
Hace ya muchos años, al posesionarse como presidente Rodrigo Borja dijo en su discurso que ya no quería ver ni un solo niño en las calles vendiendo cosas o realizando trabajos que les proporcionan pequeños ingresos. Al día siguiente, esos niños fueron claros y terminantes: Si no salimos a las calles a trabajar de qué vivimos nosotros, entonces que Borja nos dé trabajo. Como el presidente, fue políticamente listo, no respondió nada.
El trabajo infantil es y seguirá siendo una ignominia para esos pequeños que deberían dedicar su infancia a la convivencia familiar, al estudio, a la creatividad y a lo lúdico entre iguales. Sin embargo, la realidad de sus familias va en contra de toda norma y de cualquier expectativa social. Su aporte económico se torna indispensable para la familia.
La lógica de la sobrevivencia nada tiene que ver con la lógica de la política de quienes son sabios en los discursos pero que, en la práctica, dan la espalda a estas realidades. Los grandes relatos de los mandatarios no sirven para nada frente a la verdad que vive una población infantil urbana y campesina que se halla incluso en los límites de la sobrevivencia.
Limpiar nuestras ciudades de mendicantes ha sido la pomposa y constante promesa de alcaldes que tienen un buen concepto de la estética urbana pero que ignoran, de la media a la mitad, lo que es la vida cotidiana de una inmensa población que deambula, desde que vino al mundo a habitar el continente de las privaciones y las violencias sociales.
¡Cómo el rey de España o el presidente de un país cualquiera va a atravesar las calles de Quito entre niños pordioseros y lustrabotas? De ninguna manera. Por ende, el día de la vista fueron amable y cruelmente retirados de las calles capitalinas porque no era nada honroso ofender con ellos, sucios y mocosos, las sagradas y majestuosas miradas de esos ilustres visitantes.
No existe un serio y consistente proyecto de atención formal a los pobres del país y de las ciudades en crisis. Pero cuando oficialmente se refieren a ellos, los oradores de turno, comenzando por la presidencia de la república, se llenan de unción y casi derraman lágrimas.
Felizmente, desde hace mucho tiempo, ya nadie de ese rango nos visita. Sin embargo, nuestra ciudad se ha hace cada vez más grande y, por ende, más compleja, con más pordioseros, con más niños que no comen, que no tienen zapatos, que nunca se cambian de ropa, que no tienen ni siquiera un cuarto para protegerse de la intemperie del frío, de la noche y de la liviandad humana.
No existe un serio y consistente proyecto de atención formal a los pobres del país y de las ciudades en crisis. Pero cuando oficialmente se refieren a ellos, los oradores de turno, comenzando por la presidencia de la república, se llenan de unción y casi derraman lágrimas para convencernos de que en verdad se preocuparán: mañana mismo, afirman, comenzará el cambio.
Palabrería de farsantes. Día a día se acrecienta, en todas las ciudades del país, la ignominia de estos muchachos y niñas a no pocas de las cuales se las obliga incluso a ingresar en el perverso mundo de la prostitución infantil.
Pretender sacar a los niños de la calle y no enfrentar seriamente sus verdaderos problemas familiares sería como esconder la basura de la casa bajo la alfombra. Por otra parte, guardar silencio no es más que acudir a la hipocresía atávica del poder. Y lo primero que esos niños y niñas reclaman es que sus padres y madres tengan un trabajo estable, que sus padres no sean explotados, que se les asegure una educación decente, que no tengan que mendigar una ropita vieja para cubrir sus desnudeces físicas y sociales y que tampoco deban contentarse con las migajas que caen de la mesa de otros pobres mas no de ricos.
Sin embargo, ¿habrá alguien que escuche esta demanda? ¿Alguna voz oficial se hará eco de ese perpetuo llamar, reclamar y exigir de estos niños olvidados de dios y del diablo? Son laudables los pequeños programas que ejecutan algunas instituciones. Sin embargo, es el Estado, el gobierno nacional, las alcaldías los encargados de protegerlos a través de serios proyectos que aseguren trabajo permanente a esas familias.
No les des ni un pan ni una camisa. Da trabajo a sus padres. Entonces, ellos irán a la escuela a aprender y a jugar. Aprenderán oficios y hasta se profesionalizarán. Y el país será mejor.
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