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22 de Febrero del 2016
Ideas
Lectura: 8 minutos
22 de Febrero del 2016
Gonzalo Ortiz Crespo

Escritor, historiador, periodista y editor. Ex vicealcalde de Quito. 

Muñoz Mariño: muere el mayor acuarelista del siglo XX
La muerte de Oswaldo Muñoz Mariño (1923-2016) es una pérdida para el arte ecuatoriano. Deja un legado impresionante, pero el museo que puso a disposición de la ciudad de Quito está cerrado desde hace meses. La municipalidad debe reabrirlo.

La muerte de Oswaldo Muñoz Mariño este fin de semana a sus 92 años de edad es una pérdida enorme para el arte ecuatoriano. Fue, sin duda, el mayor acuarelista del siglo XX y, a la vez, como lo definió el escritor y también acuarelista Diego Cornejo, “el gran cronista pictórico de las Ciudades Patrimonio de la Humanidad y de Quito”. Fue también un gran dibujante y, claro, por supuesto, un maestro de la arquitectura, que hizo obra y formó a innumerables arquitectos tanto en México como en el Ecuador.

Fue, además, un hombre generoso, simpático, embromón, y con un amor tan grande por el arte y por la ciudad de Quito que compró una casa muy antigua, probablemente colonial, en el barrio de San Marcos y la puso a disposición de la ciudad, acordando con la municipalidad de Quito que se convertiría en el Museo de la Acuarela Muñoz Mariño, y así funcionó un tiempo, con serias dificultades por incumplimientos municipales hasta que se cerró hace meses. Sobre este tema más, en un momento.

Nacido en Riobamba en 1923, Oswaldo Muñoz Mariño se formó como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México (1947-1952) y antes de terminar sus estudios ya hizo en el Colegio de Arquitectos de México su primera exposición de acuarelas y dibujo en 1951. Siguió combinando el arte y la arquitectura, con nuevas exposiciones y, en 1965, recibió el primer premio del Salón Anual de la Acuarela de México.

Tras 20 años en México empezó a visitar más frecuentemente el Ecuador y sus primeras exposiciones en los setenta en la Galería Altamira de Jaime Darquea (él también acuarelista en una época) y en la Goríbar de José María Roura causaron sensación: combinaba precisión por los detalles, lo que es difícil lograr en la acuarela, con belleza y transparencia tanto en sus escenas urbanas como en los paisajes.


Foto: Diario El Universo

Esa maestría en los detalles mortificaba a algunos críticos pero, en realidad, era algo inalcanzable por otros acuarelistas. Y cuando él quiso hacerlo, demostró que también podía crear de manera más libre, aunque nunca traicionando al modelo o a la escena que retrataba con sus mágicos pinceles.

Quito y Ciudad de México, el Ecuador y el México más amplio, en especial sus tesoros coloniales, sus barrios, sus calles, sus esquinas fueron los motivos principales de esa primera época. Luego de la declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad de Quito y de varios sitios en México empezó a captarlos en sus acuarelas con más ahínco hasta que se planteó visitar las otras ciudades patrimoniales del mundo y también pintarlas con sus pinceles y el agua de colores.

Eso hizo que empezara a exponer en esas ciudades patrimoniales, París, Cracovia, Puebla, Quito, La Habana, Cuenca, y en otras más como Hamburgo, Frankfurt, Bonn, Yokohama, Ginebra, Viena, Londres. Pocos pintores nacionales podrán igualarse en la internacionalización de los motivos de su arte, de las ciudades en que expuso y de las galerías en que lo hizo: la Unesco, el Palacio de las Naciones, el Instituto Cervantes, y otras salas afamadas.

Miles de obras fueron saliendo de sus pinceles, no solo en acuarela y dibujo sino también en grabado. Tuvo gran éxito entre los coleccionistas y amantes del arte. En 1999 recibió, como justo reconocimiento, el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo.

Y de su generoso corazón surgió la idea de comprar una antigua casa de la Junín y convertirla en un museo del dibujo y la acuarela al servicio de la ciudad. Tras varias conversaciones, se llegó a un acuerdo con la municipalidad de Quito, en la alcaldía de Paco Moncayo. Quien esto escribe presidía la Comisión de Cultura del Concejo y pudo seguir de cerca el tema. La municipalidad, a través del Fondo de Salvamento del Patrimonio de Quito (Fonsal), dirigido por Carlos Pallares, hizo la restauración del inmueble, que quedó hecho una joya, con sus salas de exposición, sus oficinas, su patio y su jardín posterior y lo hizo porque el pintor, su esposa Cristina y su familia constituyeron una fundación sin ánimo de lucro y porque el bien iba a ser manejado en conjunto al servicio del público. La municipalidad entregó unos fondos para el arranque del nuevo Museo del Dibujo y la Acuarela.

Luego, entiendo que a inicios de 2010, se celebró un convenio con la municipalidad, presidida por Augusto Barrera, por cinco años de duración, por el cual la fundación Muñoz Mariño cedía en comodato al cabildo la casa, de manera que la entidad pública financiaba una serie de actividades del museo, permitiéndole ampliar su campo de acción. Bajo la dirección de Carmen Rosa Ponce, el museo realizó cursos de arte para los vecinos de San Marcos, para los niños, para personas con capacidades especiales (en un convenio, recuerdo, con la Vicepresidencia de la República), y para muchos otros públicos. Como 8.000 personas participaron en esos cursos, amén de los visitantes a las exposiciones de diferentes temas, que atraían al público al bello barrio de San Marcos y a esa acogedora casa.

El convenio tuvo cinco años de duración, según mis fuentes. Y esas fuentes me aseguran que fue Mariana Andrade, la primera directora de Cultura de la administración de Mauricio Rodas, y que solo estuvo hasta enero de 2015, quien se opuso a la renovación del convenio debido a su posición intransigente frente a las fundaciones. Por dificultades burocráticas parece que hasta el día de hoy ese convenio no se cierra y la municipalidad no puede firmar otro hasta que no se cierre el primero.

La falta de apoyo municipal llevó al cierre del museo, lo que es una pérdida para la cultura de Quito, para el turismo, para la actividad del barrio de San Marcos. Es el momento en que se depongan actitudes, se allanen las dificultades burocráticas y se reabra el museo. Podría entrar a formar parte –sea bajo convenio, sea directamente–, de la Fundación Museos que hoy se halla bajo la dinámica dirección de María Elena Machuca, quien además, en algún momento, fue directora de la fundación Muñoz Mariño y conoce de cerca a la familia.

Reabrir su museo es el compromiso que, como homenaje a Oswaldo Muñoz Mariño y a su legado, deben adoptar todos los involucrados. Y los acuarelistas del Ecuador, en los cuales tanto influyó el “muñozmariñismo”, sea que sigan su estilo, sea que se liberen de él, deben seguir adelante con su hermoso arte.

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