
Carta abierta al alcalde Jorge Yunda, de los vecinos del barrio Santa Bárbara, del Centro Histórico de Quito*
El Centro Histórico de Quito es, quizá, el mayor activo de la ciudad. Pese a ello, y de modo paradójico, mientras cada año se acrecienta el número de turistas que lo visitan, el número de sus residentes decrece. El Centro es el sector de la ciudad que más habitantes expulsa. Gente que ha nacido, vivido y trabajado ahí por muchos años se traslada a otras zonas de la capital en busca de una mejor forma de vida. De seguir las cosas de este modo, el Centro Histórico terminará convirtiéndose en una cáscara o, en el mejor de los casos, en un gran museo.
¿Importan más las iglesias y los monumentos que las personas? ¿Importa más, entonces, sustituir a los residentes por turistas que llegan a los grandes hoteles y comen en restaurantes caros? ¿Quién se beneficia con esto?
Los residentes del Centro no saben cuál es la política —si es que tiene alguna— que el Municipio ha formulado para enfrentar los diversos problemas que los afectan y para asegurar su permanencia en el sector. Buena parte de sus habitantes ha vivido gracias a pequeños emprendimientos: negocios familiares, que van, día a día, perdiendo rentabilidad hasta que terminan en la quiebra. Tiendas de barrio, bazares, talabarterías, zapaterías, restaurantes, heladerías, ferreterías, que permitían a muchos habitantes del Centro y sus familias sostenerse y hasta progresar económicamente, cierran uno tras otro.
Algunas medidas tomadas por las autoridades han contribuido a acelerar este proceso. El traslado del colegio Simón Bolívar, por ejemplo, o el cierre del Dispensario Centro del IESS. Ambos edificios, en la actualidad, están cerrados y sin uso; cuando, habilitados y empleados de modo productivo, podrían contribuir a reactivar la economía de los pequeños emprendedores del sector. Claro que, si se está pensando en promover el turismo de alto nivel y, por tanto, beneficiar solo a los grandes empresarios, que tienen sus negocios en el sector, pero que no viven ahí, la quiebra de los pequeños emprendimientos no tiene ninguna importancia.
Los residentes del Centro no saben cuál es la política —si es que tiene alguna— que el Municipio ha formulado para enfrentar los diversos problemas que los afectan y para asegurar su permanencia en el sector.
Si se piensa, en cambio, desde una perspectiva humanista más que económica, en los residentes del Centro Histórico, apoyar la generación y desarrollo de pequeños emprendimientos se convierte en una prioridad. Y es prioritario, también, buscar las mejores formas de articulación de estos con el turismo y otras actividades, sin que aquello signifique imponer estándares de funcionamiento alejados de las posibilidades de los pequeños emprendedores. La obligación de cumplir con parámetros que no toman en cuenta la realidad y la capacidad financiera de los pequeños empresarios ha impedido que estos puedan contar con el permiso de funcionamiento otorgado por la Licencia Única de Actividades Económicas, LUAE.
Sin el respaldo de los permisos oficiales de funcionamiento, los pequeños negocios entran en una situación de marginalidad, que acelera aún más su caída. ¿Las autoridades municipales quieren un Centro Histórico vivo, un espacio de desarrollo y empleo para sus habitantes? Si su respuesta es positiva, esperamos que se reúnan con los moradores del sector, a fin de diseñar la política más adecuada para garantizar su permanencia en su lugar de vida y trabajo.
*El autor de la columna ha cedido su espacio para la publicación de esta carta
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