"Mitos del pendejo pueblo mío", dice, en uno de sus poemas, el peruano José Watanabe. Con cariño lo dice, con inquietud y desesperanza. El pueblo, para él, no es “la voz de Dios” del demagogo, ni la entelequia del antropólogo, ni la chusma que es para los ricos, los aristócratas, los poderosos. El pueblo, para Watanabe, son esas personas que tropiezan y vuelven a tropezar con la misma piedra, sin perder la fe en la llegada inminente del Mesías. ¿Cuántas veces el pueblo ecuatoriano votó por Velasco Ibarra? ¿Cuántas, por Correa y su banda?
Ahora, como si sus repetidas caídas no hubieran sido lo bastante duras, un número no desdeñable de quiteños ha expresado su intención de votar para la alcaldía de la capital por unos candidatos, Jorge Yunda y Luisa Maldonado, que representan la corrupción, la desvergüenza y el dogmatismo del “correato”.
Las evidencias de la “década robada”, como algunos han calificado a los diez años de desgobierno de la “revolución ciudadana”, no cuentan para estos quiteños. ¿Ceguera? ¿Miedo a la verdad? ¿Temor a perder la esperanza? ¿Complacencia con la corrupción y el abuso? ¿Clientelismo? ¿Fanatismo? ¿Ignorancia?
Pensamiento mágico. Todos recurrimos a él en la vida diaria, especialmente, en situaciones graves y desesperadas. Aunque sepamos que la ciencia nada puede hacer por un pariente enfermo, y que sus días están contados, no dejamos de esperar el milagro, la excepción a la regla. Si asumimos la verdad, perderemos la esperanza, y no somos lo suficientemente fuertes para soportarlo. Aceptar la verdad nos enfrentaría a la desolación.
Algo así ocurre en la vida política de las sociedades cuando, gracias a la propaganda, se ha construido un mito mesiánico. Al Mesías, en la política, se le reconoce una misión trascendente: la liberación de los oprimidos, y el uso de todas las facultades necesarias para cumplirla, facultades que están negadas a las demás personas. Pero el Mesías, durante su estancia en la tierra, no siempre alcanza a cumplir su misión. Y mientras esperan su segunda venida, sus discípulos tienen el deber de continuarla: ellos y la Iglesia que deben fundar para seguir con la obra inconclusa del Salvador.
La trascendencia de su misión libera al Mesías y sus discípulos de la sujeción a las reglas y valores a los que debe someterse cualquier ciudadano. Lo que es un crimen en el caso de una persona común y corriente, no lo es en el suyo.
Los quiteños que afirman que darán su voto por Yunda y Maldonado son personas de fe, creyentes. Y el que cree no ve o, más bien, cree para ver: juzga la realidad según su creencia y no según lo que esta es.
Los quiteños que afirman que darán su voto por Yunda y Maldonado son personas de fe, creyentes. Y el que cree no ve o, más bien, cree para ver: juzga la realidad según su creencia y no según lo que esta es. Así, acciones desvergonzadas o delictivas cometidas por alguien ajeno a la Iglesia se juzgan con la mayor severidad posible, mientras que las mismas acciones realizadas por un correligionario se pasan por alto o se reputan falsas: un producto de la conspiración y la calumnia.
Jorge Yunda, a través del Grupo Canela, había llegado a acaparar hasta cincuenta frecuencias de radio y televisión en el país, siguiendo el siguiente procedimiento: “Los primeros meses después de la venta, se mantiene como representante legal al concesionario original de la frecuencia. Luego, en un par de años, se hace el traspaso legal a uno de los familiares cercanos o trabajadores de confianza de Yunda” (FUNDAMEDIOS, marzo de 2017). ¿Testaferrismo? La justicia debe investigar y decidir. Pero Yunda no se inmuta y, basado en estos méritos, se postula como candidato a la alcaldía de Quito.
Luisa Maldonado, por su parte, muestra una clara afinidad con el autoritarismo. Apoyó y apoya a Correa, y, como buena creyente, no ve sino lo que cree. ¿Corrupción en el correísmo? No. No ha habido. ¿Persecución, odio, miedo? No. No ha habido. Ingratitud sí, pero con el Mesías, que, exiliado en un ático belga, cura sus “heridas, porque lo hirieron. Hirieron su confianza, hirieron su corazón. Si algo hemos podido ver en sus ojos es el inmenso amor que tiene por el pueblo. Lo único que le he podido decir, últimamente, es que confíe en nosotros. Nosotros le vamos a devolver la posibilidad para que termine su tarea con la reconstrucción de la patria” (El Estado, 14 de febrero, 2019).
En las familias y vidas destruidas por acción de una justicia manipulada por Correa, como en los casos de “Los diez de Luluncoto”, los estudiantes del Central Técnico y el Mejía, los presos del 30S, Luisa Maldonado no ve más que la expresión del amor del Mesías por su pueblo. Y si ella está aquí, y quiere alcanzar la Alcaldía de Quito, es para continuar con su labor redentora; para multiplicar los platos, los comensales y la cantidad de comida que Él dejó en la “mesa servida”, porque en la crisis económica y social que actualmente vive el país nada tiene que ver el Mesías.
“Pendejo pueblo mío”, dice el poeta Watanabe. Y lo dice desasosegado, al verlo tropezar y tropezar con la misma piedra, creyendo ver lo que no ve.
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