
Fue perseguido, encarcelado, torturado por sus creencias. Vive, dicen, en la pobreza. Y defiende contra los gentiles la palabra de Dios, revelada en el Nuevo Testamento: el Socialismo del Siglo XXI.
Varios de sus condiscípulos han muerto o se hallan en el exilio: Rafael, el Infalible; Néstor, el Cleptómano. Pero otros siguen conduciendo sus ovejas al matadero, como Daniel, el Imprescindible, y Nicolás, el Interlocutor de los Pájaros.
Dios prefiere a los pobres de espíritu. Y no hay ninguna muestra de pobreza de espíritu, de bíblico sentido común, mayor que la respuesta de José Mujica al periodista que le solicitó su opinión sobre el ataque de una tanqueta de la Guardia Nacional Bolivariana a un grupo de personas que se manifestaba contra la tiranía de Nicolás Maduro. “No hay que ponerse delante de las tanquetas”, dijo.
Macabro sentido común, el de Mujica. Sentido común del que carecían tanto los manifestantes venezolanos como los estudiantes asesinados en la Plaza de Tiananmén, en Beijín, en el año 1989. Estos, en gesto valiente y desesperado, opusieron sus cuerpos a los tanques de guerra enviados por los dictadores chinos, para reprimir a las multitudes que pedían mayores libertades políticas. Tres mil personas fueron masacradas en Tiananmén. Algunos cuerpos fueron aplastados una y otra vez por los tanques hasta reducirlos a una pasta sanguinolenta que, después, fue enviada a las alcantarillas con gruesos chorros de agua.
El ahora famoso “No hay que ponerse delante de las tanquetas” muestra que la pobreza de espíritu que las religiones exigen de sus fieles puede llevarlos fácilmente a la inhumanidad y al cinismo. Así, la razonable frase de Mujica, producto de su simpleza de espíritu, se transforma en sarcasmo, en burla sangrienta.
Detrás de la pobreza de espíritu acecha el mito. La efigie del Che Guevara, equiparado con Cristo, ha presidido muchas manifestaciones pacifistas, a pesar de que él condujo los juicios revolucionarios sumarísimos que llevaron a la muerte a más de 500 “enemigos de la revolución” cubana.
Detrás de la pobreza de espíritu acecha el mito. La efigie del Che Guevara, equiparado con Cristo, ha presidido muchas manifestaciones pacifistas, a pesar de que él condujo los juicios revolucionarios sumarísimos que llevaron a la muerte a más de 500 “enemigos de la revolución” cubana. Estas fueron las palabras de Guevara en defensa de las ejecuciones que él organizó: “Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”.
Quienes protestan son gusanos y el sino de un gusano no puede ser otro que el aplastamiento. Las suelas que se necesitan para llevarlo a cabo pertenecen, por lo general, a policías y soldados, a quienes se les exige seguir al pie de la letra los preceptos evangélicos.
La frase “No hay que ponerse delante de las tanquetas” expresa, de otro lado, la victoria de la lógica sobre la vida. Algo que caracterizó a la vieja ideología comunista, de la que, al parecer, Mujica no se ha apartado. Premisa mayor: El que se pone delante de una tanqueta muere. Premisa menor: Juan se pone delante de una tanqueta. Conclusión: Juan está muerto.
Lo dicho por Mujica supone ignorar que las personas son seres dispuestos, en determinadas circunstancias, a arriesgar su propia existencia en defensa de unos valores que hacen que la vida sea digna de ser vivida, es decir, que esta no sea un continuo esfuerzo de sobrevivencia, un permanente acto de renuncia y sometimiento. Si los otros son más fuertes porque tienen las armas, dice Mujica, mejor quédate en tu casa. Pelea solo si sabes que vas a ganar, de lo contrario, si no tienen ninguna ventaja, enciérrate en tu cuarto y no salgas a la calle, porque el que sale a la calle se expone. Frente a la opresión, Mujica aconseja la inacción. Para él, solo los actos útiles tienen sentido. Y esto no es extraño, pues el principio de utilidad ha sido defendido tanto por los comunistas convencidos como por los capitalistas.
Ante las críticas recibidas, Mujica salió a hacer las aclaraciones del caso. Primera: todos están locos en Venezuela. Segunda: solo trato de educar a la gente. La represión “madurista”, por tanto, es, para Mujica, producto del desequilibrio mental del gobernante y sus seguidores y no del afán de mantener un régimen corrupto que, de caer, llevaría a Maduro y sus secuaces a la cárcel. La resistencia del pueblo venezolano sería, también, un acto de locura y no la lucha desesperada por salir de la tiranía y reconstruir un país donde la gente pueda comer todos los días, curarse y vivir sin miedo.
Todo apóstol es un educador. Y José, el Pedagogo, lo único que quiere es enseñar a los locos (intento fracasado) a no protestar, a no resistir, a someterse a los más fuertes.
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