
Ganó el banquero que nunca sería presidente. El derechoso, neoliberal, privatizador, antiderechos, medieval y curuchupa, como le dicen sus más rabiosos enemigos. Ganó también con el voto del odio, el que quiere desmantelar el paraíso de oportunidades que fundó el socialismo del siglo XXI y la revolución ciudadana. Todas las denuncias de corrupción, las deudas con los derechos humanos por la persecución a periodistas, activistas políticos y opositores, los crímenes de Estado y la corrupción rampante son inventos de los enemigos de la patria, dicen los perdedores.
Así se la pasaron los defensores de esa revolución de papel, limitándose a mirar la paja en el ojo ajeno y sin mirar la viga en el ojo propio. Perdieron esta elección y siguen decreciendo sostenidamente por su inmensa soberbia. Los correistas más recalcitrantes creen que nunca se equivocan.
Que nadie con ese perfil ganaría la elección, decían. Los predestinados a entender, interpretar y gobernar para siempre a un Ecuador lleno de florindos, odiadores e ignorantes hoy se lamentan que ese mismo país eligiera a una opción distinta a la suya. ¿Acaso no ahuyentaron al mismo voto que intentaron persuadir?
Lasso nunca ganaría las elecciones. Es blanco, católico, conservador, privilegiado. Así no es el pueblo, decían los expertos. El pueblo no es católico, no conserva sus tradiciones familiares, ni le gustaría prosperar. Al pueblo le gustan los cheguevaras y las proclamas partidarias sobre románticas revoluciones armadas, sobre expropiar los bienes a los ricos y sobre acabar con los mercados libres. Por ese odio al bienestar era imposible que un banquero ganara las elecciones.
Pero la estrategia del insulto resultó en fracaso y la fractura discursiva entre ecuatorianos no funcionó. Después de que repitieran millones de veces, en pequeña y gran escala, que Guillermo Lasso nunca sería presidente, provocaron el efecto contrario: que la gente, incluso de sus propias filas, empezara a imaginar al odiado banquero vistiendo la banda presidencial, sentado en el sillón de Carondelet y ejerciendo como presidente de la República. La frasecilla cargada de resentimiento se convirtió en un disparo en el pie: Lasso ya empezaba a ser visto como presidente.
Después de que repitieran millones de veces, en pequeña y gran escala, que Guillermo Lasso nunca sería presidente, provocaron el efecto contrario: que la gente, incluso de sus propias filas, empezara a imaginar al odiado banquero vistiendo la banda presidencial, sentado en el sillón de Carondelet y ejerciendo como presidente de la República.
También se fueron en contra de su propio electorado. Llamaron despectivamente como florindos a la clase media que antes votaría por ellos mismos. Haciendo referencia a un personaje de la televisión, intentaron establecer un símil entre la clase media comerciante ecuatoriana y doña Florinda del Chavo del 8. Este tiro también les salió por la culata porque nadie aceptaría votar por ellos si antes era insultado. Así las clases comerciantes de los Andes votaron masivamente por un empresario que entiende las dificultades del emprendimiento autónomo y no por un muchacho privilegiado de balbuceo laberíntico.
Pero el correísmo, los correístas y su enorme plataforma de acción política representan un tercio del electorado nacional. Resulta desaconsejado buscar aplastarlos como intentó el saliente gobierno del presidente Lenín Moreno. Expresan la fracción más grande de representación legislativa, una de las partes del votante polarizado y el tercio mejor organizado de la política electoral. Un buen 30% de electores cree que existe una conspiración para acabar con el progresismo, que asegura que los juicios penales instalados en contra de sus líderes no exhiben pruebas y que todo se trata de una persecución política. En los otros dos tercios del país se debate la reconstrucción democrática y ética de la nación.
Después de 25 años de agresivo populismo, un gobernante sereno e incluso algo aburrido, similar a Sixto Durán Ballén, podría estabilizar las aguas de la democracia y devolver, sino sentar, las bases de una democracia de entendimientos y no de polaridades.
Es rara la democracia. Ganó quien nunca sería presidente, quien fuera blanco de la campaña de desprestigio más agresiva que se viera nunca desde el retorno a la democracia. Perdieron los que se quedarían para siempre en el poder, los que se vengarían de los periodistas, de todos los adversarios electorales y de todas las ideologías en el espectro político. Esto fue dicho literalmente por el expresidente Rafael Correa, y sus devotos aplaudieron ruidosamente. Perdieron los revolucionarios que le devolvieron la decencia a un pueblo sin dignidad, a una nación que no tiene rumbo sin ellos, a una sociedad que necesita ser disciplinada por la rabiosa correa de los institutores del pensamiento único.
Guillermo Lasso ganó las elecciones presidenciales por su propio desempeño, pero también como rechazo a la política de la venganza, elevada a los altares de la veneración, e instalada durante los últimos 14 años de abusos.
@ghidalgoandrade
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