Hace poco, durante los acalorados debates en España sobre la autonomía territorial que exige una parte de la población de Barcelona (Cataluña) respecto de España, los periodistas Ferrán Sáenz y Enric Juliana dialogaron en el diario La Vanguardia sobre la responsabilidad de la prensa y de los periodistas en los momentos de tensión política y social.
Su conclusión fue contundente y sin sinuosidades: los medios de comunicación sí tienen la responsabilidad de apagar los incendios ideológicos, en especial cuando la tensión social va creciendo y los intercambios y las interacciones entre facciones y líderes se vuelven cada vez más acalorados, más agresivos, más irrespetuosos, más ofensivos.
En el Ecuador de hoy se impone pensar y repensar sobre aquella responsabilidad.
Los niveles de intolerancia han llegado a tal punto que en las redes sociales, en especial en Twitter, casi no es posible encontrar un ciudadano, peor un periodista, ubicado en el punto de equilibrio.
En las páginas web de los medios digitales, incluso, aparecen todos los días comentarios violentos, denigrantes y agresivos, muchos de ellos ocultos tras seudónimos o nombres y apellidos cuya veracidad es muy difícil de comprobar.
A eso se debió que a principios de la década pasada, en el Ecuador, el 90 por ciento de los medios tuvo que cerrar su espacio cibernético de comentarios para los lectores, pues la violencia verbal era tan fuerte que se hacía imposible tener abierta la posibilidad de que el público pudiera opinar, pudiera expresarse, pudiera proponer, pudiera sugerir ideas que sirvieran y que contribuyeran a grandes debates nacionales acerca de los grandes problemas que vivimos los ecuatorianos.
Podríamos colegir, en un país como el nuestro donde existen ejércitos de trolls o bots pagados para crear tendencias en las cuentas de Twitter y proyectar la ilusión de que son reales todas las denuncias que aparecen allí en forma de opinión, pero que, en realidad, son mentiras, son calumnias, son ataques personales o políticos, que son maneras perversas de golpear la reputación y la dignidad de los rivales.
Debemos, por tanto, estar conscientes de que aquellos comentarios son respuestas dirigidas desde alguna oficina clandestina para contrarrestar los contenidos de un plan de trabajo, un discurso, una columna periodística, una noticia o una entrevista consideradas duras y sensibles contra uno o más de los sectores políticos que se mueven en el escenario nacional.
Pero también es posible interpretar que desde un lado y otro lado son pocos los esfuerzos por manejar lenguajes sobrios, serenos y sensatos al ejercer el derecho a la crítica, a la rendición de cuentas y a la libertad de expresión.
¿Tiene sentido, en este momento, buscar el origen de la violencia verbal y la posibilidad de diálogo entre distintas tendencias ideológicas, entre distintos grupos y entre el poder político y la prensa?
En las redes sociales y en los medios convencionales el discurso político moderado ya casi no existe, y es previsible que se vaya endureciendo mucho más
Parecería que quizás ya es tarde, porque los ecuatorianos asistimos a un pugilato cuya agresividad crece sin freno y no parece tener límites en ninguno de los asuntos que son prioridad para el país: políticos, económicos, históricos, de género, de partidos, de proselitismo, de ataque al otro para consolidar una posición, sea esta real o imaginaria.
Parafraseando a los periodistas españoles Sáenz y Juliana, en el Ecuador va imponiéndose, cada vez con mayor encono, el discurso político agrio, ofensivo y altisonante. Se trata de un discurso “que entiende la palabra como un resorte para provocar adhesiones inquebrantables, casi marciales y militantes, o rechazos tajantes y absolutos”.
Ese discurso ideológico que no razona sin que agrede sin piedad —dicen Sáenz y Juliana— “vende bien y ha terminado normalizándose como una verdad entre los seguidores de las redes sociales”.
Pero los dos periodistas catalanes comparan ese discurso con otro similar que ya no tiene que ver con las redes sociales, sino con el periodismo convencional y tradicional, el periodismo llamado “serio” que, igualmente, de a poco va adquiriendo también “un tono agrio, ofensivo y altisonante”.
En el Ecuador, en medio de la batalla que presenciamos todos los días, ¿no es hora de preguntar quién debería apagar el fuego antes de que la hoguera deje en escombros la sociedad?
En las redes sociales y en los medios convencionales —con excepción de unos pocos— el discurso político moderado ya casi no existe y es previsible que se vaya endureciendo mucho más.
Pero sí es posible, según Sáenz y Juliana, si todos realizamos un esfuerzo cívico, hacer “un periodismo y una participación en redes que busque modulación y matiz”.
El primer tipo de discurso puede confrontarse con un tono similar: agresión contra agresión. Tú dices esto de mí y yo te respondo con algo igual. O peor. El segundo, mucho más difícil de elaborar, requiere un proceso previo de reflexión y una capacidad argumentativa que impida la respuesta violenta y que obligue a pensar con calma e inteligencia, no a responder visceral ni groseramente.
“No nos engañemos —dicen Sáez y Juliana—: hay discursos con la única intención de encender hogueras. Otros, de manera responsable, se dedican a apagarlas, pero, lamentablemente, son muy pocos”.
¿Cómo apagarlas? En los medios, haciendo un periodismo serio, equilibrado y justo. Y en las redes, elaborando y difundiendo contenidos que pueden ser opuestos a otros, pero que se expresen con respeto y con justicia, tomando en cuenta que se puede discrepar sin que sea necesario lanzar improperios o seudo denuncias que solo contribuyen a generar desconfianza general entre unos y otros y, al producir eso, solo contribuyen a seguir debilitando a la convivencia democrática.
Mientras no superemos estas posiciones radicales y enceguecidas, seguiremos destruyendo una sociedad que lo que más necesita en estos momentos es racionalizar los discursos políticos y las tesis ideológicas con el fin de que el consenso y el disenso puedan ayudarnos a salir de los enredos, de la revancha, del despiadado ataque entre rivales partidistas pero, sobre todo, del sinnúmero de problemas económicos, laborales y sociales que desconsuelan al Ecuador.
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