
Dejando de lado la repugnancia que nos causa su figura y trayectoria y el hecho cierto de que no nos representa a los ecuatorianos (de verdad, pocos ministros en la historia del Ecuador han sido tan repudiados), si se analiza con objetividad la situación, la verdad es que María Fernanda Espinosa tiene muy altas probabilidades de ganar la presidencia de la ONU, si no en la primera votación en rondas posteriores.
Latinoamérica votará por la hondureña en la primera votación (todos cumplirán su palabra, menos Ecuador), pero su compromiso se acaba allí y desde la segunda votación ya podrán votar por la señora Espinosa, quien, como ha dicho en las declaraciones este jueves, recogidas por los medios nacionales e internacionales, tiene la ventaja de los votos de los países no alineados. Así se librará Lenin Moreno de este estorbo, pero el mundo tendrá que soportarla un año, en un papel más bien protocolario y sin poder real. Pero la señora Espinosa podría hacer historia por varias razones.
Los astros se han alineado para Espinosa, porque Ecuador, es decir ella, presidió el año pasado al grupo de los 77 más China. Su otra ventaja es que la candidata hondureña, Mary Elizabeth Flores, es, por lo que se comenta en círculos diplomáticos extranjeros en Quito, mujer de pocas luces, cuyas limitaciones parece que se conocen bien en la ONU, donde ha sido embajadora por siete años. Además, en el panel de preguntas y respuestas de la semana pasada al parecer no le fue tan bien como a Espinosa, es decir que muchos países confirmaron esa falta de calidad intelectual de la candidata centroamericana.
Ahora bien, si Espinosa llega a presidir la Asamblea General de la ONU, hará historia. No solo que el Ecuador no ha presidido la Asamblea General de la ONU desde hace 45 años, cuando lo hizo el gran diplomático, historiador y ensayista Leopoldo Benítez Vinueza, sino que ningún sudamericano ha sido presidente desde hace 20, cuando lo fue Didier Opertti de Uruguay. El último latinoamericano en presidirla fue el sacerdote Miguel D’Escoto, canciller de Nicaragua, hace 10 años.
También hará historia porque, salvo Argentina, que la presidió en 1948 y 1988, ningún país de la región ha repetido la presidencia de la ONU (Brasil fue presidente, con el canciller Osvaldo Aranha, de mala recordación para el Ecuador por su papel en el protocolo de Río de Janeiro, en 1947; México en 1951; Chile en 1955; Perú en 1959; Venezuela en 1963; Guatemala en 1968; Ecuador en 1974; Colombia en 1978; Panamá en 1983; y, como queda dicho, Uruguay en 1998 y Nicaragua en 2008).
Justamente Flores ha planteado este punto como argumento contra Espinosa. Ha dicho que su país lleva trabajando en la candidatura desde 2012 y que, a diferencia de Ecuador, nunca ha ocupado la presidencia de la Asamblea General. “Ninguna nación debería presumir que tiene más derechos como para ocupar el mismo puesto más de una vez, mientras otros países que no han tenido una oportunidad igual quedan relegados a una lista de espera indefinida”, ha señalado.
Pero la más importante historia que hará esta señora, que tan mal nos representa a todos, es que ella (o su contrincante, cualquiera de las dos que gane) sería la cuarta mujer en presidir la Asamblea General de la ONU. A lo largo de 72 períodos de sesiones ordinarias solo tres mujeres han presidido el máximo foro mundial. La primera en hacerlo, en 1953, en el octavo período de sesiones, fue la señora Vijaya Lakshmi Nehru Pandit (1900-1990), de la India, hermana de Jawaharlal Nehru, primer ministro de su país, que fue embajadora en EE.UU. los tres años anteriores a su elección en la ONU y que, años antes luchó por la independencia de su país, por lo que sufrió prisión tres veces. Eso no le quita que era parte de la familia gobernante de la India: además de hermana de Nehru, fue tía de Indira Gandhi y tía-abuela de Rajiv Gandhi, todos ellos primeros ministros de la India.
Tuvieron que pasar tres lustros para que otra mujer llegara a presidir la asamblea, la señora Angie E. Brooks, de Liberia, que lo hizo en 1969. Diplomática y jurista, es la única mujer africana en haber presidido la asamblea, fue por 23 años la embajadora de su país en la ONU y también pionera en otro campo: fue la primera mujer miembro de la Corte Suprema de Justicia de su país.
Transcurrieron otros 37 años para que en 2006 otra mujer presidiera la asamblea, la jequesa Haya Rashed Al Khalifa, de Bahrein. Nacida en 1952, es una pionera absoluta pues era una de las dos mujeres que ejercían hasta esa fecha el derecho en su país y la primera mujer embajadora (lo fue en Francia, Bélgica, Suiza y España). Al ser elegida, fue la tercera mujer y la primera de religión musulmana en ocupar un cargo tan destacado en la ONU. Su trabajo ha sido ampliamente reconocido en su tierra natal por defender la inserción de las mujeres en un moderno sistema legal. Como no podía ser de otra manera, es pariente de la familia real de Baréin, los Al Jaifa.
Si Espinosa llega a presidir la ONU tendría que hacer honor a su ser de mujer y trabajar, además de sus labores protocolarias al frente de la Asamblea General, para un objetivo concreto, por ejemplo, avanzar en la eliminación del abuso y la explotación sexual no en el mundo como una entelequia sino en el ámbito concreto de las Naciones Unidas, en sus embajadas y en sus misiones internacionales, incluidas las fuerzas de paz.
Un artículo reciente de Loraine Rickard-Martin, de la publicación digital PassBlue (un servicio independiente, dirigido por mujeres, que se especializa en periodismo de investigación sobre temas de género, derechos humanos y paz), sostiene que el movimiento #MeToo ha puesto a la organización en alerta roja, tras décadas de negligencia frente al problema.
Espinosa tendría la oportunidad de influir en las políticas para investigar y castigar el acoso sexual, el abuso sexual y la explotación sexual, por cuyas rendijas muchos de los criminales se escapan y quedan impunes, dice Rickard-Martin, que confiesa que en su carrera de 37 años en la ONU siempre encontró una cultura de silencio y miedo y una tendencia a proteger a toda costa a los hombres poderosos del organismo, a veces con ayuda de mujeres cómplices.
En diciembre pasado, y como consecuencia del movimiento #MeToo, el secretario general, Antonio Guterres, creó una comisión sobre el acoso sexual, encabezada por Jan Beagle, el principal ejecutivo administrativo de la ONU, sobre la que hay muchas dudas porque no tiene un pasado de luchar contra el abuso en los puestos que ha detentado en su carrera en las Naciones Unidas.
Para entonces, PassBlue y otras organizaciones habían publicado reportajes sobre acusaciones detalladas de acoso sexual en la ONU y en misiones de la ONU en varios países del mundo, de personal masculino con colegas mujeres, con empleadas locales de las misiones y/o con la población a la que debían servir y proteger (muchas veces argumentando, en este último caso, que tener sexo con niñas o en promiscuidad era normal en la cultura del país en el que estaban).
En febrero de este año, la organización puso a funcionar una línea de teléfono de denuncia y ayuda disponible las 24 horas y reforzó el discurso de tolerancia cero al acoso sexual, y, en abril, ONU Mujeres nombró a Purna Sen como primera coordinadora ejecutiva y portavoz en temas de acoso y otras formas de discriminación dentro y fuera de las Naciones Unidas.
La ONU, como muchas otras instituciones, ha enfrentado la mayoría de estos casos, simplemente transfiriendo a otros cargos (“reciclando”) a los hombres acusados. En otras ocasiones ha permitido la retaliación contra quienes denuncian casos, como la cancelación de Anders Kompass, empleado del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, quien denunció que funcionarios de alto nivel estaban ocultando las violaciones de niños por personal de la ONU en la República Centroafricana.
Es hora de que esas prácticas terminen y los culpables sean separados y acusados criminalmente, cuando sea el caso, sin encubrimientos.
Espinosa, podría si no reivindicarse de su ferviente amor por las dictaduras populistas y dizque revolucionarias del mundo, al menos intentar dar algo de dignidad a su presidencia, en caso de llegar a ella, trabajando en serio por estos temas. Tal vez, incluso, Espinosa podría dejar una marca que pueda recordarse en la ONU, a más de ser parte de la estadística como la cuarta mujer en presidir la asamblea general del organismo desde 1946.
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