
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Cuando Deng Xiao Ping popularizó su célebre frase sobre la importancia de que un gato cace ratones no estaba haciendo filosofía china, como muchos supusieron. Simplemente reafirmó uno de los dogmas más concluyentes del capitalismo: los negocios no tienen ideología. Allí donde hay ganancia únicamente importa el color de los billetes. Deng estaba trazando la ruta de la nueva potencia capitalista del planeta.
Los vínculos de los empresarios capitalistas con los países del denominado socialismo real datan del momento mismo en que Rusia inició su revolución. Armand Hammer, un multimillonario gringo cuyo padre fundó el partido comunista de los Estados Unidos, y a quien apodaban “el capitalista de Lenin”, abrió relaciones comerciales con la futura Unión Soviética a pesar del bloqueo provocado por el conflicto político con las potencias occidentales. Con la venia de todos los gobiernos norteamericanos subsiguientes, Hammer siguió haciendo negocios con los rusos hasta su muerte.
La clave de esta relación era bastante simple: por un lado, una Rusia devastada por la pobreza y la guerra necesitaba de una serie de insumos imposibles de producir en condiciones tan adversas; por otro lado, las empresas gringas, que son el pilar del sistema económico de ese país, necesitaban incrementar sus ganancias. En buen romance, se acordó poner en práctica un intercambio comercial absolutamente pragmático. Capitalismo puro y duro.
¿Qué hace la diferencia entre los distintos gobiernos ecuatorianos que han mantenido esta misma política comercial? Pues únicamente los beneficiarios de los negocios. Se trata de grupos o sectores empresariales que se enfrascan en una competencia despiadada para quedarse con la mayor parte del pastel.
El Gobierno de Guillermo Lasso ha decidido aplicar la misma fórmula en su relación con China: negocios puros y duros. Que en ese país gobierne el partido comunista, que las lógicas políticas sean poco democráticas, o que exista una implacable pugna económica con las potencias capitalistas resulta secundario. Desde la visión del Gobierno, todo aquello que genere utilidades para los sectores empresariales es bienvenido.
Esta estrategia no difiere desde hace dos décadas. Concretamente, desde que Lucio Gutiérrez accedió al poder. Fue entonces cuando el Ecuador selló una nueva línea de dependencia global. En consecuencia, las relaciones con China experimentaron una expansión descomunal. Durante los siguientes gobiernos, los viajes de funcionarios y empresarios de ambos países, a fin de estrechar las relaciones comerciales, no han cesado un minuto.
¿Qué hace la diferencia entre los distintos gobiernos ecuatorianos que han mantenido esta misma política comercial? Pues únicamente los beneficiarios de los negocios. Se trata de grupos o sectores empresariales que se enfrascan en una competencia despiadada para quedarse con la mayor parte del pastel.
En este escenario, las disputas públicas entre fuerzas políticas aparentemente antagónicas no dejan de ser un hábil simulacro. Todo se reduce a una seguidilla de desplazamientos grupales que, por obvias razones, provoca agrias rivalidades, adosadas con los más variopintos discursos. Que la soberanía, que la inversión extranjera, que la inclusión del país en el mundo, que las exportaciones…
Lo único cierto es que los negocios son negocios. Lo demás es cuento chino.
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