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2 de Abril del 2023
Ideas
Lectura: 4 minutos
2 de Abril del 2023
Fernando López Milán

Catedrático universitario. 

¿Nos merecemos la democracia?
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En Ecuador, se ha pervertido el sentido de la democracia hasta el punto de haberla convertido en sedición o dictadura. Y nosotros, los ecuatorianos, nos la pasamos yendo del un extremo al otro. En buena parte de los países donde se ha instaurado, la democracia ha sido un factor de desarrollo, de progreso, en el nuestro, en cambio, de conflicto y estancamiento.

¿Es el régimen democrático adecuado a todas las sociedades y circunstancias? ¿No es la democracia, en ciertas condiciones, su propia sepulturera? ¿No es el principio democrático —el de la mayoría— el que permite a los políticos ecuatorianos desestabilizar permanentemente al país? ¿No fue gracias a este principio que, en la última consulta popular, los ciudadanos, que ahora claman por seguridad, le negaron al Estado los recursos para conseguirla? ¿No fue, acaso, el principio democrático el que sirvió a los asambleístas para amnistiar a los delincuentes que incendiaron el país en el año 2019, y permitió a la Corte Constitucional dar paso a un juicio político contra el presidente de la república basándose no en hechos sino en posibilidades, y pronunciarse sobre una posible culpabilidad de Guillermo Lasso cuando lo que debía hacer era determinar la relación entre la conducta atribuida a este por la Asamblea y la figura de peculado?  “La red de inferencias fácticas de esta acusación, dijeron los magistrados, luce ´mínimamente verosímil´”. 

La democracia, en las condiciones inadecuadas, se convierte en dictadura: la dictadura de la mayoría. De ahí que, a lo largo de su historia republicana, en Ecuador haya regido la dictadura del mayor número. Los políticos ecuatorianos nunca han sido demócratas. Cuando tienen el poder, se convierten en dictadores y cuando no lo tienen, en sediciosos.

En Ecuador, se ha pervertido el sentido de la democracia hasta el punto de haberla convertido en sedición o dictadura. Y nosotros, los ecuatorianos, nos la pasamos yendo del un extremo al otro. En buena parte de los países donde se ha instaurado, la democracia ha sido un factor de desarrollo, de progreso, en el nuestro, en cambio, de conflicto y estancamiento

El 22 de febrero de 1944, Raúl Andrade publicó un artículo cuyas primeras frases parecen referirse a la situación política del presente. “No se ha registrado un cambio sensible en la temperatura política, escribía Andrade. Predomina un ambiente confusionista y la mentira se desliza con toda su agilidad de serpiente. Se trata de crear un clima de malestar, favorable a las intenciones más diversas”. Casi ochenta años han transcurrido desde la fecha en que se publicó el artículo del periodista quiteño y en la vida política del país nada ha cambiado.

En Ecuador, se ha pervertido el sentido de la democracia hasta el punto de haberla convertido en sedición o dictadura. Y nosotros, los ecuatorianos, nos la pasamos yendo del un extremo al otro. En buena parte de los países donde se ha instaurado, la democracia ha sido un factor de desarrollo, de progreso, en el nuestro, en cambio, de conflicto y estancamiento.

Aunque el ejercicio del principio democrático está regulado por la ley, en regímenes como el ecuatoriano, la mayoría tiende a desobedecerla cuando le conviene. La justificación es sencilla: “Nosotros, la mayoría, tenemos la razón. Quienes tenemos la razón estamos sobre la ley. ¿Cómo, entonces, podemos someternos a ella?”.

La democracia en manos de los ecuatorianos es como un arma en las manos de un niño. ¿Significa esto que, como propone César Rohón, se debe instaurar una dictadura “civil-militar” que, de una vez por todas, imponga el orden en el país? ¡No! Es solo una advertencia. Ya los viejos maestros señalaron que la anarquía es la madre de la tiranía.

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