominación masculina y de todo tipo de autoritarismo opresor.

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