
Preguntar públicamente si Moreno es Correa pone a tiritar de la rabia a los más violentos defensores. Ese es su juego. La maniobra consiste en polarizar las preferencias. Y lo han conseguido. Mientras defienden con enajenación las distancias entre el presidente Lenín Moreno y su líder, el expresidente Rafael Correa, también insisten que el gobierno en funciones se encuentra tomado por el derrocado expresidente Abdalá Bucaram.
Pero la gente realmente podría creer que en el gobierno en funciones hay una notable presencia del régimen anterior. Todas las acusaciones de corrupción que pesan sobre los líderes de la revolución ciudadana no han sido ventiladas, el dinero público que se les atribuye haber sustraído no ha sido rastreado y sobre pocos pesa una sentencia en firme. Además, las prácticas de sobreprecios y corrupción se mantienen en medio de esta situación de crisis.
Muchos aseguran que el de Moreno es un gobierno títere. Unos dicen que cogobierna con el exalcalde Jaime Nebot y otros con el banquero Guillermo Lasso. Sobre el primero le atribuyen una amistad que se remonta al pasado, en las épocas de dirigencia en el sector turístico del ahora primer mandatario ecuatoriano. En el segundo caso, el trato es más reciente y desde que el partido CREO alcanzara con el oficialista AP un acuerdo en el seno del legislativo. Pero estas no parecen ser las acusaciones más repetidas en la opinión pública.
Todo indica que tendemos a la polarización. En un extremo del cuadrilátero se cree que el gobierno del presidente Moreno es la prolongación del gobierno del expresidente Correa. Las razones parecen ser obvias: nació de sus entrañas, mantiene en el poder a sus élites subalternas y hoy se sabe que prolongó muchas de sus prácticas, asociadas al clientelismo y la impunidad.
Durante el gobierno del expresidente Correa se apostó por herir a la democracia por dentro con la intención de sustituirla con un gobierno corporativista. Los sistemas de votación, de asignación de escaños, de empadronamiento y de conteo de votos han sido cuestionados; la libertad de prensa y de expresión estuvo seriamente lesionada; las minorías fueron aplastadas por el proyecto totalitario que concebía a un solo pueblo sin diferencias internas; el líder era la única fuente de poder, de autoridad y de legitimidad. La única síntesis posible para este proyecto de nueva política era simplificar al pueblo, la nación y al líder en una sola persona. Era destruir el sistema de instituciones, de equilibrios, de libertades y de pluralismo, y sustituirlo por el culto personalista. Al llegar Lenín Moreno al gobierno este proyecto se detuvo y el paradigma cambió.
Pero el gobierno de Moreno apareció de la sombra y del modelo personalista de Rafael Correa. Desde entonces muchos creyeron que emergería con el mal de la dependencia. Moreno se posesionó con el doble desafió de legitimarse tras unas elecciones cuestionadas y urgido por tomar distancia de sus sucesores. Al repudiar sus orígenes, sus propios copartidarios reconocieron su sometimiento e inferioridad al personalismo de Correa y rápidamente le atribuyeron otro tipo de vasallaje, ahora dependiente de la oposición, de la banca y de la prensa. Lo intentan demostrar con unas pocas fotos de reuniones.
En este clima de enorme agresividad hay muchos empeñados en incendiar el espacio para las mediaciones. Aquí solo hay correistas y anticorreistas, y punto. No hay más. ¿A quién favorece esta polarización?
También se dice con notable insistencia que la evidencia del sometimiento es su relación con el expresidente Abdalá Bucaram, que algunos allegados al exmandatario han contratado con el Estado y que estos contratos suponen sobreprecios en el abastecimiento de material biomédico a algunos hospitales públicos en esta crisis. La justicia está tras la pista y no ha concluido nada al respecto. Pero ya se repite con especial empeño que esto se trata de un pacto vigente.
Tras repetir mil veces frases enlatadas como aquella del “peor gobierno de la historia”, o de la “destrucción de la patria”, ahora se enfundan otro éxito publicitario: “Moreno es Bucaram”. Este slogan se enfrenta a otro de idéntica composición comunicacional: “Moreno es Correa”. No es posible saber cuál de ambas líneas publicitarias existió primero, lo que sí se puede adelantar es que calza perfectamente en un clima de polarización y de enfrentamientos que constantemente apelan por las elecciones anticipadas, el desconocimiento del régimen constituido y hasta el derrocamiento del gobierno en funciones.
En este clima de enorme agresividad hay muchos empeñados en incendiar el espacio para las mediaciones. Aquí solo hay correistas y anticorreistas, y punto. No hay más. ¿A quién favorece esta polarización?
El gobierno del presidente Lenín Moreno es la reinvención de Alianza País, ahora sin Rafael Correa. Son 13 años del mismo proyecto que enfrenta, en una lucha parricida, al rey padre con sus herederos al trono. La guerra entre aspirantes no es más que una muerte avisada. En medio de esta disputa está el país entero con todas sus complejidades. Simbólicamente, Moreno sí podría ser Correa en la factura administrativa y política, pero difícilmente se puede decir que estén coaligados.
En esta lucha publicitaria por estos dos pasados hay también dos tipos de actores polarizados. Pero esto fortalece solo a quienes viven del conflicto. Cuántos de estos tendrán una oportunidad si pensamos, como ellos, en elecciones. Habrá que reflexionar primero si los electores quieren más agresión o si prefieren ver a sus políticos conciliar en medio de esta pandemia.
En circunstancias como esta, la política podría apostar por el nacionalismo, el proteccionismo y el centralismo, si estas dos son las únicas opciones que marcarán el terreno de disputa. Justo lo que era el expresidente Correa, pero esta vez, tal vez, sin él.
@ghidalgoandrade
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