Un día armamos la Tabla de sustancias, llamadas drogas, destinada a regular tanto el expendio como la cantidad de drogas que legítimamente podría poseer para su uso personal un ciudadano. No era, como ciertos medios de comunicación dijeron, esta medida se abrían las puertas a un uso indiscriminado e incontrolable de sustancias. Todo lo contrario, con la Tabla, no solo que el Estado estaría bien informado, sino que, sobre todo, se podría establecer un sistema de control de los usos.
Por otra parte, y quizás lo más importante, era el mismo Estado el encargado de su distribución. No es que desaparecerían, pero sí disminuirían notablemente los excesos y buena parte de las pérfidas estrategias de los vendedores.
Siendo el Estado su proveedor, se aseguraría la calidad de la sustancia y su costo. Por otra parte, mediante un sistema nacional de control, se podría prever los usos excesivos de ciertas sustancias.
También habría sido posible impedir, por lo menos en cierta medida, los usos por parte de menores.
Hay que tomar en cuenta que buena parte de los conflictos con los usos se debe a que la sustancia es de mala calidad o que se halla mezclada con otras sustancias nocivas y creadoras de dependencias. No hay que olvidar que es esto lo que más interesa al traficante para asegurar su negocio.
El Consejo Nacional de Drogas y en especial su Observatorio, tuvieron todo claro este proceso. Y las cosas empezaron a funcionar de manera adecuada. El principio que sostenía la nueva política era absolutamente sencillo y se basaba, por una parte, en la historia y, por otra, en una nueva concepción del sujeto y sus relaciones consigo mismo y con las sustancias en las que busca algo que necesita para sobrevivir y que no lo encuentra en el mundo de los otros.
Por otra parte, ni los usadores regulares ni los dependientes son perversos de los que es preciso alejarse. Ni tampoco son enfermos a los que es preciso sacarlos del medio familiar y social para recluirlos en centros en los que, frecuentemente, se violan todos sus derechos. Centros convertidos en espantosas cárceles en las que prima el oprobio.
De suyo, la dependencia no debería ser tratada como si fuese una enfermedad. se trata, ordinariamente, de un estado de vida en el que el sujeto encuentra aquello que busca y que no lo ha hallado en su medio familiar o social. Por ende, el usador compulsivo es alguien que no cesa de buscar aquello necesita para vivir y que se ha equivocado de ruta.
Para la sociedad y, en especial, para ciertas familias es mucho más fácil aislar a su hijo y encerrarlo en un centro que supuestamente lo va a curar, que enfrentar la realidad en la que los implicados son muchos. No pocos de esos centros que pomposamente ofrecen la curación no son otra cosa que pequeños infiernos en los que chicos y muchachas son maltratados porque, dicen, con las drogas han perdido todos sus derechos.
Parecería que es urgente volver a un nuevo CONSEP. La juventud del presidente podría favorecer la creación de nuevos discursos sobre las drogas. Ya no es posible continuar con ese silencio que ha producido mucho daño, mucho más de lo imaginado.
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