
Posiblemente no debería escandalizarse demasiado el país porque se haya encontrado una tonelada o más de droga en un cuartel. Desde luego que se trata de un hecho absolutamente condenable, pero no necesariamente insólito. Es decir, no es como para que nos rasguemos las vestiduras y clamemos justicia al cielo por semejante ofensa a la dignidad de las fuerzas armadas y del mismo país. Más aun, si rasgan sus vestiduras, los poderes del Estado lo único que pondrán en evidencia, no es precisamente su horror, sino sus flaquezas y complicidades. Quien no tenga culpa, que arroje la primera piedra.
En una guerra, lo peor que le puede acontecer a una de las partes es que no solamente sea débil sino que además no cese de explicitar esa debilidad porque entonces ya está perdida para siempre. No hay tutía: todos y cada uno de los Estados involucrados en esta muy sui generis guerra han terminado reconociendo su gran debilidad frente a un enemigo que ha demostrado ser absolutamente resistente e invencible.
Una de las cosas más difíciles tanto de los sujetos como, de manera muy particular, de los Estados es reconocer su manifiesta debilidad en esta guerra y aceptar que lo único que resta es una rendición negociada. ¡Qué humillación! ¡Tener finalmente que aceptar que el enemigo ha sido más poderoso! ¡Asumir la humillación de tener que sentarse en la mesa de las negociaciones mundialmente desprestigiado y odiado! ¡Negociar con este enemigo acusado de haber pervertido masivamente a las nuevas generaciones desde los años 70 del pasado siglo hasta hoy!
Pero no hay tutía. Las drogas están presentes en todos los espacios. Están ahí para ser producidas, traficadas y usadas. Desde el siglo pasado, las drogas se han convertido en uno de los grandes y prósperos negocios que no tiene ningún miramiento social o ético para producir y vender. ¿Llegaron para quedarse? ¿Por qué y para qué Ecuador suprimió su Secretaría de Drogas y dejó el tema en manos de inexpertos y sin institucionalidad?
La policía italiana interfirió un depósito de más de cinco millones de dólares realizado por un cardenal de El Vaticano. Las piadosas y misioneras explicaciones del cardenal no convencieron a la policía que estuvo muy segura de que se trataba de fondos de muy dudosa procedencia. El fantasma del narcotráfico hizo inmediata presencia. Las cosas se arreglaron en silencio en un momento en el que la Iglesia siente que se desmoronan todas sus antiguas y supuestas fortalezas. La droga lo corrompe todo.
Desde hace rato se sabe o, por lo menos, se halla bajo sospecha, de que los decomisos reales podrían ser mayores a las cantidades oficialmente señaladas y, en su momento, eliminadas. Desde luego, no se trata de sospechas antojadizas o provenientes de mentes calenturientas de periodistas o ciudadanos enemigos de policías y militares.
El negocio de las drogas es altamente tentador pues produce beneficios económicos infinitamente mayores a los que se recibe por ser militar o policía. A ello se añade la realidad monda y lironda de que militares y policías se hallan muy bien informados sobre todo lo que tiene que ver con el mundo de las drogas. Por ende, para un policía o militar que desease ingresar al negocio, los caminos serían menos complejos y quizás hasta expeditos. Un factor que hace que la tentación sea más fuerte e incluso irresistible. Y tanto más irresistible cuanta menor sea la fortaleza ética tanto de la institución militar como de algunos de sus miembros.
Desde luego que no es ni fácil ni sencillo que miembros de las Fuerzas Armadas caigan en la tentación del narcotráfico. Pero tampoco algo tan complejo que impida que acontezca. Y el que la embodeguen y protejan en una unidad militar constituiría un elemento más en el proceso de desmoralización personal y social que produce el negocio de las drogas.
Cómo pasar por alto que las Fuerzas Armadas fueron ética e institucionalmente debilitadas en la década del correato. Fue evidente la intención de Correa de desaparecerlas para sustituirlas por comandos revolucionarios dirigidos por AP. Con sus ministros civiles de Defensa hizo todo lo posible para que desaparezcan los principios y éticas que habían sostenido a las FFAA a lo largo de la historia nacional. A él no le interesó para nada esa historia. Su intención revolucionaria fue reducirlas a su mínima expresión para sustituirlas por sus comandos que lo sostendrían perpetuamente en el poder.
No se puede olvidar que, cuando se fue, sus comandos civiles estuvieron listos para actuar. Importantes personajes de AP pretendieron imponer estar guardia al mismo presidente Moreno. Su rompimiento con Correa implicó volver a la historia, es decir, a las fuerzas armadas que han llenado al país de gloria y orgullo.
El asesinato del general Gabela es solo un indicador más de esa des-moralización de las Fuerzas Armadas. Y algunos actores civiles que estuvieron involucrados en esa desmoralización hoy representan al país en embajadas y en organismos internacionales.
Ministro de la Defensa, su tarea es ardua e indispensable. No es suficiente con que se castigue a los implicados en los delitos de tráfico de drogas y robo de armamento. Su tarea tiene que ver con la reinstitucionalización de las FFAA. Conducirlas a los espacios legales y simbólicos a los que pertenecieron siempre y de los que los sacó Correa y sus ministros de defensa (que también tienen nombre y apellido).
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