
Duele ver como seres humanos caen de los aviones en un intento desesperado por escapar. Duele más cuando las mujeres del mundo pierden el derecho de sentir los rayos del sol en el rostro mientras vuelven a la oscuridad. Duele también ver cómo se les extirpa el derecho a decidir quienes son, mientras sólo observamos cómo se les arrebata el rumbo que querían darle a su vida… pero lo que más duele, es ver a los que observan el problema desde la pantalla de un celular arremetiendo contra las mujeres que los han incomodado siempre, aquellas que jamás se cansarán de luchar, cuándo el costo de la pasividad y el silencio, sea la desigualdad.
Duele ver a estos “valientes” -cuya hombría nació de la comodidad de ser servidos por sus madres y hermanas- retar a verdaderas heroínas de la historia, a cruzar el continente para convertirse en mártires; la verdad, es que no son más que cobardes oportunistas que usan una tragedia para ocultar el miedo a seguir siendo opacados, señalados y desplazados por quienes, a su único entender, nacieron para servir y engendrar.
Duele saber que el extremismo mental está cerca, no necesitamos ir al Oriente Medio para palpar una violencia desenfrenada: basta mirar el celular para leer a una horda de “súper hombres” que creen que se necesita una tragedia semejante a la que viven las mujeres afganas para que se “justifique” una protesta del feminismo; a su entender deben morir lapidadas en la plaza pública para que tengan motivos de alzar su voz.
Lo que no entienden nuestros talibanes es que no están en Afganistán, están en un continente donde la mujer estudia, trabaja, lidera, protesta, es madre solo si quiere serlo, es libre para decidir con quién quiere estar y qué quiere ser en la vida.
Nuestros talibanes de mente, no azotan ni apedrean en plazas públicas; su “mentalidad civilizada” solo les hace pensar que la mujer no puede ponerse minifalda o una blusa sin sostén porque al hacerlo están despertando su incontrolable deseo sexual, provocando ellas mismas ser tomadas por la fuerza. Nuestros talibanes exigen que las mujeres no muestren las piernas, mucho menos exhiban los senos, porque de lo contrario su condena será la violación.
¿Se dan cuenta que el medioevo aún no abandona la mente de muchos? Pensar que ellas buscan ser violadas es justificar la violación, es cosificar a la mujer al punto de reducirla a la condición de objeto sobre el cual deciden los demás y no ella, es quitarles el derecho a autodeterminarse por sí mismas y arrebatarles la decisión de darle un rumbo a su propio destino. Nuestros talibanes no han dejado de creer que las mujeres son objetos sin dueño, que están al alcance de lo que ellos llaman: “una provocación”.
Lo que no entienden nuestros talibanes es que no están en Afganistán, están en un continente donde la mujer estudia, trabaja, lidera, protesta, es madre solo si quiere serlo, es libre para decidir con quién quiere estar y qué quiere ser en la vida. Aquí no las matan si protestan, no las violan cuando no usan una burka, ni las apedrean porque perdieron “el honor” de la familia.
¡La igualdad se fomenta! Así que, madres, no se muestren como esclavas de sus esposos y sus hijos, no hagan de sus hijas esclavas de sus padres y hermanos; padres, no se muestren como amos de sus esposas y de sus hijas, no hagan que sus hijos sean amos de sus madres y hermanas. No heredemos al mundo más talibanes de mente.
A la violencia se la combate, a los que hacen apología del delito se los expone, se los señala, se la identifica y se los avergüenza.
¿Qué estamos dispuestos hacer por el cambio?
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