
Increíble pero cierto. Decenas de niñas y niños de nuestro país son puestos en manos de infames coyoteros que se encargarán de conducirlos, como un nuevo Moisés, a la tierra prometida de los Estados Unidos. Como siempre, a las puertas del edén se los abandona a su suerte.
Algunos van con la intención de encontrarse con su mamá o su papá, o con ambos. Tal vez no los han visto en años. Otros irán a casa de algún pariente no siempre bien identificado. Los reales o supuestos acogedores habitan el paraíso terrenal llamado Estados Unidos, la fantástica tierra prometida en la que brilla por doquier la sumatoria de todas las riquezas.
Estados Unidos es un nombre mágico: el verdadero y único paraíso terrenal en el que cierta y perennemente fluyen inimaginables ríos de leche y miel. Un paraíso en el que todos los deseos se hacen realidad con el solo hecho de pisar su suelo mágico. Allí ciertamente fluyen los ríos de leche y miel.
Porque, desde esta mitopoiesis, para todos los que ya han migrado y para quienes deseasen hacerlo, los Estados Unidos son eso: el país mágico que ofrece, casi por arte de magia, trabajo, dinero, educación, salud, absoluto bienestar: es decir, el cielo de una vida eterna.
Estados Unidos, el país en el que no tienen lugar las carencias, el dolor, la enfermedad. Allí, hasta la misma muerte ha debido camuflarse de tragedia
Con su inmenso desarrollo científico y tecnológico. Con la economía más grande del mundo, Estados Unidos constituye la presencia real de la auténtica Tierra Prometida. Allí dejan de ser meras promesas el bienestar, la salud y la libertad. Ahí no hay lugar para el sufrimiento. El trabajo bien remunerado y todos los servicios sociales se encuentran a la vuelta de la esquina.
Porque, desde esta mitopoiesis, para todos los que ya han migrado y para quienes deseasen hacerlo, los Estados Unidos son eso: el país mágico que ofrece, casi por arte de magia, trabajo, dinero, educación, salud, absoluto bienestar: es decir, el cielo de una vida eterna.
¿Cómo no dejará de fascinar a los pobres sudamericanos, a nuestros campesinos y artesanos, a los sin trabajo, a los que han estudiado largos años de colegio y universidad y finalmente se comen la camisa?
Es el paraíso terrenal convertido en incuestionable realidad. Por ende, para no pocos, en especial para los que no han logrado realizarse en su propio terruño. Para ser feliz, solo hace falta la nietzscheana voluntad de poder y de desear. Quienes poseen los recursos necesarios, viajan legítimamente. Pero no pocos, aquellos marcados por las ancestrales pobrezas y también, quizás y sobre todo, por la ingenuidad, acuden a los llamados coyoteros.
Por su parte, el país con sus autoridades a la cabeza, ha aprendido a no conmoverse ni con el sufrimiento ni la muerte de estos inocentes. Con el fariseísmo que lo caracteriza, no hace sino rasgarse rasga las vestiduras o lanzar ayes de plañidera con los que pretende, por cierto inútilmente, acallar las voces acusatorias de su propia conciencia y de la conciencia social.
El coyoterismo es un antiguo y perverso mal, pero revitalizado e incrementado exponencialmente en los últimos años a causa de la grave crisis mundial y, en especial, latinoamericana. Los crónicos silencios oficiales terminan incluso legitimándolo.
La pandemia del Covid19 dio al traste con todo un sistema económico de países como el nuestro, históricamente débil y cuya política no termina de abandonar ni su atávica incoherencia y ni su pasión por lo circunstancial. De hecho, los gobiernos no se han planteado el problema de esta clase de migración y sus efectos para darle una verdadera solución que vaya más allá de las palabras y promesas de ocasión.
Los Estados débiles y sin sólidas políticas de desarrollo y también de migración son las responsables de la infamia del coyoterismo.
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