
La derrota del Correísmo en las elecciones del 11 de abril marca sin duda un antes y un después en la historia política ecuatoriana. Luego de una serie consecutiva de victorias desde 2007 hasta 2017, el triunfalismo de las huestes del ex presidente era entendible. Una primera vuelta en la que la fragmentación de la clase política tradicional hizo que el candidato correísta, montado en el voto duro del movimiento que le auspició, llegue primero y con un holgadísimo margen respecto de Guillermo Lasso, quien por muy poco se queda fuera de la contienda al lograr Yaku Pérez una votación cercana a la suya.
Con este escenario todo fueron cantos de victoria y triunfo. Ya tenían a Arauz luciendo la banda presidencial y lo que enfocaba su atención no era tanto la gestión de gobierno a realizar, cuanto la purga y vendetta con la que han soñado cada día en los últimos cuatro años. El propio Correa apareció cual Júpiter Tonante en un vídeo, en el que enumeraba a algunas de las personas, empresas y gremios que iban a ser objeto prioritario de su odio, lo cual por supuesto y como siempre, fue secundado y replicado por su ejército de incondicionales en medios y sobre todo, en redes sociales. Se olvidaron que lo último que quiere una sociedad sometida más de un año a la violencia propia de una pandemia, es un proyecto político de mayor violencia aún y sobre todo, que no es buena idea vender la piel del oso antes de cazarlo.
La única nube que aparecía en un cielo tan azul para el correísmo, era el recuerdo de lo sucedido con Moreno y la posibilidad que ese escenario se repitiera con Arauz. Estaban claros que su candidato era un absoluto desconocido cuando lo escogieron y que, en materia de carisma, resultaba más soso que un locro sin sal. Necesitaban a un don nadie en la política a quien pudieran controlar desde el principio y evitar que vuelva a sucederles lo de 2017, cuando el carismático Moreno decidió cortar los hilos que le unían a Correa. Un candidato que fuera incapaz de ubicar su propio discurso y marcar distancias con el Todopoderoso que lo había ungido. Alguien a quien pudieran incluso poner en solfa, como cuando apareció tocando un supuesto acordeón con la orquesta de Don Medardo o pateando precariamente un balón con viejas glorias del fútbol. Arauz fue plastilina en sus manos y eso le pasó una enorme factura.
Luego de varios días de la segunda vuelta los desacuerdos y fracturas se han hecho evidentes e incluso más de uno ha sugerido la recomposición del Correísmo sin Correa, lo cual resulta simplemente imposible. Si de algo se encargó el ex presidente y de manera muy eficiente, fue de pulverizar a todo aquel que podía hacerle alguna sombra política o disputar su liderazgo. La forma en que se cargó la campaña a la Alcaldía de Quito de Augusto Barrera en 2015, fue una buena muestra de ello. No hay líderes de recambio y la votación dura, cada vez menor eso sí, es patrimonio exclusivo de Rafael Correa. La Revolución Ciudadana nació como un movimiento personalista estructurado alrededor de su figura y proyecto electoral en 2006, constituyéndose en una suerte de outlet de la izquierda en la que confluyeron varias de las viejas figuras del progresismo de todos los pelajes. Ahí estaban ex MPD como Doris Solís, ex FADI como René Maugé, socialistas de leva y de saco, ex miristas como el propio Lenin Moreno o Gustavo Larrea y una serie interminable de personajes que terminaron triturados por el paso del tiempo unos y por el propio Correa otros, cuando osaron cuestionar alguna de sus incontrovertibles decisiones.
Los grupos legislativos saben muy bien que un acuerdo con el correísmo sería políticamente suicida, pero los números son los números y las posibilidades de estructurar un bloque de mayoría, siempre requerirá tomar en cuenta al "bloque revolucionario", que por cierto ya desde antes de asumir sus curules empieza a mostrar fisuras
La Revolución Ciudadana de hoy ya no tiene referentes ideológicos, las nuevas figuras en su mayoría son recién llegados sin ninguna militancia previa. Muchos son ex servidores públicos de la Década Ganada, que decidieron apostar su futuro y sus esfuerzos al proyecto encabezado por Correa. Aprendieron que ser de izquierda es usar una camiseta con la cara del Che, escuchar a Víctor Jara, repetir cuatro frases hechas y terminar cada mensaje con un “Hasta la Victoria Siempre”. De Marx y sus escritos no han revisado ni la portada, pero no tienen problema de definirse como socialistas. De hecho su marxismo está mas cerca del de Groucho que el de Carlos. El propio Arauz es una muestra relevante de este nuevo socialista del Siglo XXI ecuatoriano.
Hoy, sin el poder político presidencial que es el estanque en el que siempre se han movido como pez en el agua, tienen que repensar sus estrategias de supervivencia. Lo primero que se les ha ocurrido evidentemente, es apostar a replicar el escenario argentino que permitió el retorno del kirchnerismo en 2019. Un presidente de derechas al que se le tiren continuamente palos a las ruedas durante cuatro años y que por fuerza del desgaste político, genere una vuelta de tuerca hacia el Correísmo. En este orden de ideas ya ha comenzado una gestión frenética de trol centers, difusión de fake news y utilización de redes para estos efectos.
Pero uno de los problemas del plan a futuro es que —a diferencia del caso argentino en el que el espectro de izquierdas ha sido copado por el kirchnerismo— al correísmo le crecieron los enanos en su propio patio y tanto Yaku Pérez como Xavier Hervas aparecen como puntos de referencia válidos para un votante de centro izquierda y de izquierda, que durante casi quince años ha tenido que asumir sus opciones electorales entre la Revolución Ciudadana y anular su voto.
Visto así el panorama, buena parte del juego político se producirá en la cancha de la función legislativa, que por primera vez en quince años no depende de un líder que desde el ejecutivo le dicte su agenda y decisiones. Esto puede ser muy complicado en términos de gobernabilidad, especialmente con un bloque como el correísta, que además de ser el más grande en la composición de esta Asamblea tiene un único punto de agenda en la mira y se reduce a la impunidad de sus líderes prófugos y presos por actos de corrupción. Los demás grupos legislativos saben muy bien que un acuerdo en esos términos sería políticamente suicida, pero los números son los números y las posibilidades de estructurar un bloque de mayoría, siempre requerirá tomar en cuenta al "bloque revolucionario", que por cierto ya desde antes de asumir sus curules empieza a mostrar fisuras. Lo que suceda en esta semana en materia de acuerdos políticos, será crucial para lo que pase los próximos cuatro años como país.
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