Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
¿Qué os hice yo, mujer desventurada,
que en mi rostro, traidores, escupís
de la infame calumnia la ponzoña
y así matáis a mi alma juvenil?
En los últimos días, las redes sociales han circulado la noticia de la posible desaparición de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, en la propuesta, aun elaborándose, de la Ley Orgánica de Cultura que pronto se debatirá, y muy probablemente, aprobará en la Asamblea Nacional.
Para unos, la sola posibilidad de que la Casa de la Cultura pase a ser una dependencia del Ministerio de Cultura, y en su lugar se cree la Superintendencia de la Cultura, es algo simplemente absurdo y arbitrario que no puede admitirse. Para otros, la desaparición de la Casa no debería afectarnos en razón de que ésta, en los últimos años, no solo que no ha cumplido con su razón de ser, sino que las recientes presidencias han destruido los presupuestos básicos con los que fue creada en la época de Benjamín Carrión.
La Casa de la Cultura se inauguró en el Gobierno de Velasco Ibarra en el año de 1944 por iniciativa de Benjamín Carrión, quien sostuvo que: “Si no podemos ser una potencia militar y económica, podemos ser, en cambio, una potencia cultural nutrida de nuestras más ricas tradiciones", deseo que ponía énfasis en el aspecto en la cultura como ligada a lo culto y civilizado. Así, la Casa se fundó como institución de la cultura con el propósito de "...dirigir la cultura con espíritu esencialmente nacional, en todos los aspectos posibles a fin de crear y robustecer el pensamiento científico, económico, jurídico y la sensibilidad artística de la colectividad ecuatoriana".
Con estos antecedentes, me permito poner al debate una tercera posición frente al eventual cierre de la Casa de la Cultura. Es un hecho innegable que, en las últimas dos décadas, la Casa se ha convertido en un enorme elefante gris, viejo, cansado y gastado que poco hace en favor de cumplir su misión. No hay quien discuta que los creadores y promulgadores de la cultura encuentran poco espacio en ella para desplegar su quehacer. Así también, es cierto que la Casa ha sido atrapada en la pesada y tediosa lógica burocrática que mata toda posibilidad creadora. Sin embargo, no es menos cierto que, a más de las malas presidencias que en las últimas décadas la han dirigido, la poca o nula importancia que el Estado, en su época neoliberal, daba a la cultura y dentro de ella a la creación estética, contribuyó a la enfermedad y agonía de la Casa de los espejos.
Ante la lamentable y tristísima realidad de nuestra Casa de la Cultura, el Gobierno no encuentra otra solución que, con el peso burocrático de una Ley, de un correazo hacerla desaparecer. Si la justificación detrás de esta intención es mejorar el “servicio de la cultura”, lo menos que puedo decir es que los “sanadores” de la cultura proponen un remedio mucho peor que la enfermedad.
Si es cierta la idea de reemplazar la Casa de la Cultura con una Superintendencia de la Cultura, o es una idea ingenua de mentes chatas o es una idea meditada de mentes calculadoras. No se ¿cuál puede ser la relación entre la Cultura con una Superintendencia? Entiendo la existencia de una Superintendencia de Bancos y Compañías que necesitan ser controlados y regulados; poco o casi nada entiendo de la existencia de una Superintendencia de la Comunicación e Información, lo de regular la información quizá es algo entendible, ahora lo de regular la comunicación carece de toda lógica.
Cuando imagino la existencia de una Superintendencia de la Cultura su imagen me resulta irreal e incomprensible, a no ser que la intención sea controlar y regular la producción cultural, cosa que de suyo es un horror que no resiste argumento racional ni histórico.
El control de la producción cultural y fundamentalmente de la creación estética solo es concebido por aquellos poderes, civiles o religiosos, cuyo fin es controlar espiritualmente a la población y someterla a la unidimensionalidad del pensamiento que ya de suyo es violentamente empobrecedor. La historia reciente conoce esos tristemente célebres cerebros que concibieron y aún conciben todo tipo de estrategia política, estatal o empresarial, para sitiar el poder de la creación humana y, de esta manera, el impulso crítico y libertario de los seres humanos, en su abundante diversidad cultural y estética. Cerebros, sin lugar a dudas, lúcidamente perversos que conocen muy bien que una fuente inagotable de resistencia y rebeldía es el manantial fecundo de la creación cultural que todo pueblo posee.
Frente a esta “perspicaz” posible solución propuesta desde el Gobierno para dar solución a la agonía de nuestra Casa de la Cultura, hay múltiples y diversas propuestas que nacen de la riqueza propia de una sociedad culturalmente diversa como la nuestra. Para empezar, debieramos todos y todas reinventar nuestra Casa de muchos mundos, conscientes de que esta Casa no puede ser una dependencia del Estado y menos aún una institución de control y vigilancia, sino justamente una Casa, un hogar, capaz de hospedar todas las culturas –ancestrales, históricas y contemporáneas-; todas las etnias y pueblos con su riqueza simbólica y material; todas las lenguas y lenguajes que nos hacen próximos en nuestra diversidad, y, especialmente, todas las formas de estética de nuestra infinita, compleja y múltiple imaginación, con la cual imaginamos otros mundos posibles. La Casa, nuestra casa, por lo dicho en las líneas anteriores, no puede tener como propósito otro que no sea la descolonización del espíritu de pueblo ecuatoriano. La descolonización del pensamiento, de la política, de la economía, del Estado, de la religión, de la ideología y, sobre todo, la descolonización del espíritu que nuestras historias exigen.
La Casa de la Cultura debería reinventarse como la Casa de las Culturas, la Casa de todos y todas, la Casa de las puertas abiertas, nunca una oficina estatal y menos gubernamental. La Casa de las puertas abiertas, no la casa de unos pocos “cultos”, “educados” y “civilizados”, ni la casa de un grupo de funcionarios estatales que, a nombre de una autoridad de gobierno, deciden que expresión cultural o artística vale o no, sino la casa donde todos y todas estamos y nos sentimos en casa, la casa soporte y fundamento de nuestra identidad plurinacional, pluricultural, pluriétnica y plurilinguística; y principalmente la Casa donde la palabra, la imaginación, la creación libres, liberen nuestro espíritu de todo tipo de cárceles, de todo tipo de controles, de todo tipo de vigilancia.
¿Por qué, por qué queréis que yo sofoque
lo que en mi pensamiento osa vivir?
Por qué matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué ¡cobardes! a traición me herís?
(Dolores Veintimilla de Galindo 1829-1857)
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