
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La estrategia electoral de Alianza País apunta a confiar en una conjunción de irregularidades, atropellos y artimañas digna de la más rancia partidocracia. Lo ratifican las últimas resoluciones de las autoridades electorales a propósito de ciertos actos del oficialismo reñidos con la ley y la ética. Se anticipa así una cínica parcialización en favor del partido de gobierno.
Surge la duda, sin embargo, sobre la utilidad de esta estrategia en una situación de franco deterioro de la popularidad del correísmo. La ciudadanía se percata y reniega de las triquiñuelas. El electorado ecuatoriano podrá caer en la tentación demagógica, pero rechaza de plano un juego electoral con cancha inclinada y árbitro vendido. La factura del 2014 puede repetirse en el 2017.
Responder desde la desesperación, como hace el régimen, es mala estrategia. Que Correa irrumpa en la próxima campaña electoral mediante una consulta mañosa no asegura votos para el binomio verde-flex. Muy al contrario, el desplome puede ser mayor, porque coloca a Lenín Moreno en un plano secundario… casi decorativo. Y con un candidato en tales condiciones no se gana una elección.
¿Cómo lidiar con los delirios caudillistas y las necesidades pragmáticas de la continuidad? El híper estrellato de Correa será el nudo gordiano de los estrategas de la campaña oficialista. Seguramente contribuya a apuntalar el voto duro de Alianza País, pero a riesgo de no generar nuevas adhesiones.
Los votantes jóvenes, que no conocen nada más que el correísmo, y que definirán al próximo mandatario, difícilmente se conectarán con referentes desgastados y rutinarios. Un populismo sin dinero seduce a muy pocos; quizás a los más fanatizados. Pero los jóvenes cabalgan sobre dinámicas variables y en constante renovación. Si no son críticos a la vieja usanza, sí son estructuralmente irreverentes y contestatarios. Desconfían de una institucionalidad marrullera y anquilosada. Luego de diez años de monótono autoritarismo, Correa huele añejo.
Las nuevas generaciones fácilmente optarán por sepultar en las urnas un proyecto que se refugia en irregularidades cada vez más evidentes y desfachatadas, y que además ofrece una renovación conservada en naftalina.
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