
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Lenín Moreno sabe que tiene que desmontar el correísmo. Cada vez está más consciente de la pesada herencia que le dejaron. Los interminables casos de corrupción, la demolición institucional que favoreció al narcotráfico o la descarada injerencia en la justicia son, entre otras, trabas demasiado complicadas para gobernar.
Su dilema, no obstante, oscila entre deshacerse de los correístas o convertirlos. Porque resulta muy difícil conducir la administración pública sin que los cuadros medios sintonicen con la autoridad. En un país acostumbrado a lógicas caudillistas, es demasiado pedir un profesionalismo ecuánime e independiente entre la burocracia estatal. Cada gobernante espera un mínimo de lealtad por parte de sus subordinados. Pero llevamos casi un año observando un sometimiento ambiguo y vacilante de muchos funcionarios públicos de mediano y alto rango. A ratos parece que algunos remaran en contra.
Es cierto que el gobierno sigue sin proyectar una estrategia clara de lo que quiere. Y esto impide convencer o seducir a los indecisos. Pero también existen unos melancólicos del autoritarismo que no logran acomodarse a ninguna forma democrática. Añoran el despotismo del correato.
En medio de estas dos corrientes, el gobierno corre el riesgo de encallar en los acantilados de la ineficiencia. La ciudadanía espera decisiones firmes sobre economía, lucha contra la corrupción, seguridad interna o política internacional. Pero hasta ahora solamente tenemos medidas timoratas. Moreno se parece cada vez más a ese general que duda en dar una orden de ataque porque teme que sus soldados no le hagan caso.
La única instancia que está actuando con firmeza es el Consejo de Participación Ciudadana transitorio. Y el gobierno podría sacar algún provecho de esta actitud. A fin de cuentas, los siete consejeros fueron nominados por el Presidente. Pero hay gestos que desconciertan. Por ejemplo, respaldar a Gustavo Jalkh, o permitir que el asambleísta Mendoza ponga en dudas las facultades de dicho organismo. Si con estas acciones u omisiones Moreno pretende neutralizar a los correístas, está completamente equivocado. Ellos continuarán con su libreto nostálgico.
Además, envía a la sociedad un mensaje turbador: ¿por qué unos tienen que irse y otros tienen que quedarse, cuando existe un sentimiento generalizado de rechazo a la manipulación de los organismos de control y justicia operada durante diez años? La última consulta popular llevó un mensaje explícito: que se vayan todos. Todos los correístas enquistados en las instituciones del Estado. Mal haría Moreno en escamotear esa aspiración ciudadana.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



