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9 de Agosto del 2015
Ideas
Lectura: 7 minutos
9 de Agosto del 2015
Natalia Sierra

Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito 

"Nuestra lucha es por la paz, y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción"
Este país conoce muy bien cómo operan los malos e ilegítimos gobiernos, cuando se encuentra débiles. En las últimas décadas entre los más ilegítimos de los gobiernos, el de Febres Cordero, Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez hicieron a su tiempo lo mismo que hoy hace Rafael Correa, llamar a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional a reprimir al pueblo.

Tanto la historia política cuanto la teoría que la piensa enseñan que un gobierno que tiene real apoyo de los pueblos, a quienes representa y gobierna, no necesita de la fuerza y menos de la violencia de aparatos represivos para gobernar.

Un gobierno tiene respaldo social de dos maneras: una, por manipulación ideológica y clientelar de los gobernados y,  otra, por apoyo consciente y libre de los mandantes.

La primera no tiene legitimidad, pues se conquista a través del empobrecimiento de la conciencia y la voluntad crítica de los pueblos (vía propaganda ideológica)  y de su sumisión al imperio de la necesidad (política del chantaje y la amenaza propia de los subsidios clientelares).

La segunda es la legítima, pues descansa en el apoyo consciente y libre de pueblos que han decidido su destino y se auto-gobiernan a través del gobierno popular. Así, de las dos formas se consigue el apoyo de los pueblos, sin embargo la ilegítima, que genera un gobierno ilegítimo, lo condena más temprano que tarde a volverse un gobierno no  ilegal, sino  inhumano.

Un gobierno ilegítimo que funda el respaldo de los pueblos en la manipulación ideológica y en el chantaje económico, está condenado a perder ese respaldo. Tanto la manipulación ideológica como el chantaje económico, estrategias propias de los gobiernos ilegítimos, muy pronto encuentran límites.

El recurso ideológico, siendo quizá el más potente, encuentra su límite en la condición humana referida a su voluntad y a su ser político y comunicativo. El ser humano siempre busca abrir espacios comunes donde tratar los asuntos comunes, esa es su voluntad fundamental y eso es lo que quiebra cualquier intento de aniquilarlo como ser político, como ser en libertad.

El instrumento económico tiene los límites propios de las fluctuaciones económicas en el marco del capitalismo: cuando disminuye la posibilidad de comprar la conciencia, el chantaje termina. Enfrentado a la ineficacia de sus instrumentos de poder –la manipulación ideológica y el chantaje económico-, el gobierno ilegítimo afronta la pérdida imparable del apoyo popular, que supone la pérdida de su poder ilegítimo.

Ante esta situación, como no puede ser de otra manera en la forma de actuar de estos gobiernos, inmediata y desesperadamente usan la fuerza y la violencia de los aparatos represivos del Estado. Medida que indiscutiblemente muestra la debilidad en la que han entrado los gobiernos ilegítimos, cuando los pueblos dejaron de creer en su representación. El gran pensador lituano, víctima del ilegítimo gobierno nazi, Emmanuel Levinas, decía que cuando el poder ya no puede sobre el otro, solo le queda asesinarlo, en otras palabras, solo le queda la violencia irracional.                  

La  depresión económica que el país sufre ante la baja del precio del petróleo y el fortalecimiento del dólar, en el marco de un manejo económico irresponsable con la sociedad y beneficioso con el capital, pone límite a la estrategia del chantaje clientelar, y hace que muchos sectores atrapados en esa dinámica retiren el apoyo al gobierno.

Ligado a esto, la abrumadora propaganda política con la cual se ha venido manipulando ideológicamente a la población, no solo que ha dejado de lograr el efecto buscado, sino que se ha vuelto contraproducente. Así, la sociedad en su diversidad va recuperando su conciencia crítica y su voluntad política, a partir de lo cual asume su poder popular. 

Ante las movilizaciones sociales que los pueblos del Ecuador vienen desplegando, en un acto absolutamente legítimo de su ser político y libre, frente a la sordera, la soberbia y  la prepotencia del mal gobierno, éste decide impúdicamente llamar a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional  a defender la patria sin esperar recompensa (…) con las armas de la Ley y la Constitución.

 Acto éticamente reprochable que, a nombre de una abstracción ideológica muy conveniente como la mención a la patria,  por un lado muestra la ilegitimidad y debilidad política del mal gobierno y, por otro, su conversión en inhumano. Un gobierno ciertamente popular donde los pueblos realmente se autogobiernan, es decir un gobierno justo, no puede reprimir, violentar, menos asesinar a los pueblos a los que representa, pues se está aniquilando a sí mismo. Un gobierno verdaderamente popular cuando los pueblos dejan de apoyarlo simplemente deja de existir, y da paso a que la sociedad replantee y reinventen su autogobierno, no busca gobernar con las armas, no buscan el poder de la violencia. 

Este país conoce muy bien cómo operan los malos e ilegítimos gobiernos, cuando se encuentra débiles. En las últimas décadas entre los más ilegítimos de los gobiernos, el de Febres Cordero,  Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez hicieron a su tiempo lo mismo que hoy hace Rafael Correa, llamar a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional a reprimir al pueblo. No puede ser de otra manera, a quién van a llamar, sino tienen respaldo popular;  si lo tuvieran no necesitaría usar la fuerza ni la violencia, los pueblos lo respaldarían.

Lo que parece que estos malos gobiernos no acaban de entender es que si la represión, la violencia y la muerte podrían ciertamente detener la voluntad humana de caminar tejiendo justicia, su historia ya hubiese terminado o quizá nunca hubiera empezado. Los pueblos siempre caminan sembrado vida donde hay muerte.

Bienvenidos a Quito queridos pueblos ancestrales, aquí les esperamos, aquí nos juntamos, aquí somos en común.

El título de este artículo fue tomado del Manifiesto Zapatista

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