
Evo Morales, presidente de Bolivia, festejó los resultados de las últimas elecciones alemanas. En las votaciones federales del país europeo, como en las tres anteriores, el triunfo correspondió al partido político de Ángela Merkel, canciller del gobierno de la República Alemana.
Morales ofreció sus “sinceras felicitaciones a la canciller alemana, Ángela Merkel, reelecta democráticamente por cuarta vez consecutiva por su pueblo soberano”. Calificó como “sabios” a los pueblos porque, dijo, confían en la reelección porque garantiza la “continuidad de proyectos”. Por supuesto, al referirse a esa continuidad intentó establecer cierto paralelismo entre Alemania y los países cuyos gobiernos están dominados por el chavismo en donde, la reelección indefinida, es una de las banderas del autoritarismo.
Casi concertadamente aparecieron las voces del oficialismo ecuatoriano que aplaudieron la reelección consecutiva de Merkel. Sin anticipar las distinciones, varias asambleístas de Alianza PAÍS compararon la situación política del Ecuador con la de Alemania, para forzar una analogía imposible entre ambos sistemas políticos y países.
Tanto en la forma, como en el fondo, la única identidad existente entre la reelección parlamentaria y la reelección presidencial, es que ambos reelegidos prologan sus funciones frente a la jefatura del gobierno de su país, tanto en un sistema como en otro. Nada más.
La confusión de nuestros despistados revolucionarios consiste en creer que si ambos son jefes del gobierno que han sido reelegidos, entonces se puede hablar de ambos como idénticos. Por eso creyeron que la reelección en un caso como en el otro se refiere a lo mismo. Están muy equivocados.
Morales y nuestras poco lúcidas legisladoras compararon peras con manzanas. La canciller Ángela Merkel no fue reelecta por su “pueblo soberano”, como asegura el mandatario boliviano. Alemania es una república parlamentaria, lo que significa que la elección del jefe del gobierno proviene del parlamento. En este país, el jefe del gobierno recibe el nombre de “Canciller”, que es quien ejerce la dirección del poder ejecutivo, define las políticas públicas a través de sus ministros y se responsabiliza de su gestión ante el parlamento. Esto quiere decir que la administración del gobierno alemán está sometida al control de los partidos políticos tanto de la coalición oficialista, como de la oposición.
Ángela Merkel fue reelecta por “su pueblo” en tres distritos seccionales, para el cargo de diputada del Bundestag, que es el Parlamento de la República Federal de Alemania. Es decir, Merkel no fue elegida por un distrito único y nacional como sucede en el sistema presidencial. Entonces, a partir de esta elección, y como presidenta de su partido político, la Unión Demócrata Cristiana, es que ella se convierte en jefa del gobierno, primera ministra, presidenta del gobierno alemán o, con más propiedad, consigue ser Canciller Federal de Alemania.
La Unión Demócrata Cristiana, en coalición con la también derechista Unión Social Cristiana de Baviera, obtuvo 246 de 709 diputaciones en el Bundestag, o el 33% de la representación parlamentaria. Pero para consolidar el gobierno necesitó la adhesión de los 153 diputados del Partido Socialdemócrata de Alemania que es la segunda fuerza política germana con el 21% de la representación. Los tres partidos políticos juntos suman 399 diputados de los mismos 709, lo que representa el 54% de escaños disponibles. Por tanto, la mayoría absoluta para consolidar un gobierno, nombrar al canciller, conformar un gabinete, impulsar la agenda de reformas legislativas y ejecutar las políticas públicas está conformada por las dos primeras fuerzas partidistas alemanas, concentradas en las tres organizaciones electorales.
No es correcto decir que Merkel fue elegida por “su pueblo soberano”, como afirmó Morales, porque en un sistema de democracia parlamentaria como en Alemania, la soberanía no radica en el pueblo, sino que reside en el parlamento, y este representa al pueblo que lo eligió.
Entonces, todo es distinto allá. La presidencia del gobierno está controlada por los partidos y esto obliga a transparentar las cuentas públicas tanto a la canciller como a sus ministros, a respetar los controles de la oposición, a enmarcar el ejercicio del poder real en los derechos fundamentales de las personas, a respetar el Estado de Derecho y la separación de poderes, así como a garantizar las libertades individuales tanto como los derechos sociales. Allá es impensable, por ejemplo, que un canciller moderno insulte públicamente a los ciudadanos como política de Estado.
Un sistema presidencial como el nuestro, que infla de atribuciones autocráticas a una sola persona, que la convierte a la patria en un feudo personalista, y que ya ha sido ejercido de forma abusiva, sin controles partidistas, estatales o de la sociedad civil, debe limitarse en el marco de los derechos fundamentales, tanto temporalmente como materialmente.
Por eso no tienen nada en común la Alemania de Merkel con el Ecuador de los correistas. En la primera hay Estado de Derecho, mientras que en el segundo hay un estado débil, sumido en una corrupción provocada por los privilegios clientelares, las lealtades mafiosas, la falta de ley y de control a los poderosos.
No Evo, no... El parlamentarismo es distinto del presidencialismo. Por eso, un buen día, los pueblos despiertan de los demagogos disfrazados de presidentes que quieren quedarse para siempre en el poder.
Y a nuestros revolucionarios, que siendo parlamentarios ignoran cuál es la naturaleza de un régimen parlamentario, ¿saben de qué se trata eso de parlamentar sobre las leyes o para qué ellos y ellas son útiles en un sistema presidencialista? No, no lo saben.
@ghidalgoandrade
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