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11 de Mayo del 2015
Ideas
Lectura: 10 minutos
11 de Mayo del 2015
Gonzalo Ortiz Crespo

Escritor, historiador, periodista y editor. Ex vicealcalde de Quito. 

Mis monólogos
Brota espontánea mi fina ironía, mi sutil ingenio. Soy un ganador, y a todos esos perdedores, a todos esos sufridores, tontos, trompudos y vendepatrias, que tienen un zapato en la cabeza, les doy su merecido. Y finjo unas risitas que son mi característica; unas risitas de burla y desprecio.

Me encantan mis monólogos, ¡oh, me fascinan! Tanto que ya llevo como 420 de ellos. Los hago cada semana y en ellos narro lo que he hecho en los siete días transcurridos desde mi anterior monólogo.

No es que sean piezas maestras de oratoria, no. Son más bien grandes producciones de espectáculo televisado. Más que un orador soy un conductor de televisión, porque tengo un guion que, por lo general, sigo, y en el que están pautados los videos (videos que, modestia aparte, se refieren a mí mismo) y las presentaciones de diapositivas con los que ilustro mis monólogos.

Están pautados, además, los distintos segmentos, a los que llego con fruición cada semana, destinados a hacer pedazos a cualquier aniñado, antipatriota o basura que se atreva a oponérseme, a cualquier bocón, cadáver político o muchachito malcriado que quiera levantar cabeza, a cualquiera cloaca con antenas, coloradita plástica, gordita horrorosa o desinformadora, a cualquier limitadito, lelo, majadero, mediocre, pasquinero, a cualquier pelagato.

Son segmentos fijos, en los que me burlo de la cantinflada de la semana, en los que refuto la mentira de la semana, en los que ¿ya lo dije, no? arrastro por los suelos a los periodistas perversos, semi ignorantes, perros rabiosos, a la prensa corrupta, a la prensa mezquina, a los seudoanalistas, puercos, quicuyos y revoltosos.

En eso soy muy bueno: brota espontánea mi fina ironía, mi sutil ingenio. Soy un ganador, y a todos esos perdedores, a todos esos sufridores, tontos, trompudos y vendepatrias, que tienen un zapato en la cabeza, les doy su merecido. Y finjo unas risitas que son mi característica; unas risitas de burla y desprecio.

Mis monólogos están bien montados, bien producidos, son un espectáculo. A veces, doy paso a que hable alguno de mis ministros. Pero es como con los ventrílocuos: soy yo mismo el que habla. Son mis muñecos, y  solo les dejo hablar lo justo; alabarme lo justo. Porque no hay que exagerar. No vaya a parecer que eso es montado. ¡Cuánta inteligencia! ¡Cuánta capacidad! Y todo tiene que proceder con ilación, sin rupturas de la continuidad, como un buen show. Es que eso es lo que soy, un gran showman, el mejor.

Porque, en realidad, no soy un gran orador, ¿ya lo dije, no? Cuando doy discursos, lo que se llama discursos, tengo que leerlos. Mejor en teleprompter que en papel. No los escribo yo, sino que me los prepara mi equipo. Pero los discursos son otra cosa, y no me refiero a ellos. Hoy hablo de mis monólogos.

Ocupan tres horas o más, y tienen que oírme unos cuantos centenares de personas a las que se invita, o se arrea, algunas entusiastas partidarias mías, otras no tanto, para que me escuchen. Pero ellas solo están allí para que parezca que hablo ante un público. No hacen sino aplaudir de vez en cuando, sonreír de vez en cuando, agitar una bandera de vez en cuando, y proporcionar primeros planos a mis camarógrafos, porque el show se transmite por televisión, en vivo y en diferido, y luego se resume a lo largo de la semana, en varios segmentos y cadenas nacionales para que todos lo vean.

Y entonces los camarógrafos enfocan al público y el público se fascina porque se ve en las pantallas gigantes que montamos en cada sitio donde presento mis monólogos. Con frecuencia enfocan a mujeres jóvenes, y me sale espontáneo un comentario, como “Qué guapa, carajo”, pero es parte de la sencillez con la que llevo mi monólogo, para que la gente se dé cuenta de que soy humano. Es que, como es un monólogo, podrían creer que hablo a sillas vacías, pero no es así: tengo una audiencia de gente viva, que me aplaude, que sonríe, aunque a veces sí se les nota que se aburre soberanamente, pero eso es culpa del productor ejecutivo, que pincha mal la cámara que debe salir al aire. Porque lo que busco es que siempre quede yo bien, porque en mi monólogo soy brillante, con un brillo refulgente. Por supuesto, la esencia de mi monólogo es que no hay respuesta. Puedo decir lo que sea, nadie me contradice. Bueno, en realidad nunca dejo que me contradiga nadie, ni los sábados ni los domingos, ni los lunes, ni ningún día de la semana. Ni en las sesiones de trabajo, menos en los gabinetes, peor en los recorridos. Tampoco lo dejaba antes, cuando era profesor, en mis clases. ¡Pobre de quien se atreviera a contradecirme! Aprovechaba mi poder de profesor y con mi sutil ironía revolcaba al que se animara a decir alguna estupidez. Porque si es contrario a lo que yo pienso no puede ser sino una estupidez.

Y ahora que gobierno, si es algo contrario a lo que yo pienso, no solo que es una estupidez sino un intento de desestabilización. Por eso me tienen terror todos, incluso mis ministros. A veces mis monólogos son repetitivos, es que con 420 de ellos no pueden no serlo, pero siempre tengo una sorpresa, una idea genial que brota en el monólogo, algo que no estaba pautado. ¡Cuánta inteligencia! ¡Cuánta capacidad!

Adoro mis monólogos, los amo inmensamente, esa clase de intercambio, esa manera de despedazar a mis contrincantes, que no pueden replicarme y que tienen que aguantar mis genialidades. Algunos pueden creer que mi monólogo es dicho desde la soledad, desde el aislamiento del poder; pero no, como soy la estrella, como soy el rey, estoy rodeado de millones, represento a millones, soy la voz del pueblo. Y lo que pinto es el mundo de acuerdo con mi versión, que es la única versión válida. Es durante mis monólogos, donde demuestro que mi poder no puede ser contestado, no puede ser disputado, no puede ser disminuido.

Hay quienes dicen, porquería de gente, pequeñitos de siempre, que de tanta repetición el pueblo se aburre. Que está harto de mis insultos, que ya no desea oírme, que ya no me cree, no necesariamente porque esté mintiendo sino que el formato de mi monólogo no permite que nadie me contradiga, y que eso me debilita, no solo porque a veces caigo en la generalización, la imprecisión, incluso en la contradicción, sino porque quisieran un poco de contraste, de verificación. ¿Puede pensarse semejante estupidez? ¡Que ya no me creen igual que hace ocho años! ¡Mentira de los sufridores! ¡Soy el dueño de la verdad, mi voz se expande y retorna a mí, y sé que todos me siguen y me oyen y me creen y me adoran y me veneran y me temen! Mis monólogos son autorreferenciales, lo sé.

Mis monólogos dicen una sola verdad, lo sé. Y también sé que si permitiera que alguien llegara, se subiera al escenario y me refutara, el mecanismo del monólogo se rompería y mi autoridad quedaría cuestionada. Pero no lo voy a permitir jamás. ¡Cuánta inteligencia! ¡Cuánta capacidad! Porque esa es la lógica del monólogo: que sea solo yo quien hable e imponga mi verdad. Ya que, atención, lo más importante no es lo que digo, sino que lo que digo no tiene réplica ni cuestionamiento ni necesita ser corroborado por nadie.

Es que la verdadera comunicación, el diálogo, es riesgoso y desestabilizador. Podrían intentar refutarme, podrían intentar demostrar mi error. ¡No!, imposible, ¡nada de diálogos!, ¡nada de debilidad!, aquí hay una sola voz, la mía, mi monólogo autorreferencial, mi versión del mundo, que no puede ser discutida por nada ni por nadie. ¿Ya lo dije, no? Es verdad que me quiero mucho a mí mismo, es verdad que tengo un ego muy subido. Y que a veces eso ciega y produce catastróficas cadenas de sucesos. Y que la democracia es otra cosa. Pero es que no se trata de democracia: el juego es hacer creer que hay participación y democracia cuando lo que hay es imposición y autocracia. ¡Cuánta capacidad! ¡Cuánta inteligencia! Ya cerré diarios, ya amedrenté a los periodistas, ya los tengo hechos un saco de nervios. Y levanté un imperio mediático para repetir mi palabra, mi versión. Cierto es que hoy existen las redes sociales, los tuiter, los feijbuk, y que hay respuestas y burlas y memes, pero también de eso me he cuidado y ya tengo un ejército de trolls, para que refuten de inmediato a los contradictores y los insulten y los acanallen.

Es que somos más, muchísimos más. Ya encontramos el mecanismo para bajar los videos opositores. Habiendo eliminado toda capacidad de respuesta, mi voz será verdaderamente la única. Aunque ahora hay unas marchas opositoras, en mis monólogos demuestro que son minúsculas, que les he dado ocho a uno, bueno ya: seis a uno. Y nadie puede refutarme. Como debe ser. Hasta la victoria siempre, compañeros.

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