
Infame el país que ve sin escandalizarse cómo no pocos de sus niños y niñas son maltratados hasta la crueldad, abusados sexualmente, heridos, raptados, vendidos a la prostitución o asesinados. Que no se diga que al país no lo hacen también esos malvados y perversos que abusan de los niños y desconocen sus derechos. Que no se diga que se trata de casos aislados y que no vale la pena poner el grito en el cielo. Que no se pida que callemos, que no escandalicemos más a un país ya abrumado por los escándalos políticos, por los que impúdicamente se han cargado con el santo y la limosna y, aun así, siguen siendo considerados buenos y honorables por sus compañeros, bien sea de partido o de infamia.
Las fiestas de navidad y de año nuevo habrán provocado que los afectos, la memoria y el corazón del país se olviden de Emilia y su familia. Del dolor de esa niña de nueve años que sufrió la inmensidad del abuso sexual y de esa muerte atrozmente perversa que le ofrecieron como regalo para su última navidad que para ella nunca llegó. En lo abismal de su sufrimiento, para ella terminó su derecho a ser en la vida, en su familia, en su tiempo presente y futuro. La parte perversa de la sociedad se encargó de cerrar sus ojos para siempre.
¿Hasta dónde ha llegado la sinrazón de la crueldad en un país, antes supuestamente pacífico y tolerante? ¿Quién habría sembrado a granel la semilla de la intolerancia que no distingue el bien del mal y que conduce a abusar como si nada de niños y de niñas? ¿Qué ha pasado con los valores que nos llevaban naturalmente a cuidarlos, protegerlos y respetarlos? ¿Cómo y quién sembró la violencia hasta el límite de que el asesinato se haya convertido en una práctica diaria en ciertos niveles de la población especialmente urbana?
Imposible olvidar a Emilia, la niña lojana abusada, asesinada, casi incinerada. Pienso en la gente de Loja acudiendo masivamente a la capilla ardiente para llorar por ella que, como todas las otras niñas, solo quería vivir la alegría de su tiempo para mañana ser grande. Pero la asesinaron. Cercenaron de un tajo su risa y su voz, sus esperanzas e ilusiones. Junto a un absurdo número de otras niñas y niños, incluyendo bebés, pasó primero por el horror de ser abusada sexualmente. Emilia se ha constituido en el ícono de los cientos de niños y niñas que han pasado por similares horrores.
Reconozcámoslo de una vez por todas: no estamos bien. Quizás nunca antes vivimos estas experiencias que rebasan cualquier intento de intelección. Aceptemos que ninguna violencia surge de la nada. Es necesario asumir que en el país se ha instalado algo que se podría llamar un estatus de violencia que fuera afanosamente sembrada y cultivada en la última década. La década de la maldad institucionalizada y oficializada, de la maldad esparcida a granel por todo el cuerpo simbólico del país. Una década en la que numerosas mujeres fueron tratadas con burlas y sarcasmos por parte del poder. La década perdida para el respeto a las mujeres y para la aceptación de las diferencias.
Según datos conocidos, son decenas los niños que anualmente desaparecen en el país. Unos huyen de una violencia doméstica que rebasa los límites de la tolerancia necesaria para convivir. Con frecuencia, los adultos domésticos desfogan en niños y niñas sus frustraciones. La intolerancia constituye una de las pérfidas semillas sembradas en la cultura familiar y extra familiar en la última década. Una horripilante década en la que la intolerancia se convirtió en la virtud significante del poder frente a las diferencias y las discrepancias.
Un grupo importante de niños huye de casa a causa de la violencia intrafamiliar, algunos de estos niños y niñas fueron abusados sexualmente por el papá, por un hermano mayor o por el compañero sentimental de su mamá. También están los niños que son raptados por auténticas mafias que los introducen en el pérfido campo de la delincuencia. Ahí aprenden los trucos para robar o para convertirse en mulas en el mundo del microtráfico.
Están también las niñas y los niños obligados a ejercer la prostitución sin posibilidad alguna de resistencia. Niños convertidos en propiedad privada de hombres y mujeres que los destinan a la pedofilia y a la pornografía. Niños transformados en objetos que un día serán desechados cuando ya no sirvan a sus intereses. Algunos de estos niños y niñas desaparecerán para siempre, sin dejar huella. Y a ningún poder le interesará su destino. Miserable el Estado que gasta más en cosas baladíes que en proteger a sus niños.
Sería cruel que Emilia pase a engrosar la desmemoria culposa de los poderes del Estado, de esos poderes que hasta hace poco se rasgaron las vestiduras de la hipocresía como si no hubiesen sabido nada de su propia infamia.
Emilia, la niña de Loja, debería convertirse en el símbolo de todas las niñas y niños del país sacrificados en el ara de la crueldad y la maldad. No más impunidad. Juntos armemos el proyecto Emilia destinado a proteger a todas las niñas y niños del país de la infamia del secuestro, de las agresiones, de la violación y de la muerte. ¿Por qué no nos unimos para hacerlo: Ministerios de Inclusión Social, de Educación y otros?
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