
La palabra libertad es una linda palabra con un sonido espectacularmente maravilloso. Casi angelical. Se la puede enunciar incluso en los momentos en los que las tiranías ejercen todo su perverso poder y su maldad aniquiladora. De hecho, los que no cesan de pronunciarla son justamente los tiranos: así pretenden engañar a sus súbditos. Sin embargo, para no pocos, la democracia constituye una de las más graves enfermedades de las que se podrían contagiar los pueblos y sus dirigentes.
Hasta hay teólogos de la libertad. Se los encuentra especialmente en aquellos países cuyos regímenes totalitarios han sabido abolirla tan sutilmente que sus ciudadanos ni siquiera reparan en que viven esclavizados al poder de un régimen absolutista, y que los ciudadanos vivan convencidos de que habitan en el mayor y más perfecto paraíso de las libertades.
Entre nosotros, la Cuba de los Castro constituye, el ejemplo paradigmático de cómo un líder es capaz de esclavizar a un pueblo y lograr, al mismo tiempo, que todos se proclamen absolutamente libres, pese al hambre y a la imposibilidad de poder elegir sus propios destinos. Innumerable el número de quienes murieron en su intento de huir de la isla en pos de la salvación.
Y China nunca se creyó tan libre como en el tiempo del dominio irrestricto de Mao. Los innumerables asesinatos diarios daban cuenta de la grandiosa libertad de un inmenso país en el que nadie podía hacer otra cosa que repetir al pie de la letra el prepotente discurso del amo y, al mismo tiempo, no dejar de alabar el santuario de la democracia en los cientos de ciudadanos asesinados diariamente por Mao, el gran profeta.
¿Acaso Correa y los suyos poseen alguna ideología política? Lo único que los mueve y sostiene es el afán de conseguir el poder. Para ello, se cubren con su mañeado y asesino discurso salvador. Saben engañar: es lo mejor que hacen.
En todas sus dimensiones y en la inmensa de sus expresiones, toda tiranía constituye la antítesis de la libertad. Imposible, de imposibilidad absoluta, que una tiranía, en cualquiera de sus formas, pueda producir la libertad.
Entre nosotros, y en estos días, lo que pretenden esos grupos que buscan incluso la caída del presidente Lasso es introducir al país en un sistema de persecución y de crueldad.
Tras batidores, actúan los grupos que se han hecho con aquello que quedó de Cuba y Venezuela. Buscan apropiarse del poder para lucrar, económica y políticamente y de la mejor manera posible, de las riquezas del país e incluso de sus propias limitaciones y sufrimientos.
¿Acaso Correa y los suyos poseen alguna ideología política? Lo único que los mueve y sostiene es el afán de conseguir el poder. Nada más. Para ello, se cubren con su mañeado y asesino discurso salvador. Saben engañar: es lo mejor que hacen. Y si esto constituye una ideología, entonces habría que desenmascararla con tenacidad.
Precisamente son estos los que no cesan de atacar al régimen constitucional expresado en el presidente Lasso. Puesto que carecen de ideas políticas solo buscan el poder por el poder mismo, para su provecho.
Por ende, es necesario e indispensable no cesar de desenmarcarlos. El discurso de lo perverso cuenta con el poder de hacer que el mal se disfrace de bien. Y que la violencia extrema sea vista como amabilidad en estado puro.
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