
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Un patatús colectivo provocó en importantes sectores ciudadanos y políticos conocer cómo el presidente Moreno había conformado la terna para elegir a quien ocuparía la Vicepresidencia hasta el final de su mandato. La decisión del jefe de Estado fue rechazada con múltiples calificativos y muchos confiaron en que revisaría su decisión. Ello no sucedió y la indignación alcanzó proporciones gigantescas cuando el país conoció que había una nueva vicepresidenta que no suscita ninguna confianza ni empatía en demasiados ecuatorianos. El soponcio se alimentó de frustración, inconformidad, incluso irritación. Aun cuando muchos nunca aspiramos a que conformara tal terna con personas ajenas al correísmo, si esperábamos algo diferente.
¿Tienen razón las quejas? Por supuesto que sí. Quienquiera que funja de crítico del correísmo hubiera deseado que el presidente configurara la terna con individuos independientes, que merecieran la confianza de las oposiciones que enfrentaron a Moreno, hace un año, y que luego le brindaron su confianza. Pero el detalle crucial es que la terna debía convencer, contentar y gustar no a la oposición, de donde proviene el voto duro a favor del sí en la consulta, sino a los integrantes de la RC. Entre ellos hay algunos morenistas de ocasión, que a la primera duda podrían retornar fácilmente al seno del caudillo. Era a estos militantes a quienes debía encantar la terna para no brindarle al cabecilla de la llamada revolución ciudadana la oportunidad de demostrar la supuesta traición de Moreno. Con el nombramiento de una revolucionaria no hay piso para que los correístas duros puedan argüir que el presidente tiene un pacto con la derecha, que sirve a los empresarios y tantas otras acusaciones que le endilgan y que apuntan a debilitar la adhesión ciudadana al sí en la consulta.
Claro, ellos, los dizque socialistas del siglo XXI, están conscientes de que el referendo es una oportunidad para que el país se manifieste sobre un objetivo superior, como es el de eliminar la elección indefinida para todo aspirante a monarca, y abrir la posibilidad de conformar un consejo de participación efectivamente ciudadano y no constituido por los amigos más serviciales de quien se auto declaró jefe de todas las funciones del estado. Este es el aspecto capital que no puede arriesgarse, a pesar de la incertidumbre que la última resolución del presidente pudiera suscitar. Un sí rotundo en la consulta podría ser que nos lleve a un nuevo desengaño. Siempre cabe esta posibilidad. Pero un no fuerte con seguridad nos llevaría al retorno triunfal del correísmo en 2021. ¿Esto deseamos?
La cultura política ecuatoriana tiende a los maximalismos y a lo normativo. Ambas características nos distancian de la realidad. Alejarse de la realidad es un dinamitazo que ningún político puede auto propinarse. La política no funciona con las medidas de la perfección ni con los empeños del deber ser. El deber ser, en política, puede ser una directriz, una guía, pero no una estrategia ni una forma de actuar. La política supone hacer lo posible, lo que es dable en un momento dado, a pesar de que sea o parezca poco. Esto la expone a límites que en una circunstancia determinada podrían resultar infranqueables. Frente a los obstáculos, el político, los políticos no se desaniman. Se plantean un camino para viabilizar aquello que les es trascendente. No pueden ni impacientarse ni ignorar las realidades aunque resulten detestables. Justamente cuando algo es insoportable es cuando la política nos exige más perspicacia y sagacidad. También cálculo y oportunidad.
Quienes nos sentimos identificados con la democracia, entendida esta como una forma de vida en la cual el poder político se encamina al bien mayor, no al uso y abuso particular a favor de quienes lo detentan, tenemos el derecho a aspirar y a trabajar, desde el sitio en el que nos situemos, en procura de que luego del 4 de febrero podamos transitar, ahí sí efectivamente, a un estado de mayor pluralismo y de respeto a la diversidad; en el que sea posible deliberar, discutir sin ser descalificado o con el riesgo de ser perseguido o ubicado en listas negras, como durante 10 años ocurrió a tanto ecuatoriano. Sí, seguramente la definición para la vicepresidencia no nos satisfaga, tal vez ni mínimamente. Pero esta es la realidad. Si queremos que el 4 de febrero contribuye a desmontar una importante institucionalidad correísta, autoritaria y maligna, no podemos quedarnos en el lamento. ¿Qué vendrá luego? Difícil saberlo, pero al menos habremos abierto una posibilidad de que sobrevenga algo mejor. Pues con la reelección indefinida, la certeza es que lo peor estaría por venir.
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