
Ingeniero Ambiental por la Universidad de Cuenca. Maestro en Ciencias de la Sostenibilidad por la Universidad Nacional Autónoma de México.
- “X es un personaje que se opone a la democracia y que quiere imponer el comunismo indoamericano; lo dice en su libro”.
- “Z es una mujer incoherente porque critica a la dictadura cubana, pero no a quienes defienden a esa dictadura”.
- “X es un bronquista”.
- “Z es insoportable”.
- “X es un indio alzado”.
- “Z es una extranjera loca”.
El debate público requiere que diferenciemos y separemos entre confrontación crítica de ideas, ataques groseros, y ataques discriminatorios-discursos de odio. Si no hacemos eso, corremos el riesgo de llegar a un punto en que nadie pueda criticar ni opinar sin ser tachado de machista/racista/xenófoba. Pero no solo eso, también corremos el riesgo de perder el foco de discusión y lucha contra la violencia machista/racista/xenófoba. En esta columna, quiero plantear algunos puntos sobre este tema.
1 y más importante. Es repudiable acudir al insulto por razones de género, etnia, procedencia, orientación sexual, u otras distinciones discriminatorias. La Constitución y los Derechos Humanos son claros al respecto: todas tenemos derecho a no ser discriminadas por ninguna de estas razones. En ese sentido, expreso mi solidaridad con las personas que son atacadas con adjetivos de este tipo, y llamo a detener esas expresiones en todos los espacios donde podamos. En Twitter, única red social que manejo, cuando he visto expresiones de este tipo en mi muro, las he cuestionado frontalmente: el problema de Correa no es su orientación sexual, sino su gusto por el poder y por el dinero ajeno; el problema de Vargas no es usar plumas como decoración, sino su falta de empatía con las comunidades indígenas que sufrieron vivamente al correísmo; y así.
2. No todo insulto es discriminatorio. Aunque no nos guste el uso de “cabrón” o “insoportable” (como menos), debemos tener claro que esos insultos no necesariamente configuran discriminación ni discurso de odio. Como dice el cómico Ave Jaramillo, si se incluye la nacionalidad de alguien en un ataque, se es xenofóbico por default; y eso aplica para sexo (“mujer loca”), etnia (“indio alzado”) y cualquiera de las otras razones del derecho a la no discriminación. Sí, debemos tener claro que existe una carga histórica de discriminación y exclusión: un insulto de una mestiza hacia una indígena, o de un hombre hacia mujer, tienen implícita, todavía, una carga de ejercicio de poder. Pero eso es lo que habría que plantear, y no recurrir al facilismo de decir “ataque machista/racista”; luchar por la igualdad implica vernos como iguales, incluso para recibir insultos, a los que estamos expuestos si decidimos estar en redes sociales, sobre todo Twitter. Defender a terceras personas con ese argumento es, además, paternalista…
3. No toda crítica es ataque. Parece una obviedad, pero visto lo visto, es necesario puntualizarlo. Varios personajes públicos se han pronunciado al respecto: el profesor Farith Simon ha expresado que “el desacuerdo no es violencia”, y Martha Roldós, que “ser confrontado puede ser agotador, pero hay que distinguir”. Las dos primeras frases de este artículo son críticas, críticas sin más; sin cargas de acoso, violencia o discriminación. Crítica a una postura antidemocrática expresada en un libro, y crítica a una postura que podría parecer incoherente, respectivamente. ¿Que esas críticas son usadas por otras personas para proferir insultos, estos sí, violentos? Puede ser, y de nuevo, el llamado es a poner freno a esas expresiones en nuestros espacios, pero tampoco puede responsabilizarse a una persona que critica respetuosamente por los insultos que otras personas lancen. Si vamos a responsabilizar a una persona por los actos de otra(s), perderemos toda posibilidad de diálogo y debate, indispensables para el fortalecimiento de la democracia.
Si vamos a responsabilizar a una persona por los actos de otra(s), perderemos toda posibilidad de diálogo y debate, indispensables para el fortalecimiento de la democracia.
4. La banalización de la violencia. Cuando se usa el insulto “feminazi”, se insulta la memoria de todas las personas que vivieron el terror nazi: judíos, gitanas, homosexuales y otras; se banaliza lo que fue una de las peores expresiones de la violencia humana. Y más o menos lo mismo ocurre cuando usamos “acosador”, “violentador” y “racista” a la ligera. La violencia machista termina en cientos de femicidios al año y en mujeres que simplemente no pueden vivir en paz; el racismo llegó al punto de tratar a personas como a objetos o animales no humanos. El machismo y el racismo han matado más en la historia que el nazismo. Usar los términos a la ligera insulta la memoria de sus víctimas, y banaliza dos de las peores expresiones de la violencia humana. Luchar contra el machismo y el racismo implica no permitir esa banalización, requiere poner el foco en las causas de la violencia y en sus expresiones, nos convoca a no meter en el mismo saco a quienes sencillamente critican y a quienes realmente violentan.
La violencia machista no es un invento: ocurre un femicidio cada 3 días, hasta hace solo 3 meses las mujeres y niñas violadas eran obligadas a parir, en varios lugares del mundo las mujeres no tienen derechos, las violaciones son pan de cada día. La violencia racista tampoco es invento: las comunidades indígenas siguen sufriendo despojos, sus ecosistemas siguen siendo devastados, no tienen el mismo acceso a salud y educación. Luchar contra la violencia tiene que ser un tema de todos los días, de todas las personas. El mismo espíritu que nos llama a cuestionar la propuesta del comunismo en cualquier versión o la defensa del socialismo siglo XXI por haberse mostrado como regímenes totalitarios y brutales; el mismo espíritu que nos lleva a criticar a toda dictadura, sea de derecha o de izquierda, nos debe llamar a detener la violencia machista y racista, y viceversa. No, no todo es violencia. Pero sí, toda violencia debe ser erradicada.
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